«Nuestro tiempo terminó»... "sin Pena ni Gloria"‏



por Héctor Soto

Publicado en La Tercera, 03 de noviembre del 2012 
Sólo quienes tengan un muy alto concepto de la pedagogía del fracaso podrían creer que al gobierno del Presidente Sebastián Piñera le queda aliento suficiente para sorprender o llegar mucho más lejos con su gobierno en lo que le resta del mandato. Las cartas, por lo visto, ya están jugadas. Por un lado, es demasiado tarde para cambiar. Por otro, el Presidente es inseguro. Son complejos los equilibrios internos del Mandatario. Siendo un empresario muy audaz, Piñera es, sin embargo, un político poco atrevido y timorato. Basta ver los ajustes de gabinete que ha hecho: todos tardíos, todos reactivos, todos sensatos aunque solamente en el margen.


Lo que sí tiene el Presidente es resistencia. Ha caído y lo han botado mil veces. Hubo momentos en que nadie dio un peso por él. No tiene sentido recordarlo ahora, a menos que lo que interese sea agregar más tensiones a las ya existentes en la coalición de gobierno. Sin embargo, la historia dice que, con fuerzas que saca vaya a saber uno de dónde, Piñera se levanta y recompone. Se diría que está en su destino político ser un superviviente.


Ahora bien, y por mucho que sea difícil trazar con claridad los deslindes, una cosa es él y otra su gobierno. Lo más probable es que él siga empujando el carro hasta el final, con la misma fuerza, si es que no con una mayor, que cuando entró a La Moneda. Aunque no hay mandatario que no diga que va a gobernar hasta el último día, Piñera seguro que lo va a cumplir. Bachelet también lo dijo, pero la verdad es que los meses finales de su administración estuvieron dedicados a preparar su propio jubileo. Sólo el terremoto nos privó de los tramos más impúdicos de ese libreto, que hasta mediados de febrero se estaba cumpliendo al pie de la letra. El sismo arruinó la fiesta cuando las mesas ya estaban puestas.


¿Cuánta gasolina le queda en el estanque a la actual administración? Poca, por cierto. Incluso para sus partidarios, el gobierno propiamente dicho se agotó el domingo pasado, en medio de sentimientos muy encontrados. Las expectativas, claro, eran mayores. En todo caso, fue sano este ensayo general de alternancia democrática. Fue bueno para la centroderecha probar que califica tanto como fuerza política comprometida con los equilibrios macroeconómicos como con aspiraciones sociales de equidad que eran sentidas, aparte de legítimas. En el test de gobernabilidad a esta administración no le fue muy bien, pero en eso también incide el tipo de oposición con que se encontró. A partir del veto moral a que la derecha pudiera gobernar, durante largo tiempo esta oposición se la jugó por la ingobernabilidad. El discurso vino a cambiar sólo este año, a raíz del descrédito en caída libre de la política. En los próximos meses veremos cómo va a seguir cambiando. Llegará el momento -porque la Concertación siente que el traspaso está muy cerca- en que los más interesados en que Piñera termine bien sean los dirigentes opositores más responsables. La vuelta de carnero puede tener aspectos impresentables, pero, qué quieren, esto es política, no estética. Votos habrá para sacar algunas iniciativas específicas. Claro que sólo aquellas que a la Concertación le interesen. 


Ya con los primeros escrutinios del domingo pasado comenzaron a destrabarse o a romperse los cerrojos de resguardo que unían a los partidos oficialistas con el Presidente. No hay que rasgar vestiduras a este respecto. La política es así. La política no es una filial de la lealtad, sino un oficio que tiene que ver con el poder. Es la ley de la vida: este gobierno va a terminar y los partidos tendrán que seguir. El gobierno tiene fecha de vencimiento y es lógico -también responsable- que la Alianza no quiera tenerla.

Aunque después de toda derrota sobran los generales y el gobierno tendrá que hacerse un profundo autoexamen para explicarse por qué ocurrió lo que ocurrió, la hipótesis más atendible dice que esta administración cumplió en gestión lo que incumplió en política. Esto, no siendo un consenso, porque incluso hay quienes creen en la centroderecha que tampoco Piñera es un buen administrador, habría tenido efectos fatales para la acción gubernativa, dado el clima anímico de la sociedad chilena. Era cuando más liderazgo político se necesitaba. Era cuando menos máscara había que tener.


Pero el Presidente apostó a la economía. Pensó que no había mejor relajante muscular para los intranquilos que el dinamismo de la actividad productiva. Pensó que la única encuesta que valía era la del empleo y la del mejoramiento de los ingresos. El problema es que no siempre las cosas funcionan así. Lo que vale para las empresas no necesariamente vale para las sociedades. Entre unas y otras se interpone un asunto que se llama República -un concepto que comporta un ethos, un imaginario y un conjunto de protocolos asociados al ejercicio del poder- y que por desgracia no está siempre presente en los poderosos circuitos neuronales del cerebro presidencial.


Salgan pocos o salgan muchos ministros en el próximo ajuste ministerial, nada sustantivo cambiará. Se está acabando el partido. Como canta Violeta en el glorioso acto final de La traviata, “E tardi”. Este otro final no será tan glorioso, no obstante que Bachelet aún no está elegida y, como lo aprendieron los estrategas políticos de este gobierno, las elecciones se ganan no con encuestas, sino con partidarios capaces de levantarse temprano para ir a votar.


Al margen de la fuerza con que está creciendo el país y del vigor que ha mostrado el empleo, La Moneda debería prepararse para un escenario de soledades. Como era previsible, este gobierno no le gustó nada a la oposición. Y poco a las huestes del oficialismo. 


Si Piñera le entrega la banda a un sucesor de su misma coalición, cosa que será difícil, la oposición va a tener más razones todavía para odiarlo. Pero si consigue hacerlo, no le quepa a usted duda que hasta los más críticos de su sector hallarán modo de correr las alfombras, reordenar los muebles y de hacerle un generoso espacio en su corazón.

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