Las calmas, silencios y consuelos de la caminata...‏



ÓSCAR LANDARRETCHE, DIARIO LA TERCERA, VIERNES 21 DE FEBRERO DE 2014HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2014/02/21/OSCAR-LANDERRETCHE/LA-NACION-SENDERISTA/paisaje

La nación senderista

Para alguno de nosotros lo que constituye el paradigma de unas buenas vacaciones es una secuencia de días dedicados al senderismo. Por experiencia sé que hay otros como yo para los cuales la caminata es una adicción fanática de evocaciones místicas a la que quienes nos rodean encuentran excesiva.
Con el tiempo uno se ha dado cuenta de que por misericordia debe encontrar la forma de combinar este vicio con otras actividades para que todo el mundo aproveche las vacaciones, pero si fuera por uno, se pasaría los días caminando por cerros y bosques, pivoteando en una cabaña o en un hotel cuando es posible, acampando cuando las extensiones lo hacen necesario, solo o acompañado, largo o corto, fácil o difícil, pero siempre caminando, lento, pero harto.
A veces, cuando uno camina prefiere escuchar cierta música que motiva ritmos y estados de ánimo, pero lo normal es que uno escucha los cantos de la ruta: vientos, ríos, bosques, pájaros, olas. Y esos ruidos de la ruta van creciendo a medida que uno se interna en el silencio de la caminata, la secuencia de la respiración, los calores del cuerpo, el ritmo del bastón, el frescor del agua. Uno se desaparece en la caminata, deja de ser, se convierte en lo que lo rodea, que casi siempre tiene mucho de puro, eterno y perfecto.
Uno deja de estar para los demás, pero también para uno mismo; y si se fija bien y observa “no estando”, obtiene el consuelo que otorga contemplar un mundo natural que, a pesar de todo, sigue estando ahí.
Por eso es tan terrible cuando termina el sendero o el día y uno debe preocuparse de las necesidades humanas que te recuerdan tu mortalidad y fragilidad: el origen de la vida en sociedad y por ende de la economía y la política, de las finanzas y el poder; esto es, de todo el maldito enredo en que vivimos metidos. Cuando termina el sendero, uno deja de ser eterno y se vuelve mortal, reaparece la necesidad de territorio y calorías, la interdependencia y la interacción estratégica, la sexualidad y sus heridas, reaparece, en definitiva, la ciudad, aunque no estés en ella. Pero uno vuelve mejor porque trae consigo las calmas, silencios y consuelos de la caminata.
Chile todavía puede ser un “paraíso” senderista. Para lograrlo nos falta un montón de inversión pública y privada, de políticas públicas y éticas ciudadanas que protejan y recuperen nuestros paisajes, de infraestructura y, por sobre todo, de ideas. Pero lo podemos ser porque todavía tenemos lo esencial: un país precioso. En un globo cada vez más urbano, ruidoso, interconectado y congestionado, puede llegar a ser muy apreciado un país que ofrezca al mundo compartir sus calmas, silencios y consuelos.
En todo caso, es mejor partir pensando en cómo lograr que más de nuestros compatriotas puedan acceder a este vicio, en cómo hacerlo accesible y barato, claro; pero también en cómo educarlo y extenderlo. Después de todo, caminar un sendero es una actividad física que casi todos pueden hacer. Yo diría, predeciblemente, en medio de mi adicción, que además es una actividad del intelecto y del alma que todos debieran hacer. Así es, sinceramente creo que seríamos un mejor país si nos convirtiéramos en una nación senderista.

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