Más allá del esplendor de la vista panorámica...‏



Contemplar desde esta atalaya 
la magnífica vista de una parte de Santiago
nos hace tomar conciencia de varias cosas:
deel esplendor de la belleza del paisaje
que la cambiante luz del valle le confiere.

Rodeado de montañas
nos maravillamos al percibir
el cambio constante de tonalidades
como algunas zonas se destacan
y otras desaparecen, las texturas,
los colores, los contrastes
y ese dramatismo de los 
impresionantes relieves
que la geología infringió al paisaje.

La sucesión de estaciones
lo va ordenando todo
y hasta sugiriendo qué mirar:
por ejemplo, en pleno otoño,  
el espectro de colores
de las hojas del liquidámbar
y a fines del invierno, anunciando
ya la primavera deslumbrarse con
los ciruelos, almendros y aromos en flor.

Hay tantos detalles en los que la vista
y la mente se pueden extraviar
mientras se descubre nuevos secretos
que el paisaje cambiante nos tenía reservado.

Pero hay también mucho que uno no ve.
Y cómo no recordar a los que no pueden ver.

En cierto sentido todos estamos ciegos.
Lo esencial es invisible a los ojos,
se lee en El Principito.
O como esa frase de Matta 
para un libro destinado a niños no videntes:
para ver lo que la luz esconde...

Claro, se divisan las casas y edificios.
Las obras en construcción.
Se percibe la actividad vehicular de día
y la calma relativa de la noche.

Pero lo que ocurre allí,
en ese espacio de intimidad
no se ve. Y así debería ser.

Aunque muchas veces 
nos preguntamos
por lo que sienten esas personas
desperdigadas en el valle
y encaramadas en los cerros.

Tal vez muchas se encuentren
o se sientan solas.  Algunos
tal vez estén desesperados,
frustrados o amargados
por diversas causas: angustias, 
deudas o reveses económicos,
un examen médico preocupante,
alguna o varias discapacidades;
dolores o malestares continuos,
insomnios, tantos sufrimientos:
penas de amor, desiluciones
una noticia devastadora: accidentes, 
la muerte de un ser querido.
Dudas de fe, rabia, resentimiento,
envidias, vicios, desencuentros,
malos ratos, desinteligencias, malentendidos...

Dificultades en la convivencia,
en el trabajo, separaciones, 
tristezas de diverso origen,
nostalgias…en fin la lista
no terminaría nunca: desprecios,
agresiones, amenazas, violencias,
abusos, temores reales o imaginarios…

Cómo evitar males mayores,
y cómo aliviar males menores.

Sólo respetar el espacio privado
pero queda el propósito
de acompañar de alguna forma,
con la oración sobre todo, 
a tantos y tantas que lo necesitan…
y la intención de estar más cerca
de los que nos necesitan,
no olvidarlos nunca…

Hacerles sentir el cariño 
a los que sufren, 
en el cuerpo y/o en el alma.

Abrazarlos a todos y a cada uno
en un abrazo de amistad, de afecto 
y de paz…por siempre.

1 comentario:

  1. Paradojalmente la niebla ha cubierto esta parte de Santiago,
    por lo que el paisaje necesariamente se convierte en algo introspectivo,
    tal vez en completa sintonía con el espíritu con que se escribió este posteo.

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