POR JUAN MANUEL VIAL, DIARIO LA TERCERA, SÁBADO 8 DE FEBRERO DE 2014HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2014/02/08/JUAN-MANUEL-VIAL/LA-CONDICION-TRAGICA-DE-ISRAEL/
El mejor libro que hasta el momento se ha escrito sobre Israel. Así han coincidido los expertos al referirse a My promised land, un ensayo fascinante y también un instructivo recuento histórico-personal publicado por Ari Shavit.
Nacido en 1957, nueve años después de la declaración de independencia de su país, Ari Shavit, el autor de My promised land, se define como un periodista de izquierda que “desde siempre” abogó por la paz y apoyó la solución de los dos Estados, el palestino y el judío. Sin embargo, gradualmente se dio cuenta de las fallas y los sesgos del movimiento por la paz, y así llegó a convertirse en un ave rara dentro de su entorno: en calidad de columnista del diario liberal Haaretz, Shavit ataca sin contemplaciones los dogmas de la izquierda y de la derecha. “La condición de Israel es extremadamente compleja, tal vez incluso trágica”, sostiene en el prólogo del libro.
Según el autor, los dos pilares de la condición actual de Israel son la ocupación y la intimidación. “Somos el único país de Occidente que está ocupando a otro pueblo. Y, por el otro lado, la única nación occidental que vive existencialmente amenazada”. El problema es que la mayoría de los analistas y observadores niega esta dualidad: la izquierda se enfoca en la ocupación y descuida la intimidación, mientras que la derecha habla de la intimidación e ignora la ocupación. “Sin incorporar ambos elementos en una misma visión de mundo, uno no puede enfrentar a Israel o al conflicto palestino-israelita. Cualquier escuela de pensamiento que no trate seriamente estas dos nociones fundamentales está condenada a la inutilidad”. Lo que hay que buscar, en opinión de Shavit, es una tercera opción.
El libro consiste en un viaje cautivante por la historia reciente de Israel, en donde el autor se detiene arbitrariamente en ciertos sucesos que, a la larga, componen un magnífico recuento del sionismo, desde su origen en la Europa del siglo XIX hasta el Israel de hoy en día. La parada inicial transcurre en la formación de los kibutz y en la llegada de los primeros colonos sionistas al valle de Harod: hacia 1921 estaba claro que el sionismo no socialista no sería capaz de colonizar Palestina. Surge entonces la alternativa socialista del kibutz, un movimiento que Shavit no sólo considera brillante, sino que también valiente.
Los 74 pioneros de aquella avanzada no pensaban en los cientos de miles de árabes que los rodeaban ni en las ciénagas que inundaban la mayoría del terreno disponible. Ante aquellos que argumentan que el asunto del socialismo idealista fue sólo un subterfugio, “un camuflaje moral de un agresivo movimiento nacional para oscurecer su naturaleza colonialista y expansionista”, Shavit responde: cierto y no cierto. Ambos elementos -el utópico y el estratégico- estuvieron presentes.
Un énfasis fundamental del libro está dado en cómo los israelitas consiguieron negarse a sí mismos la realidad circundante. De no haberlo hecho, sostiene Shavit, hoy en día no serían un país: “El milagro está en la negación”. Shavit dice haber nacido en un país que había borrado a Palestina de la faz de la tierra: “Los bulldozers arrasaron con los pueblos palestinos, las órdenes judiciales confiscaron tierra palestina, las leyes revocaron la ciudadanía de los palestinos y anularon su patria (…). Cuando yo nazco, mis abuelos, mis padres y sus amigos van por la vida como si la otra gente nunca hubiese existido, como si nunca hubieran sido expulsados (…) El negacionismo era un imperativo de vida o muerte para la nación de nueve años de edad en la que nací”.
Shavit aborda con detalle la construcción de la planta nuclear de Dimona (1967), hecho al que todavía le otorga características misteriosas. Y no es para menos: a la época, Israel era una nación de 2,5 millones de habitantes que adquirió una capacidad, la capacidad nuclear, que países como Alemania, Italia y Japón aún no poseían. Las siguientes paradas en el documentado viaje de Shavit por la historia de su patria -a lo largo de los años entrevistó a casi todos los protagonistas de los hechos en que se detiene- son los asentamientos de los años 70, la situación de Gaza en 1991 (“Gaza es el epítome de lo absurdo de la ocupación. Es una ocupación inútil. Es una ocupación brutal. Corroe nuestra propia existencia y erosiona la legitimidad de ésta”), la paz fallida de 1993.
Luego, en un capítulo titulado “J’accuse”, Shavit denuncia el racismo existente entre los judíos ashkenazis (de origen europeo) en contra de los israelitas orientales que llegaron con posterioridad a la tierra prometida. Al mismo tiempo, ataca con dureza a los creyentes ultraortodoxos, describe la amenaza demográfica que éstos plantean y se refiere a la masiva inmigración rusa; en la sección siguiente, llamada “Sexo, drogas y la condición israelita”, detalla el hedonismo sofisticado, y a la vez desenfrenado, que comienzan a practicar los jóvenes de Tel Aviv a partir del año 2000.
¿Qué salió mal?, se pregunta el autor al momento de revisar los sucesos de julio de 2006, cuando transcurría la Segunda Guerra del Líbano, que en ningún caso fue un conflicto mayor, pero que a Israel le significó, por primera vez en su historia, no ser capaz de derrotar a un enemigo (ni siquiera se trató de un Estado rival, sino de la milicia de Hezbollah). Los 33 años que siguieron a la guerra de 1973 fueron los más pacíficos para Israel, sostiene Shavit, aunque utiliza palabras como “charada” y “dolce vita” para caracterizar al período. Lo que desde siempre estuvo mal fue la ocupación, concluye.
Si Israel hubiese actuado con la claridad, la determinación y el buen foco que demostró en sus primeros años como república, “ya habría lidiado con el problema de la ocupación. De algún u otro modo, lo hubiese hecho. Pero aunque la ocupación es incorrecta, inútil y malevolente, no es la fuente de todos los problemas”. Algo más le sucedió a Israel, algo que casi todos los expertos en el tema “sorprendentemente ignoran”. En menos de 30 años, explica Shavit, su país pasó por siete levantamientos internos: el levantamiento de los colonos, el levantamiento de la paz, el levantamiento liberal-judicial, el levantamiento oriental, el levantamiento ultraortodoxo, el levantamiento hedonista-individualista y el levantamiento de los palestinos israelitas.
En cierto sentido, cada uno de estos trastornos estuvo justificado: “Buscaban justicia para una minoría oprimida y apuntaban a necesidades latentes pero vitales. Todos condujeron al centro del estrado a fuerzas que con anterioridad habían sido decididamente ignoradas o marginadas”. Pero la consecuencia de estos levantamientos fue la desintegración de la república de Israel: “No se avanzó en la consolidación de una democracia liberal operativa. Israel no se reconfiguró, después de cada movimiento, como una federación fuerte y pluralista de sus diferentes tribus”. Por el contrario: “Los levantamientos convirtieron a la nación en un circo político estimulante, excitante, diversificado, colorido, energético, patético y entretenido. Más que un Estado que podía navegar con seguridad por las peligrosas aguas del Medio Oriente, Israel se convirtió en un extravagante bazar”.
En el flanco externo, la situación no es más alentadora: si Israel no se retira del Banco Occidental, será política y moralmente condenado; pero si lo hace, podría enfrentar a un régimen que, apoyado por Irán y la Hermandad Musulmana, pondría en riesgo la seguridad del país con sus misiles. No hay dudas: la condición de Israel es compleja y trágica. “La necesidad de terminar con la ocupación es mayor que nunca, pero los riesgos también son enormes”.
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