francisco javier olea retrato josé alvújar Diario El Mercurio, Revista Sábado, 16 de noviembre de 2013 http://diario.elmercurio.com/2013/11/16/el_sabado/el_sabado/noticias/F84543E6-D06F-48EA-8ECB-DA4BAADFE657.htm?id={F84543E6-D06F-48EA-8ECB-DA4BAADFE657} Paola Gaviria tenía 27 años. Había llegado hace poco a París desde Medellín tras ganarse una beca de residencia artística. Al poco tiempo, ya tenía un novio. Una noche, él la invitó a una fiesta. Ella tuvo cosas que hacer y se atrasó. Cuando llegó, lo que vio fue a su novio besándose apasionadamente con una que no era ella. Desecha, desapareció de ahí. Corrió hasta el metro y tomó el carro que la llevaría a su casa. No podía parar de llorar. Un hombre que viajaba en el vagón junto a ella se dio cuenta de su desconsuelo y le preguntó en francés cuál era su nombre. Ella le dijo "Paola". "Power", le dijo el francés. "No, Paola", insistió ella. "Power", volvió a responderle él. Paola tomó el ticket del metro y escribió su nombre: PAOLA. El tipo tomó el ticket, le pidió el lápiz y escribió junto a su nombre la palabra POWER. Paola lo entendió como un nuevo inicio y se encerró a pintar con más fuerza, con la rabia de la desilusión y con nuevo apodo. Paola Gaviria, Power Paola, nació hace 36 años y hoy es una de las más destacadas novelistas gráficas latinoamericanas. Su libro debut Virus Tropical la ha expuesto a un reconocimiento que nunca imaginó, llegando a ser comparada, incluso, con la elogiada iraní Marjane Satrapi, autora de Persépolis. En esta novela autobiográfica, Power Paola narra, sin guardarse nada, su vida, desde su concepción hasta aproximadamente los 17 años, cuando su familia se desintegra y ella tiene que empezar a construir su camino. Llegó puntual a mi taller. Como acostumbro a hacerlo, le pedí que nos juntáramos ahí para poder conversar tranquilos y dibujar algo. Ella estaba de paso en Chile invitada por editorial Catalonia -en el marco de la Feria del Libro- para presentar su novela gráfica, hacer un taller e inaugurar la exposición Gótico Tropical en la galería Plop. Entró sonriendo, amable, con ese ritmo acompasado del ala norte de América del sur. Parecía un personaje salido de la cabeza de Tim Burton: pelo revuelto con incipientes canas, vestido a rayas blancas y negras, bototos, aro en la nariz y tatuajes en ambos brazos. Se sentó, vio la hoja que había dispuesto para que nos pusiéramos a dibujar y como si fuera una piscina en un día caluroso, desenfundó sus lápices para lanzarse a la terrorífica hoja en blanco. Me quedó claro: estaba frente a una dibujante compulsiva. Sin miedos. Voy a partir tratando de ordenar los hechos: nació en Quito, donde vivió hasta los 13 años, luego se mudó a Cali, Colombia, hasta los 22. Luego Medellín hasta los 27, París hasta los 29. Luego Sydney hasta los 31. Un año en Rosario. Recorrió Centro América. Y finalmente (por decirlo de alguna forma) está instalada en Buenos Aires. El periplo (en sus propias palabras) Quito, el virus "En enero de 1977 mi mamá sintió malestares e hinchazón. Según los doctores era completamente imposible que fuera un embarazo, pues hace un año se había sometido a una ligadura de trompas para, precisamente, evitarlo. Le diagnosticaron un "virus tropical", embarazo psicológico y hasta gases. Finalmente, luego de varios exámenes, se comprobó lo que ella temía: cinco meses de embarazo. Nací ese mismo año y me incorporé a una familia tradicional, de valores católicos y dos hermanas más". Cali, la iluminación "Cali es una ciudad increíble, pero muy cerrada y conservadora. Si uno dice que es artista, inmediatamente piensan que es hippie y que no hace nada en la vida. No se le daba ningún valor. Yo estaba saliendo del colegio y lo único que tenía claro era que quería ser artista o dibujante. Estaba destinada. Eran los 90, había mucha mafia. Las chicas llegaban al colegio contando que habían salido con un narco, que las había llevado a andar en yate, a Miami y que les habían regalado cosas. Había algo de miedo, pero era cotidiano y hasta estaba de moda. El ambiente era todo salsa y merengue, y a mí me gustaba el rock y el punk. Yo vivía como en un limbo; era artista, no era de la clase alta, no era mafiosa, no me gustaba la salsa, entonces me preguntaba: ¿y dónde quepo yo? Conocí a un chico que hacía grafitis y que tenía otros amigos con los que se reunía a pintar. Yo tenía 17 años y ellos como 35. Una vez me invitaron a una casa donde vivían todos y salían a pintar a las calles. Yo no podía creer que eso existía. Sentía que pertenecía a ese lugar, que era mi mundo. Y me puse a pintar con la tranquilidad de que no estaba sola. A los 21 años me di cuenta de que necesitaba estudiar, aprender más sobre pintura e historia del arte, o si no me iba a quedar en eso e iba a hacer siempre lo mismo. Y me fui a Medellín a estudiar Artes". Medellín, las artes "Medellín era distinto. No se sentían tan marcadas las clases sociales como en Cali y había más movida cultural. Estudié con muchas ganas. No faltaba a ninguna clase. Unos años después postulé a una beca de residencia artística en París porque quería ver cosas nuevas, abrir el mundo. Mandé mi portafolio y resultó. No lo podía creer". Paris, el dibujo obsesivo "A París me fui becada por un año que finalmente se alargaron a dos. Ahí viví sola. Trabajaba como niñera dos veces a la semana y de vez en cuando llevaba a una viejita al cine y veía películas con ella. El resto del tiempo tenía un estudio frente a Notre Damme, donde pintaba sin parar. Imagínate lo que era eso. Un sueño. Eso siempre me ha gustado. Encerrarme a dibujar sin parar. Siento que es como jugar. Aunque piense que lo que estoy haciendo es una basura, disfruto haciéndolo. Uno siempre está peleando y nunca está feliz del todo. A veces pienso que dibujo horrible y me pregunto la cantidad de dibujos malos que he hecho en mi vida. ¿Para qué? Pero no puedo parar, es una obsesión. Quizás si no fuera por esto, sería heroinómana. Es que cada uno llena el vacío de vivir como puede. Yo lo lleno con el dibujo, es lo que me mantiene viva y me ayuda a sacarme cosas de encima y reírme de ellas. En la escuela me decían que el arte no puede ser terapéutico... pero aceptémoslo, a mí me salvó la vida". Paola recuerda este momento e intensifica su mirada, como si estuviera buscando sus recuerdos en mis pupilas. Baja la cabeza y sigue dibujando a una mujer serpiente. "Recuerdo que en París llené muchas libretas apuntando y dibujando palabras que no entendía, andando en metro, copiando cosas de revistas. Tengo libretas de viaje desde los 14 años". (Como una compulsión vital, Paola dibuja en sus libretas. Pareciera que cuando cuenta sus experiencias, éstas fueran meros accesorios y que la vida real empezara al momento de apoyar el lápiz en el papel). "Un día, caminando por París, vi en la vidriera de una galería feminista china una convocatoria en la que pedían portafolios de artistas para hacer una muestra individual. Tomé algunos cuadros y partí. No tenía nada que perder. Estaba en la fila con otras chicas. La de adelante hacía performance, la otra video instalación y yo me sentía lo más old fashion del mundo con mis pinturas. Tocó mi turno y la galerista las destrozó, le parecieron horribles. Cuando ya me iba, frustradísima, escucho que me dice "pero esas libretas me interesan", apuntando a las libretas de viaje que tenía en mi bolso. A la semana me llaman para decirme que había sido seleccionada para la muestra. No lo podía creer. ¿Quién puede interesarse en las libretas personales de alguien? Se vendieron dos. Increíble. En ese momento vino muy bien esa plata. Pude dejar el trabajo de niñera por un tiempo y me dediqué más a dibujar y menos a pintar; total, a nadie le gustaban mis cuadros en Francia". Sydney, volver a las raíces "En Sydney, mi situación era aparentemente ideal. Trabajaba medio día de ayudante de cocina, me pagaban increíble y el resto del día me iba a los bares y cafés a dibujar. Vivía en un barrio lleno de prostitutas, borrachos y drogadictos, así es que tema no me faltaba. Pero me deprimía mucho pensar en que nunca iba a poder vivir de mi trabajo de artista. Estar obligada a tener un trabajo para costearme la vida. Fue ahí que empecé a hacer historietas para reírme de mí misma. Cuando mi ex terminó sus estudios, le dije "me quiero ir de aquí, lo mío está en Latinoamérica". Buenos Aires, el señor Freud "Se disfruta la soledad. Tiene algo más nostálgico. Te puedes sentar sola en un café y nadie se acerca a hablarte. En Colombia se te sientan seguro. No se concibe una persona sola. Ya soy una porteña más; como alfajores, bailo tango y me psicoanalizo". El virus Mientras dibujamos, Paola saca de su bolso una pequeña libreta verde con un dibujo de una mano tocando guitarra y el sugerente título "La comida está podrida en casa de soledad". "Te lo traje de regalo", me dice. Le agradezco y lo hojeo. "Lo escribí junto con Quique, mi ex pareja. Se podría decir que mientras lo dibujábamos, nos dimos cuenta de que teníamos que separarnos". Power Paola partió con Virus Tropical en 2008 y lo terminó en 2011. Empezó subiendo una página semanal a un blog de cómic al que fue invitada en Buenos Aires que se llama "Historietas Reales" y esa fue su disciplina. "Fue como sacarme esa historia de encima y lo menos que he hecho ha sido sacármela de encima (risas); incluso ahora se va a transformar en película y he tenido que redibujar todo para poder animarla". -¿Por qué hacer un libro tan desinhibidamente autobiográfico? -Cuando empecé a leer historieta, ya tenía un trabajo de artista plástico relacionado con lo autobiográfico. En la universidad, mi trabajo siempre fue muy autobiográfico y todos me decían que se acercaba al cómic, pero en ese tiempo, en Colombia, hacer historietas era como mal visto. Tampoco había mucho fuera de Condorito o Mafalda -que era lo que me gustaba- y los superhéroes que nunca me llamaron la atención. Cuando viví en Francia una amiga me empezó a prestar sus libros y me di cuenta de que uno podía contar lo que quisiera. Leí cosas maravillosas como Jimmy Corrigan, de Chris Ware, Diario de Nueva York, de Julie Doucet o uno de Debbie Drechsler, donde cuenta como fue violada por su padre cuando niña. Me preguntaba, ¿cómo no les da vergüenza contar todo eso? Y lo que consiguieron fue liberarme para poder decir "yo quiero hacer eso, quiero contar mi vida así". -¿Y cómo fue para tu familia y para ti? -Tenía miedo a ser demasiado evidente, a abrir las cosas de mi familia. Mi padre alcanzó a leer dos tercios del libro antes de morir. Cuando leyó la primera parte me llamó por teléfono y me dijo que se había avergonzado mucho, que uno nunca sabe que las decisiones que toma afectan tanto a los demás. Me dijo que nos juntáramos a almorzar y fui muy asustada por lo que me fuera a decir. Nos sentamos a comer y no me dijo nada. Creo que finalmente se movieron cosas que fueron positivas. Era como ver todo sin tanto misterio. ¡Ay, es la vida! -¿Eres feminista? -Sí, soy feminista. Uno se imagina el feminismo como un montón de mujeres que odian a los hombres. Pero a mí las que me dan rabia son algunas mujeres. Porque ha habido muchas que han peleado para que tengamos derechos y todavía existen las que siguen viviendo como un objeto, tratándose a sí mismas como algo peor que los hombres y que tienen que hacerse las tetas para que las quieran. -¿Y qué pasa con los hombres? -Hoy los roles se han desvirtuado. A mí me interesan los hombres feministas, que no tengan ningún misterio, que se relacionen de igual a igual con las mujeres. Nunca me interesó el macho alfa. -¿Y el amor? -Vengo saliendo de una relación de nueve años. Conocí a Quique en Cali, antes de irme a Francia. Tuvimos una relación como de un año. Luego yo me fui y mientras estaba en París a él lo atropelló un camión. Estuvo como seis meses postrado en una cama. Un día me escribió y me dijo que necesitaba salir de Cali, ver otras cosas. Le dije que se podía ir a mi casa y quedarse en mi estudio mientras encontraba un lugar para vivir. Llegó y no nos separamos más por nueve años. Nos casamos por el civil y todo. Me gusta estar en pareja. Siento que cuando no estoy en pareja gasto mucha energía. Pero me gusta mantener mi soledad. No me gusta esa sensación de abandono de las relaciones muy dependientes. -¿Y qué pasó? -El final de esta relación fue un momento duro. Mientras andaba en bicicleta me di cuenta de que quería estar sola, necesitaba aire. Me parecía tan extraño, porque nos imaginábamos juntos para siempre. Se podría decir que en ese momento me enteré de lo que estaba sintiendo. Empecé a dibujar cosas abstractas. Pura meditación. Hice muchísimos dibujos. Armé una exposición. Pasaba ocho horas diarias perdida en el estudio. Logré entender lo espiritual del arte. Siempre he sido muy escéptica. Pero de un tiempo a esta parte empecé a darme cuenta del poder que tiene el dibujar. Hay algo muy primitivo en esto de dejar registro y además que a alguien le guste lo que haces. -¿Qué viene ahora? -Mi nueva novela en la que estoy metida. Se va a llamar Todo va a estar bienes y se trata de relaciones con amigos, conversaciones y experiencias que me hicieron tomar decisiones y cambiar el rumbo de mi camino. Es muy distinta, está narrada con más calma, ya no tengo la misma prisa. -¿Qué dirías de tu dibujo y de ti misma? -Siempre he pensado que no tengo estilo. No puedo ser virtuosa, tengo un límite. No es que lo acepte porque siempre estoy tratando de mejorar. Me gusta copiar cosas, por ejemplo al Bosco, pero no me sale igual, es una versión propia de las cosas. Me encantaría dibujar lo más realista posible lo que me pasa y no me sale. ¿Y sobre mí? Prefiero no definirme. Me siento todo y nada a la vez. Prefiero seguir en ese no lugar y permitirme transitar sin ponerme límites. |
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