Camila Vallejo y el sistema educativo argentino: ¿ejemplo a imitar?

La ex líder del movimiento estudiantil chileno y militante comunista, Camila Vallejo, ha manifestado reiteradas veces su “admiración por el sistema educativo argentino”, asegurando su ferviente deseo de replicar en Chile un modelo semejante al que se emplea del otro lado de la cordillera, donde la “educación ha dejado de ser un bien de mercado y ha pasado a ser un derecho”. Vallejo expresó estar “sorprendida de cómo se ha logrado mantener un sistema gratuito, que permite y garantiza el acceso a todos”, olvidando —por supuesto— a costa de quién.

Mientras algunos levantan la bandera de la “igualdad deoportunidades” buscando una educación superior “gratuita y universal”, ignoran que las familias de bajos recursos también deberán financiar aquello que se denomina “gratuito”.
En términos de calidad, según anuncian los resultados obtenidos en el examen del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA) en 2009, Argentina es uno de los países con peor puntuación a nivel regional, obteniendo el puesto 58. Diverso es el caso de Chile (44) y Uruguay (47). La educación argentina ha tenido un colosal retroceso a diferencia de las mejoras registradas en los sistemas educativos peruano, chileno y brasileño. La clave reside en que al no encontrarse abierto a la competencia, el ámbito estatal no se ve obligado a ofrecer servicios de mejor calidad para favorecer al fomento de la eficiencia en el campo educativo.
  En materia de educación y a lo largo de la historia, los gobiernos han demostrado ser incapaces de ofrecer calidad. La famosa receta ofrecida por los burócratas para recuperar al sistema educativo, no es más que la misma enfermedad. Aumentar el gasto en conceptos de educación no le dará mayor calidad a la misma por arte de magia.
El fracaso de este sistema se hace evidente al contemplar que durante el período 2003-2005 ingresaron a las universidades estatales del país unas 885.100 personas, mientras que durante el período 2008-2010 sólo se graduaron 205.890.
Argentina forma parte de la lista de países con menor porcentaje de egreso en relación con la cantidad de estudiantes ingresantes: sólo se reciben 23 de cada 100 estudiantes, mientras que en Chile se reciben 59 de cada 100. En la actualidad es mayor la cantidad de egresados en universidades privadas que en universidades estatales. Aquí los incentivos pasan a cumplir su rol fundamental: donde hay más exigencia, mayor calidad, y se paga por el serviciorecibido, los estímulos son otros.
Una cifra aún más escalofriante es que alrededor de 900.000 jóvenes de 16 a 24 años “ni estudian, ni trabajan, ni buscan empleo” en Argentina —mejor conocidos como la generación “ni-ni”—. Esta cifra se ha incrementado a lo largo de la década, mostrando un amplio deterioro que encuentra su origen en el bajo nivel de los diversos escalones educativos.
Sin exámenes de ingreso, el número de ingresantes por año aumenta colosalmente, mientras aquellas carreras con duración aproximada de cuatro años se finalizan en un promedio de diez, y el resto de los estudiantes perpetúa sus estudios o decide abandonarlos. Ante este acontecimiento cabe preguntarse quién paga por aquellos años de educación derrochada. La respuesta parece ser evidente: el contribuyente.
En materia de educación y a lo largo de la historia, los gobiernos han demostrado ser incapaces de ofrecer calidad. La famosa receta ofrecida por los burócratas para recuperar al sistema educativo, no es más que la misma enfermedad. Aumentar el gasto en conceptos de educación no le dará mayor calidad a la misma por arte de magia.
He aquí los resultados de prolongadas décadas de despilfarro en un sistema educativo con bases paupérrimas y carentes de calidad. ¿Es este el ejemplo a imitar?

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