Entre el declive y la caída libre...un último suspiro‏



HÉCTOR SOTO, DIARIO LA TERCERA, VIERNES 20 DE DICIEMBRE DE 2013HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2013/12/20/HECTOR-SOTO/CONTRA-LA-DECLINACION/cine





El martes  pasado, cuando habló sobre Verdi en el CEP, José Zalaquett dijo que el patriarca de la ópera italiana era de los pocos artistas cuya trayectoria se había eximido de las lógicas de la génesis, el auge y la declinación que están presentes en la carrera de casi todos los creadores.Dijo también que, tal como en el caso de Matisse, de Beethoven, de Goethe, de Picasso, Verdi habría terminado su producción musical (con Aída, con Othello, con Fallstaff), incluso por encima de lo que había estado en sus años de madurez.
Con todos los agujeros que un planteamiento así pueda tener, porque después de todo lo que importa del artista es su visión del mundo, y dentro de eso a lo mejor basta una página, una sola frase o quizás una línea como creía Borges para calificar al genio, la idea del artista blindado contra la fatiga, la sequía o el crepúsculo es provocativa.El arte comporta no sólo un desafío de orden físico, especialmente arduo en función de las graduales y no tan graduales limitaciones que se asocian con la vejez. También el tema tiene dimensiones más misteriosas. En una declaración feroz, por ejemplo, el viejo Miguel Angel Asturias, después del Nobel, dijo que se miraba con incredulidad porque le costaba unir al rebelde que había sido con el rinoceronte que el espejo le devolvía con su propia imagen todas las mañanas. Lo que está en juego, entonces, no sólo es un asunto de energía sino también de fuego interior. Los reumas no son nada comparados con las claudicaciones interiores.
¿Habrá genios en el cine que hayan quebrado como Verdi las barreras de la creatividad? La respuesta no es fácil. Conocemos casos notorios de longevidad, pero de ahí a pensar que los últimos Manuel de Oliveira o Kurosawa están a la misma altura de lo mejor que hicieron puede ser un engaño.
Sabemos que los años no son muy benévolos con los grandes cineastas. A lo mejor Ford tuvo más suerte que Hitchcock. No hablemos de Welles, que luego de un inicio de carrera extraordinariamente promisorio, pasó a presidir la galería de los artistas desperdiciados y malditos. Tampoco tuvieron el destino comprado Fellini o Visconti. A Bergman las cosas se le dieron mejor. Truffaut le celebraba a Renoir sus películas de vejez, pero a la distancia, claro, siempre existirán buenas razones para preferir Los bajos fondos o La regla del juego a sus obras postreras. No es sólo cuestión de percepciones. Por su complejidad técnica, por la cantidad de bicicletas que ahora hay que sincronizar para sacar adelante una película, quizás haya algo en el cine que es poco acogedor con las reclusiones y distancias que van imponiendo los años. El propio Scorsese acaba de reconocer en el Festival de Marrakech que ya no tiene el ímpetu ni la ambición ni el sentido del riesgo de antes y que, a los 71años, lo más probable es que ya no le queden sino tres o cuatro películas. Es triste siendo él quien es. Hacer cine exige una enorme cuota de obstinación y de renuncia. De renuncia a cosas que en la última etapa de la vida ya cuesta bastante más entregar.
El entusiasmo con que la crítica ha acogido el estreno de Bleu Jasmine, la nueva película de Woody Allen que podremos ver la próxima semana, es una nota estimulante porque supondría un quiebre en el ciclo declinante que viene describiendo su obra desde hace ya un buen tiempo. En realidad, más allá del esfuerzo que supone sacar una cinta por año, Allen ha estado envejeciendo mal y es una bendición que a los 78 años esté pudiendo torcer la fatalidad de la caída libre.
En el reino del cine suele haber alegría cuando aparece un talento joven.Pero debiera haber fiesta cuando un talento viejo se recupera.

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