EL LUGAR DE LA VULGARIDAD

Sociedad Feísmo en el siglo XXI


La semana pasada, una columna de Agustín Squella abrió un debate sobre el "patanismo" o los "comportamientos groseros" que, dijo, presencia a diario (conversaciones por celular a toda voz, pobreza de lenguaje...). Aprovechamos esa reflexión para ir, o intentar ir, más allá de la sola condena y preguntarles a ocho intelectuales -el propio Squella entre ellos-, ¿cuándo es natural la vulgaridad?, ¿cuándo se permite usted ser vulgar?  

por Juan Ignacio Rodríguez Medina 

Diario El Mercurio, Artes y Letras,
Domingo 6 de octubre de 2013
http://diario.elmercurio.com/2013/10/06/artes_y_letras/_portada/noticias/B667AEDA-9B99-4ED7-8A84-A5378159099D.htm?id={B667AEDA-9B99-4ED7-8A84-A5378159099D}
Al abogado, profesor de filosofía del derecho y premio nacional de Humanidades, Agustín Squella, le molesta que las personas hablen por celular a toda voz -en las calles, oficinas, cines, restaurantes, autobuses, etcétera-. Así lo dijo en su columna más reciente en "El Mercurio", titulada "Solo un poco más", en la que se descargó contra lo que llama "patanismo", o sea, los comportamientos groseros ("zafios" y "toscos", según la definición de "patán" de la RAE) que, escribió, "observamos a diario". Por ejemplo: los presuntos "artistas populares" que rayan muros; los olores de comidas varias que llenan el bus en el que Squella viaja desde la Quinta Región a Santiago; las demasiadas radios en donde solo oye a auditores contando sus vidas a cambio de "un tema"; la televisión abierta donde "destemplados alborotadores y alborotadoras en ruedo hacen nata en este medio, disputándose a gritos la palabra..."; los también gritones y mal comedores, dados a la risotada, que -dice- pueblan muchos restaurantes; o el vocabulario de hombres y mujeres, "donde 'weón' o 'weá' no son expresiones groseras, sino términos que suplen palabras que los hablantes ignoran".
Agustín Squella pedía en su columna "solo un poco más" de "buen gusto, un poco más de privacidad, un poco más de silencio, un poco más de lenguaje, un poco más de sobriedad, un poco más de paciencia, un poco más de contención, un poco más de responsabilidad". Lo que recuerda, en algo, a Joaquín Edwards Bello hablando del "feísmo", "invunchismo" -o culto a lo feo- que según él caracterizaba (o caracteriza) a Chile y a los chilenos: "Chile, tierra de temblores, llegó tarde al día del reparto del buen gusto y de la medida", decía el cronista y escritor. Y agregaba: "El invunche sobrevive en forma de deformaciones morales, en tergiversaciones de hechos referentes a personas y en el acto de degenerar o de viciar las leyes y las costumbres europeas al poco tiempo de haberlas adaptado a nuestro modo de vivir". O sea, un problema de clase, de todas las clases.
Otro tanto dijo Luis Oyarzún, en su diario íntimo, donde escribió que los chilenos proyectábamos nuestro feísmo a la naturaleza: "El [chileno] no mira el paisaje ni tiene la capacidad de verlo en perspectiva, que exige una condición mental superior, la facultad de desprendimiento estético y moral. Los montes, las selvas, las cascadas impresionan al chileno por su magnitud, como expresión espectacular de fuerza, y no por su belleza, tal como podrían deslumbrarlo un portaviones o un terremoto".
Pero -y teniendo en cuenta que los seres humanos llevamos siglos, tal vez milenios, quejándonos de la decadencia de las costumbres-, ¿será tan así la situación? Y si así fuera, ¿cuál es el problema? Y si hubiera un problema, ¿cuál es su origen?... ¿Siempre hay que guardar la compostura?, ¿siempre es condenable la vulgaridad? Ocho intelectuales ensayan ocho respuestas a partir de las siguientes preguntas: ¿Cuándo es natural la vulgaridad? ¿Cuándo se permite usted ser vulgar?
 Otto Dörr: "Lo vulgar es un disvalor, va en contra del proceso evolutivo"
"Nunca es natural la vulgaridad. Vulgar viene del latín 'vulgaris', que significa común, ordinario, al alcance de todos, pero también sórdido, abyecto. Es decir, ya en el mundo romano esta palabra tenía una connotación muy negativa y se había alejado de su raíz original, 'vulgus', que significa pueblo, masa, muchedumbre. ¿Cómo se explica este tránsito? Aunque no tengo autoridad en la materia, me atrevería a plantear la hipótesis de que tiene que ver con la ley universal del proceso evolutivo, que es la individuación y diferenciación progresivas. Ni un electrón, ni un unicelular se distingue el uno del otro. Los animales más primitivos, como los peces, son apenas reconocibles en su individualidad. La evolución va haciendo aparecer las diferencias individuales, proceso que culmina en ese fenómeno único que es el rostro humano y la respectiva identidad de cada cual. En el mundo de la cultura esto se manifiesta en la originalidad de la obra de arte y la carencia de valor de la copia. Lo vulgar es entonces un disvalor, porque va en contra del proceso evolutivo que avanza hacia lo único e irrepetible. La vulgaridad ha infectado a nuestro pueblo en forma transversal, desde los niveles socioeconómicos más modestos hasta los más altos: todos se visten igual, se comportan igual, hablan igual, sin la menor preocupación de hacerlo bien. Ha desaparecido el sentido estético más elemental y nuestro antiguo 'feísmo' del que hablara Keyserling en los años 20 ha adquirido dimensiones casi aterradoras. ¿Qué puede pasar en un país que ha perdido el sentido estético, cuando desde Platón sabemos que lo bello y lo bueno, vale decir, la estética y la ética, son inseparables la una de la otra?".
Psiquiatra y académico, autor de "Espacio y tiempo vividos".
Sonia Montecino: "La vulgaridad es siempre construida dentro de un contexto"
"El concepto de vulgaridad no remite, desde el punto de vista cultural e histórico, a ninguna 'esencia', pues actos que en el pasado formaban parte de la etiqueta y los protocolos hoy día no lo son (por ejemplo, escupir en las calles, colocarse la servilleta como 'babero'). Por ello, nunca la vulgaridad es 'natural', pues es siempre construida dentro de un contexto de clase, de generación, de etnicidad y determinado por los usos de una época. Si entendemos por vulgar la definición que da la RAE, es decir algo que 'es impropio de personas cultas o educadas', también tenemos que relativizar, pues hoy día 'ser culto' puede significar cosas distintas (un mapuche rural puede ser tanto o más culto que un ciudadano urbano, en la medida en que maneja un conjunto de saberes, lenguajes y acervos que el último desconoce por completo). Tengo la impresión de que la columna de Agustín Squella tenía otro sentido, con el cual podemos concordar y que se relaciona con la pérdida de ciertos códigos del buen vivir, de la tolerancia y del respeto por el otro; además, agregaría, de una cierta aspereza, mal humor y descortesía que reina en diversas situaciones a las que nos enfrentamos en la vida cotidiana, a una falta de mínimos gestos de amabilidad que en realidad más que hablar de conductas 'vulgares' alude al extremo individualismo, a la falta de cariño por las cosas que la comunidad ha construido, al arrasamiento de los patrimonios, a la indiferencia por el otro".
Antropóloga, Premio Nacional de Humanidades 2013, autora de "Patrimonio alimentario de Chile".
Gastón Soublette: "Se usan las palabras más groseras sin tener para qué"
"La vulgaridad es mala en toda condición, porque degrada las formas de expresión y las actitudes. Se puede decir cualquier cosa sin contenido, el discurso es cada vez más vacío. Los candidatos de las próximas elecciones, por ejemplo, usan un lenguaje degradado, se juega con grandes conceptos, como libertad y justicia, sobre la base de puros lugares comunes, sin ningún sentido. Este fenómeno siempre se ha dado en épocas de decadencia. Confucio fue el único en la antigua China que se dio cuenta de que el lenguaje había perdido su contenido, y con su libro "Rectificación de nombres y conceptos" reeducó a la sociedad china para que recuperara su dignidad. Lo mismo pasó con Sócrates en Grecia, cuando los sofistas usaban el lenguaje para decir cualquier cosa. Hoy la situación es más grave, porque lo que pasa en Chile ocurre en cualquier país, en Francia, en Alemania. El otro día vi una película en la que alguien decía: 'Ningún hombre está a la altura de su discurso'. Esa es la verdad más profunda. Se usan las palabras más groseras sin tener para qué. Yo a veces uso la palabra 'weón', pero para decir algo bien preciso. Cuando una persona se comporta de manera alocada, insensata, digo 'este weón qué se cree'. Pero ahora se usa como muletilla para terminar cada frase. Estamos en un proceso de degradación espiritual, psicológica y ética, y la vulgaridad es un subproducto de eso. Una persona que se degrada no puede sino vulgarizarse. Esos modales son el fiel reflejo de lo que está pasándole por dentro".
Filósofo y profesor de estética en la UC, autor de "Sabiduría chilena de la tradición oral (Cuentos)".
Agustín Squella: "No podemos ir por la vida en plan permanentemente serio"
"Hay que permitir y permitirse frivolidades, e incluso, de vez en cuando, alguna vulgaridad, si por esta última se entiende una expresión o conducta impropia de personas educadas. No podemos ir por la vida en plan permanentemente serio ni tampoco correcto. En mi caso, el lenguaje y comportamiento que tengo en el estadio y en el hipódromo no son ejemplo para nadie. Contra lo que estoy, sin embargo, es el patanismo (prefiero decir eso y no 'patanería', puesto que se trata de un culto y no de una simple actitud), esa vulgaridad brusca, estrepitosa, tenaz, rimbombante, y que algunos despliegan sin importar cuándo ni dónde ni ante quiénes.
Nada tengo contra los modos de ser popular. Todo lo contrario. Porque no es precisamente en el mundo popular donde el patanismo ha sentado sus reales en el último tiempo. Tampoco solo entre lo que se considera "emergentes". El patanismo es como una de esas plagas de primavera que atacan a todas las especies del jardín y no solo las más modestas.
Para combatir esa plaga no basta con cultivar sus opuestos: silencio, mesura, contención, reserva, paciencia, privacidad. Es preciso salirle al camino y atreverse a no permanecer en silencio ante sus constantes agresiones, en especial frente a las de la televisión abierta, que se hacen con grandes sueldos y abundante apoyo publicitario. Pero cuidado: el patanismo no es un fenómeno puramente nuestro. Se trata de un fenómeno a escala planetaria. Por tanto, no hay que creer que los males de este mundo son especies solo nuestras, como el copihue".
Premio Nacional de Humanidades, su libro más reciente es "Deudas intelectuales".
Marcela Serrano: "¡Cállate, boca vulgar, por favor, cállate o baja tu tono!"
"La vulgaridad parte por la boca. Cuido mi boca. Es el órgano más propenso a generarla, actúa como cable de transmisión para tantas de sus manifestaciones. Por ejemplo, cuando se la abre con avaricia para mascar y tragar ruidosamente cabritas en la sala de cine (¿no fuiste a ver una película?, ¿por qué acarreas ese horrible pote de chatarra que interviene hasta el mejor guión o actuación?). ¡El chicle!, es la vulgaridad máxima. Los decibeles, otro descuido de la boca: esas voces que se emiten destrozando toda armonía, irrumpiendo en el otro que no está interesado, que no quiere escuchar ni saber de toda esa estupidez, en la calle, en el café, en la cola de un servicio público, en la cabina de un avión, donde sea (¡cállate, boca vulgar, por favor, cállate o baja tu tono!). Y el lenguaje. Claro, lo produce el cerebro pero lo hace a través de la boca: escaso, triturado entre una muletilla y otra, reemplazado por sonidos insignificantes (¡no quiero pasar frente a la puerta de un colegio a la hora de salida de las adolescentes, no tengo por qué someterme a eso!). Y dejando la boca en paz, algo en que incurren los ojos y oídos: la televisión abierta. ¡El colmo de la vulgaridad!"
Escritora, su libro más reciente es "Dulce enemiga mía".
Isabel Cruz: "¿Existen los comportamientos 'naturales' en el hombre?"
"La formulación de esta pregunta me lleva a responder con otra ¿por qué una categoría cultural, como la que encierra el término 'vulgar', es implícitamente identificada con un presunto 'estado natural'? El tema es tremendamente complejo y ha motivado a filósofos, novelistas y sociólogos, entre estos últimos Norbert Elias, cuyo 'Proceso de la civilización' es un clásico. Probablemente la pregunta inicial sea una lectura, a mi modo de ver, demasiado literal del planteamiento central del libro de Elias, cual es el de la 'civilización' paulatina de las costumbres en el tránsito del medievo a la Edad Moderna. Bajo la influencia de los postulados de Freud, Elias enfatiza en los procesos de restricción e inhibición de hábitos y comportamientos presuntamente 'naturales'. ¿Existen verdaderamente los comportamientos 'naturales' en el hombre? Su pregunta, ¿sugeriría que el rayado de muros, el arrojar basura, el invadir el espacio auditivo del otro puede ser 'natural'? No nos han llegado rayados en las cavernas de los hombres arcaicos, y probablemente no se realizaron no sólo porque sus códigos de comportamiento no se lo permitían, sino porque simplemente no existía esa costumbre. Pienso que actos como los que menciona Agustín Squella son comportamientos aprendidos que se enseñan y transmiten. Hace cincuenta y hasta cien años atrás, en Chile circulaba no sólo en las élites, sino entre una parte significativa de los grupos sociales, el término 'bien educado' y su contraparte 'mal educado'. La educación no se identificaba así con instrucción, sino con maneras, comportamientos privados y públicos. Esta era una frase que estaba permanentemente en boca de madres, padres y profesoras abuelas, pero no sólo como prohibición, sino como estímulo al comportamiento equilibrado, armonioso, ordenado, respetuoso, desarrollado durante largos siglos por la cultura humanista. Hoy, salvo excepciones esto se ha perdido. Nos farreamos equivocadamente un patrimonio educativo que nos permitía funcionar, convivir y disfrutar de forma de no agredir al otro ni al entorno.
Todos tenemos equivocados comportamientos aprendidos que trato en lo posible de no exteriorizar. Creo que estamos viviendo en Chile un proceso de 'deseducación' que se creyó que iba a ser sustitutivo, pero aún no ha logrado diseñarse otro modelo de pauta de comportamiento público y privado, y eso no ocurrirá mientras una serie de disciplinas y de instancias educativas no midan los resultados de sus orientaciones teóricas y se pongan de acuerdo entre sí para revisar los modelos de hombres y mujeres que están primando actualmente".
Historiadora, docente de la Universidad de los Andes, es autora de "Rebeca Matte y su Época 1875-1929".
Pablo Oyarzún: "Nada hay de verdadero en la lengua que no delate su nacimiento bastardo"
"Pienso en la vulgaridad de la palabra. La verdad, no siento alergia por la vulgaridad. Solo me irrita aquella que se asocia al afán de lucro inmoderado y que suele ir acompañada de ignorancia prepotente, propia de muchos de nuestros empresarios y ejecutivos. Es probable que la naturaleza excrementicia del dinero, si se busca con avidez, se traspase en exceso a los improperios y obscenidades que, desnudos de todo ingenio, expelen las bocas de tales sujetos. En cambio, en las vulgaridades que pueblan el habla popular tiendo a ver, aparte de formas de sociabilidad que se podrá considerar chocantes, pero que son eficaces, una inventiva -acaso no de vocablos y giros que, sabemos, suelen ser obstinadamente los mismos, sino de tonos, de gesto y contexto- en la que se adivina una potencia de renovar el habla misma. No en vano las "lenguas vulgares", que son las romances -entre ellas la nuestra-, se desarrollaron a partir del latín vulgar, que hablaban la soldadesca, los tenderos, los urgidos o distraídos transeúntes, la gente anónima de la calle y de los campos. ¡Menuda forja! Nada hay de verdadero en la lengua que no delate, al fin y al cabo, su nacimiento bastardo. Por mi parte, amo esa vulgaridad y trato de administrarla. A veces me regala una baratija que atesoro como hueso santo".
Filósofo, docente de la Universidad de Chile, autor de "Razón del éxtasis".
Marcelo Mellado: "La oligarquía produjo un país ordinario"
"Yo soy fóbico con casi todas las expresiones urbanas que vienen de la impostura. Aunque yo haría una distinción. Es cierto que la calle es agresiva e invasiva y molesta; es facha. Hay otra calle que probablemente Squella no conoce, no quiero usar la palabra 'auténtica', y que también se hace notar y que convive con la otra. La hedionda y mercantil, la de caca de perro y vómito biliar, violenta y abusiva si no se está al tanto de los códigos. Lo de la experiencia de andar en buses interprovinciales y en las micros es fuertón. Un amigo hablaba del efecto Saigón como una especie de Babel posmoderna, con tecnología democratizada y harto efecto pop. Obvio que el tópico élites está presente como una distancia a la que opta un sujeto otro, aspiracionalmente otro. El martes viajé de Valpo a San Antonio, y en Casablanca se subió un compadre pikle, curado y con un hálito que el bus completo asumió como parte del registro; el compadre se bajó en Llolleo. Además, súmale a eso una música medio chicha y una que otra conversa por celular a todo trapo, nada que no esté fuera del hábito. La oligarquía produjo un país ordinario, porque es el que le conviene al statu quo; no lo digo por mero tributo a la conspiratividad, pero la vulgaridad patanística, para usar la expresión del mismo Squella, es nuestro gran proyecto cultural al que todos tributamos. Esa patanería, que nosotros en la praxis social llamamos simplemente flaiterío, reafirmo, es el producto cultural de un proyecto político que convino a las oligarquías, sobre todo con la promoción de guetos. Lo que pasa es que en el periodo democratoide, por su propia lógica populista, es imposible administrar y se vuelve impresentable e insoportable para el orden establecido, y un caldo de cultivo de toda la inmundicia, incluida una que otra revolución sin destino".
Escritor, el libro "La ordinariez" reúne sus artículos, crónicas y ensayos.
Humberto Giannini: "No hay palabras propiamente vulgares"
"A propósito de la columna escrita por Agustín Squella, estoy en total sintonía con los motivos de su malestar. Me referiré solo a uno de ellos: Creo que el celular puede llegar a ser un interruptor descomedido, violento, a veces grosero, de un encuentro íntimo, de una ceremonia, de una reunión cerrada, un verdadero cortocircuito en el desarrollo de una comunicación. Es muy cierto, además, que el poseedor de un celular suele sentirse con derecho a elevar la voz a volúmenes incompatibles con el espacio auditivo al que tenemos derecho en un ascensor o en un autobús. Vulgaridad -'patanismo' en el lenguaje de Squella- en el uso de un instrumento que, usado con prudencia, es útil a la vida en común.
El otro tema es el de la vulgaridad en el lenguaje; vulgaridad, por cierto, también en el uso. Pienso que no hay palabras propiamente vulgares sino por el uso y la ocasión en que se emplean".
Filósofo, Premio Nacional de Humanidades, se acaba de reeditar su libro "La 'reflexión' cotidiana".

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