Impuesta la obligación, se deroga la responsabilidad...‏



Adolfo Ibáñez 
Diario El Mercurio, Lunes 19 de Noviembre de 2012 
Participación

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Menuda polémica sobre voto voluntario u obligatorio. Llevamos más de 20 años encerrados en esta falsa disyuntiva. Al imponerse una obligación se desvirtuó una base esencial de la vida política. Al plantear como alternativa la voluntariedad se termina de completar la distorsión de la participación cívica. El voto no puede ser impuesto, así como tampoco es un acto que se ejecuta si a uno le place. Si la democracia nace de la afirmación de la libertad intrínseca de las personas, el hecho de votar para elegir a las autoridades no es más que una manifestación de ella.
La imposición eliminó la necesidad de plantear el ejercicio de la libertad como base de la actividad cívica. El resultado fue la configuración de un electorado cautivo y más o menos atemorizado por la dura sanción. La corrección social consistió, primero, en que el padrón electoral se congeló, hasta el punto de que casi no había electores menores de 40 años y, segundo, que la población se alejó de la política.
Con la derogación de la obligatoriedad se manifestaron ambas correcciones en la elección reciente, con el resultado de que el número de votantes disminuyó. Sin embargo, se continúa polemizando en torno a la obligatoriedad o la voluntariedad del voto, como si las personas fuéramos robots al servicio de unos pocos iluminados. Es decir, se continúa olvidando el principio fundamental de un sistema democrático: la libertad de las personas.
Y esta última se manifiesta en actuar con responsabilidad frente al país del que todos somos parte. En lenguaje de aforismo, se podría afirmar que "impuesta la obligación, se deroga la responsabilidad". Aquí llegamos al punto central del problema que adolece nuestra vida política: ha olvidado el norte de satisfacer las inquietudes y las demandas del país. Orientada fundamentalmente a la captura y mantención del poder, mediante el halago demagógico y la satisfacción de presiones grupales, ha perdido su trascendencia y, por ende, su conexión con las personas. De aquí deriva el desinterés por participar en las elecciones.
Hoy se plantea también la obligatoriedad de las primarias. Una vez más se repetirá aquello de que "impuesta la obligación...". No nos quejemos de lo que venga más adelante.
La falla es que la vida política no ha ensalzado debidamente el valor de las personas y de su libertad, sino, al contrario, ha degradado el espíritu cívico. La corrección está en mejorar el testimonio de las acciones más que en las ideas y los discursos.

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