Chile no es angosto
dada su naturaleza marítima
y su proyección oceánica,
pero cuando se contempla como hoy
la luz mortecina del atardecer
en la que resplandecen hasta los chincoles
y en la que los queltehues
vuelan y graznan como si fueran gaviotas,
uno no puede dejar de sentir en la cara y en el cuore
esta fresca marina proveniente de la costa
y reconocer que somos una especie de fósiles precordilleranos,
mudos testigos de nuestro origen y amor por el mar.
Como aquella divisa portuguesa
que nos recuerda un epígrafe
del primer volumen del texto de Análisis infinitesimal
del recordado Rolando Chuaqui… y Néstor Bertoglio:
«Navegar es necesario; vivir no es necesario».
En fin, como decía Adolfo Couve
(tuve el privilegio de conocer y conversar
con su hermana Carmen, la semana pasada
en una exposición de pintura de una amiga
en Las Casas de Lo Matta):
«a la navegación libre sólo le bastan los vientos propios…»
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