El misterio de la belleza femenina que la mujer carga como aura...‏


¡Qué misterio es el de la belleza
que la donna carga consigo!

Ese misterio evanescente,
el eterno femenino
que resplandece 
por un instante maravilloso
y desaparece dejando su aura.

Nadie lo puede controlar;
y cuando se le controla
pierde un ingrediente
esencial de la belleza.

Esa espontaneidad
es parte de su encanto,
es lo que se manifiesta
al ojo receptivo
y al espíritu sensible.

Beauty lies in the eye of the beholder.

O incluso, para hablar
de otros sentidos,
la belleza que pasa
y que deja flotando 
en el ambiente
un aroma indescriptible
-un perfume indescriptible
que no es posible de atrapar
en un frasco- y que hace más tarde
al recuerdo suspirar profundo.

Y, por supuesto no existe el canon.
Al menos no es uno ni unos pocos.

La belleza es múltiple
en sus manifestaciones
y tiene sus momentos
para ser apreciada.

En cualquier instante,
súbitamente podemos
ser asaltados por la irrupción
de una belleza que no tiene
que ser despampanante;
ya que una mujer para ser bella
le basta ser verdaderamente mujer.

No necesita más para dejarnos
-tendidos en el camino-
heridos de belleza.

Y si bien, la belleza es insondable,
no acepta ser recargada, así como así,
como si pretendiéramos 
que necesita algo externo,
un estuco como aditamento,
creyendo que con eso
será una ganancia estética.

La verdadera belleza 
no necesita ser subrayada
con algún elemento externo
para ser reconocida como tal.

Como decía el poeta Bertoni:
eres tan bella,
que si lo fueras más,
dejarías de ser bella.

La hermosura 
puede durar un instante,
en que el corte de pelo, 
el brillo de los cabellos
parecieran conspirar
para que la belleza del rostro
alcance su máximo esplendor.

Puede ser la inclinación
de la postura para aparecer
en la imagen hiciera
que la sutil de la combinación
de delicadeza y armonía del conjunto;
la ternura y dulzura maternal
conjugadas con el atractivo
sensual de lo femenino.

Vaya a saber uno,
dónde está el secreto.

Mejor no saberlo.

Saber solamente
que no es posible poseerlo,
solamente contemplarlo
en actitud embelesada
y agradecerlo
como un regalo inmerecido.

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