Guadalajara




por Héctor Soto

Publicado en La Tercera, 07 de diciembre de 2012 
Cuando hace un año Beltrán Mena, médico y escritor, aceptó el cargo de comisario de la participación de Chile en la feria del libro de Guadalajara, nunca sospechó del berenjenal en que se estaba metiendo. Quizás tampoco lo tenía muy claro el Ministerio de Cultura. Fueron meses de trabajo muy arduo. No solo eso: como a la semana de asumir, Mena ya tenía clara la imposibilidad de dejar contentos a todos. Varias de las recriminaciones, guerrillas y desinteligencias que le iban a complicar su trabajo habían comenzado mucho antes. De ahí en adelante se aplicó, entonces,  a  hacer  las cosas lo mejor posible para asegurar -por encima de intereses gremiales o sectoriales en juego, por encima del ego hipertrofiado a numerosos actores del mundo de la cultura- una muestra de Chile en Guadalajara que fuera lo suficientemente amplia, ecuménica y generosa. Allí no estaba todo Chile pero sí una parte importante de lo que es el país literario y cultural. Esta es una sociedad pujante, diversa, que tiene unos cuantos acuerdos sobre la democracia y el mercado, pero muchísimos desacuerdos sobre el pasado, la transición, el rol del Estado, las políticas públicas y una larga lista de asuntos más. Es también una sociedad que todavía se ubica, en términos de ingreso, bajo la línea de flotación del desarrollo, pero que está un poco enardecida con la dinámica de la prosperidad de los últimos años. Hay que decirlo: no es una sociedad culturalmente muy activa ni muy rica, pero algo tiene y ese algo es lo que Beltrán Mena quiso llevar a Guadalajara. Escritores relativamente consagrados y gente nueva; editoras nacionales todavía chicas aunque con muchos planes para pasar a ligas mayores, una producción atendible de libros de historia, de crónicas y de no ficción…

¿Es poco?  Sí, no es mucho. No hay en estos momentos en el horizonte literario chileno un fenómeno como el que -gústenos o no- fue la “nueva narrativa” de comienzos de los 90. Quizás nuestras letras hayan conocido tiempos mejores. Súmese a eso que además se restaron autores de mucho éxito comercial y amplia convocatoria en México, como Isabel Allende, Marcela Serrano y Antonio Skármeta. Siempre quedaban, claro, Jorge Edwards, premio Cervantes; Pedro Lemebel, a estas alturas una de las voces más distintas y disonantes de la literatura latinoamericana; Roberto Ampuero, Pablo Simonetti y Carla Guelfenbein. Pero en México quizas ninguno de ellos para el tráfico, como sí lo paran Allende o Serrano. Por lo mismo, fue buena idea complementar la oferta cultura con algo de cine, de teatro, de danza, de rock y de música popular. Lo que más funcionó fue esto último, no solo porque Los Tres y Los Bunkers tienen altísimo rating en México sino también porque gracias a figuras como Gepe, Javiera Mena o Pedro Piedra, el rock chileno está pasando por un momento excepcional.

Aunque por sesgos políticos la apuesta del mundo cultural era que los organizadores del stand chileno iban a hacer el ridículo, simplemente porque no cabe en la cabeza que un gobierno de centroderecha pueda hacer algo bien, menos en los dominios de la cultura,  la experiencia fue satisfactoria. Satisfactoria en términos de amplitud de la muestra, de cantidad de libros vendidos, del número de escritores, ensayistas, poetas y periodistas que viajó, de los contactos que hicieron las editoriales grandes, medianas y chicas (agrupadas, respectivamente, en la Cámara del Libro, en el organismo de los sellos independiente y en las editoras chicas que convergen en la Furia del Libro) y, no en último lugar, de la imagen país que se proyectó. Siempre las cosas se pueden hacer mejor, desde luego. Pero para Beltrán Mena y su equipo, para Sergio Parra, que estuvo a cargo de la librería con un entusiasmo que difícilmente otro librero hubiera podido tener, esta fue una suerte de graduación en logística y una exitosa prueba de resistencia contra los rumores tóxicos y la mala onda. Con energía, con buena voluntad, las ideas razonables no tienen por qué no salir adelante.

Habiendo hecho Chile un buen papel en Guadalajara, no nos desubiquemos, eso sí. Nuestra literatura es de peso liviano. Nuestro mercado editorial es extremadamente chico. Las editoriales, los autores, dependen mucho de los subsidios del Estado y basta que el Estado estornude para que muchos se vayan de espaldas. Esta circunstancia es la que crispa las sensibilidades y gatilla discursos políticos allí donde debieran primar los discursos editoriales. Hay que hacer crecer el mercado, tanto para que leamos más, podamos exportar su poco y la industria editorial depende menos del Estado. ¿Cómo se logra eso? Bueno, entre otras cosas, con más Guadalajaras. Pero trabajando juntos desde el comienzo.

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