Un comentario previo al artículo en cuestión:
Un estilista de la plaza,
fallecido hace algunos años
afirmó que aquí no había kitsch
-práctica para la que se requiere
de una cierta cultura-
sino siutiquería simplemente.
Por alguna razón,
la palabra cursi no me gusta,
la encuentro enferma de siútica.
Ahora no es que sea tan lamentable
la siutiquería como expresión
(si uno no está expuesto a ella)
sino más bien como
impostación y virtual imposición
Un error de cálculo
a la hora de aparentar.
Alguien describió el arribismo
-y la siutiquería que conlleva-
como algo propio,
no de una clase media acomodada,
sino más bien de una clase media incómoda,
despojada con entusiasmo del sentido del ridículo
(esta última línea tomada prestada
de la sentencia final del texto
que conforma el núcleo de este envío).
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Clase media
En un reciente ensayo, Álvaro Enrigue enfatiza la íntima relación que se da entre el despegue de la literatura latinoamericana y la tardía emergencia, en buena parte del continente, de una clase media siempre vacilante respecto de su legitimidad y sus logros.
Ignacio Echevarría
En un reciente ensayo, Álvaro Enrigue enfatiza la íntima relación que se da entre el despegue de la literatura latinoamericana y la tardía emergencia, en buena parte del continente, de una clase media siempre vacilante respecto de su legitimidad y sus logros.
Ignacio Echevarría
Diario El Mercurio, Revista de Libros
Domingo 11 de agosto de 2013
Recibo estos días, recién salido de la imprenta, un ensayo de Álvaro Enrigue que publica la editorial Anagrama. Se titula Valiente clase media, y lleva un incitante subtítulo: Dinero, letras y cursilería. El autor se propone historiar oblicuamente "las formas en que la interpretación de asuntos de dinero y clase fueron separando a la escritura en castellano para convertirla en dos: la americana y la española". Un programa ambicioso, sin duda, que Enrigue afronta ocupándose de figuras tan variopintas como Rubén Darío, Manuel Gutiérrez Nájera, Manuel Antonio Carreño y Sor Juana Inés de la Cruz, entre otras. Y que entraña una tesis provocadora, que el prólogo del libro expone en los siguientes términos: "La modernidad, en Hispanoamérica, no se construyó, se impuso: fue un fenómeno exógeno que hubo que incorporar, y esa conquista fue contada en la épica minúscula de una pequeña alevosa burguesía que todavía se avergüenza -a menudo con buenas razones- de ser burguesa y ser pequeña, aunque no de su alevosía: todavía ostenta su riqueza mediante un gusto tan cursi que duele".
Enrigue enfatiza la íntima relación que se da entre el despegue de la literatura latinoamericana y la tardía emergencia, en buena parte del continente, de una clase media siempre vacilante respecto de su legitimidad y sus logros. Ya Ángel Rama -una de las influencias tutelares del ensayo de Enrigue- observó en su día el papel determinante que esa clase media tuvo en el surgimiento, primero, del Modernismo (al hispánico modo) y, más adelante, de lo que se dio en llamar el boom . Medio siglo después valdría la pena plantearse hasta qué punto la supuesta pujanza de una "nueva" literatura latinoamericana, sobre la que se viene discurriendo desde hace ya unos cuantos años, se halla ligada a movimientos de consolidación, de ampliación o de expansión de esa misma clase media.
Recuerdo a este propósito las palabras con que Roberto Bolaño proyectó dirigirse a los participantes del I Encuentro de Escritores Latinoamericanos organizado en Sevilla por la editorial Seix Barral, en junio de 2003. Como es sabido, Bolaño renunció finalmente a leer la conferencia que preparaba para la ocasión, dado que no la concluyó a tiempo. En su lugar, leyó un texto ya leído en una ocasión anterior: "Los mitos de Chtulhu" (recogido en El gaucho insufrible ). La inacaba conferencia de Sevilla se publicó póstumamente en Entre paréntesis , y luego en El secreto del mal . En ella, Bolaño comienza preguntándose "de dónde viene la nueva literatura latinoamericana"; a lo que enseguida se responde, con indisimulada malicia, que viene "de la clase media o de un proletariado más o menos asentado o de familias de narcotraficantes de segunda línea que ya no desean más balazos, sino respetabilidad".
¿Y qué hacen los nuevos escritores para adquirir esa respetabilidad? Según Bolaño, lo que hacen es ansiar el reconocimiento por todas las vías posibles, "pero no el reconocimiento de sus pares, sino el reconocimiento de lo que se suele llamar 'instancias políticas', los detentadores del poder, sea este del signo que sea (¡a los jóvenes escritores les da los mismo!), y, a través de este, el reconocimiento del público, es decir, la venta de libros".
Por las palabras de Bolaño, se diría que las cosas no son hoy sustancialmente distintas a como fueron tiempo atrás. La literatura latinoamericana seguiría estando determinada, de forma particularmente notoria, por las aspiraciones de una clase media que se serviría de la escritura y de la lectura -de la cultura, en general- como instrumento y emblema de ascensión social.
El ensayo de Enrigue insiste en relacionar este hecho con la vigencia que en el contexto de la literatura latinoamericana tiene "lo cursi", categoría sobre la que este autor discurrió hace tres años a su paso por Santiago, en la charla que impartió en la Cátedra Bolaño de la Universidad Diego Portales. Habló entonces, en relación a Rubén Darío, de las "políticas de la cursilería", y lo hizo en términos muy semejantes a los que emplea en el primero de los capítulos del ensayo que aquí se comenta, "El estigma de Darío".
La de "lo cursi" es una categoría resbaladiza donde las haya, y no estoy seguro de que, tal como Enrigue la maneja, tenga utilidad en el presente. Habría que considerar hasta qué punto "lo cursi" (emparentado de forma cada vez más enmarañada con "lo kitsch ") no es ya un rasgo constitutivo de la cultura contemporánea, que es desde hace mucho una cultura de masas, cuyo patrón y cuya fraseología aparecen ajustados a los de una clase media que entretanto ha acaparado los órganos de consagración.
Hace una semana, el suplemento cultural del diario español El País dedicaba a "los nuevos escritores latinoamericanos" un extenso reportaje cuyo eclecticismo parecía amparar toda opción estética, e incluso ética, bajo el mismo manto de ecumenismo y comercialidad. El reportaje, titulado "Letras en vuelo libre", se ofrecía ilustrado con las fotografías de tres de esos "nuevos escritores" (la argentina Lucía Puenzo, el chileno Alejandro Zambra y la cubana Wendy Guerra) captados en pleno salto hacia arriba, sus figuras recortadas sobre el papel.
Tiene interés preguntarse cómo detectar la cursilería en una cultura que, cifrándolo todo en la apariencia y en la mercadotecnia, se ha despojado con entusiasmo del sentido del ridículo.
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