La maestría en el uso de la voz y la palabra en diálogo con su propia imaginación...‏



El show de la vida

por Juan Manuel Vial
Diario La Tercera, sábado 31 de agosto de 2013

El narrador de esta novela es el ventrílocuo aludido en el título, un tipo solitario y avejentado que da cuenta parcial de su existencia a través de 198 notas escritas a mano, tal vez como única forma de atenuar el paso largo de las horas. Cultor de un oficio en decadencia absoluta, el de la ventriloquia, el personaje encarna en su figura a un mundo extinto, acaso él mismo una suerte de fantasma urbano que habita en pensiones y hoteluchos, y que, en otros tiempos, ciertamente mejores que el presente, conoció de cerca aquello que se llamó el Santiago bohemio. “Buena parte de mi carrera artística me tocó hacerla de noche, dedicado a trabajar junto al muñeco elegido en diferentes escenarios de la farándula”. La desazón y el desánimo con el mundo actual son temas recurrentes en las elucubraciones de quien escribe, pero, al mismo tiempo, se percibe en él el gozo inocultable que le produce el simple hecho de estar vivo.
Al tiempo que da cuenta del tejemaneje de su “arte de la simulación”, el ventrílocuo elabora una fina divagación acerca de las implicancias metafóricas que es posible rebanarle al acto de hacer hablar a otro, aunque sea un muñeco. La relación con la escritura, por ejemplo, está atractivamente desarrollada en las notas y toca un punto crucial, el de la voz. En otras ocasiones, el talento con que el narrador se gana la vida le sirve como resistencia, si bien mínima, ante los embates del presente y de la decadencia que éste conlleva: “Aprovechando la técnica lábil que domino de mi profesión, recibida tempranamente de las lecciones que me dictaran en la academia, suelo a veces en la vida común, perdido en el rebaño de la calle, lanzar desde el anonimato palabras soeces dirigidas contra las autoridades establecidas, sin otro objetivo que desatar la confusión que empuja a la anarquía”.
Ventrilocuo1
Además de los documentados recuerdos de aquella bohemia santiaguina que estimulaba cruces entre hombres de radio, empresarios artísticos, escritores, bataclanas y periodistas, el personaje que relata demuestra una fecunda fijación con el cine, algo que al lector interesado en la materia le resultará provechoso, puesto que a menudo los comentarios del ventrílocuo son, pese a lo breves, de una agudeza sublime. En cuanto a su carrera, el hombre se paró en todos los escenarios de su época, que no eran pocos, pero una vez desaparecida la noche, los lugares de trabajo fueron decayendo en encanto mientras los recortes de diario que daban cuenta de un pasado medianamente digno amarillecían.
Sin embargo, la memoria provee de momentos extáticos, como cuando el protagonista, invitado a un encuentro de magos enMontevideo, nos cuenta que “sólo atiné esa noche, ante el temor de ser nadie frente al público abarrotado bajo la carpa de feria instalada frente al Río de la Plata, a tener en vez del muñeco tradicional sentado en mis rodillas un pez de tamaño, semejante a la albacora, de lomo azul casi negro”. La experiencia ciertamente no fue desdeñable: “Esa noche uruguaya alcancé quizás ante mí mismo el mejor premio que puede obtener un ventrílocuo: mantener un diálogo con su propia imaginación”.
Resulta imposible no distinguir detrás de la voz del ventrílocuo la prosa sólida e inimitable de Germán Marín, esa sintaxis a veces peculiar que da aire y vuelo a la frase larga, al recodo que sorprende, ese modo original de escribir, cuyo efecto, de por sí misterioso, envuelve al lector en un embrujo placentero. Esta novela de fuerzas combinadas es una prueba más de la maestría en el uso de la voz y la palabra que se le reconoce al autor.

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