La mente brillante de La Bandera

 
Es primo de Arturo Vidal. Se crió bajo las mismas condiciones de vulnerabilidad. Pero a diferencia del deportista, que emergió gracias al talento de sus pies, Carlos Albornoz lo hizo con su cerebro. Su historia demuestra que no sólo el fútbol sirve para escapar de la pobreza.   

POR SABINE DRYSDALE | RETRATO SERGIO LÓPEZ  
Diario El Mercurio, Sábado 20 de octubre de 2012
http://diario.elmercurio.com/2012/10/20/el_sabado/reportajes/noticias/E16106F2-4E5E-4D35-834F-C4A9659A9930.htm?id={E16106F2-4E5E-4D35-834F-C4A9659A9930}

Galvarino 171.
El psicólogo. El Master of Science. El doctor en Recursos Humanos de la U. de Florida. El profesor e investigador en emprendimiento en la U. del Desarrollo y antes en la U. de Chile. El ganador del Fondecyt 2012. El consultor del Banco Interamericano del Desarrollo, de la Minera Escondida, de la PepsiCo, de Multiexport Foods, que también ha trabajado para Barnes & Noble y para el Ministerio de Economía; él, 36 años, casado, un hijo, sentado una tibia mañana de primavera, mientras bebe un café en el Starbucks, dice el nombre de la escuela donde estudió la básica, que queda a unas pocas cuadras de la casa en que creció en la población La Bandera, comuna de San Ramón:
-Galvarino 171.

Y relata:

-Debe ser de los peores colegios de Santiago, de gente pobre, vulnerable, un colegio muy malo.

Carlos Albornoz Pardo, el dueño de este brillante trayectoria académica, en tercero básico, por encargo de su profesora, tenía que revisarles el cuello de la camisa al resto de sus compañeros que, de tenerlo sucio, eran devueltos a sus casas.

-Lo recuerdo con distancia y digo: qué loco. Me acuerdo de eso, de ser siempre el niño que sacaban de la sala, el niño que estaba adelante cantando en el coro. Me pasó al revés del negrito de Harvard, pero yo era igual de pelusa que ellos, más blanquito, pero igual de pelusa, del barrio. 

-¿Qué lo hacía diferente?

-Hay un tema de coeficiente intelectual. Y mi mamá. Una mamá atenta a la oportunidad y ambiciosa.

Una mamá que rápidamente lo sacó del Galvarino para matricularlo en el Domingo Savio, de los salesianos. Y luego en el Barros Borgoño. Y después en el León Prado de San Miguel.

Su paso de un colegio a otro fue atropellado. Del Barros Borgoño al León Prado, pasó de promedio 6,7 a promedio 4,7, siendo el mismo alumno. En inglés pasó de 6,8 a 3,3. 

-El Barros Borgoño es un colegio admirable para la clase trabajadora y el León Prado no está entre los 100 mejores del país. Así que la distancia entre los que venimos de allá abajo y los que lo han tenido todo es súper grande.

Luego vino la U. de Valparaíso y, con la Beca Presidente de la República, el viaje sin escalas a Estados Unidos.

Su padre, Víctor Hugo Albornoz, sin educación básica completa, que trabajaba como fletero, y en los tiempos de vacas flacas como colero -vendiendo cachureos sin permiso al final de las ferias libres-, no compartía la obsesión de su madre. 

-Mi papá siempre ha sido un emprendedor. Es una persona que no ve ningún valor en la educación. Siempre cuestionó a mi mamá por esto de meternos en colegios mejores.

-¿Qué futuro veía para usted su papá?

-La mitad de Chile no se hace esa pregunta. Las mamás se hacen esa pregunta. Y los papás educados. Pero un papá que no fue a la universidad no entiende cómo es el futuro. Se abruman con la cantidad de información y la responsabilidad. y eso, con el machismo chileno, se convierte en bloqueo, en terquedad, en rabia Yo vivía en estos blocks que estaban en Vespucio y me acuerdo de los papás de mis vecinos, obreros, carpinteros, comerciantes, de esa clase trabajadora de una ignorancia profunda.

Su mamá, Ana Luisa Pardo, auxiliar paramédico del Hospital Barros Luco, es también prima hermana de Jacqueline Pardo, la mamá de Arturo Vidal, el mediocampista de la Juventus, que gana $163 millones al mes.

Arturo Vidal, que vivía a unas cuatro cuadras de los Albornoz, era de la rama más pobre de esa familia. Su madre, Jacqueline, incluso trabajó un tiempo de empleada en la casa de los Albornoz.

-Siempre la familia se ha ayudado. Mi hermano Víctor siempre los ayudó, con plata o a orientarse. Yo hice los trámites con la Jacqueline para tratar de meterla al programa Puente en la municipalidad. Tenía cinco hijos y estaba sola y con el mínimo.

Hoy, Carlos Albornoz asesora a su primo con los temas económicos.

-Lo ayudo a comprar cosas. El futuro de Arturo económicamente parte ahora. Tiene sus necesidades básicas cubiertas, compró todo lo que se le hubiera ocurrido comprar.

Toda la familia partió igual de pobre. El despegue vino en los 90, cuando su hermano mayor, Víctor, que no fue a la universidad, sino que a un colegio técnico, consiguió un buen trabajo en Alusa, del que fue despedido. Con el finiquito fundó Kitchenpack, una fábrica de envases que hoy compite con Alusa, donde tiene 200 empleados.  

El hecho de tener un buen trabajo le permitió a Víctor viajar al Mundial de Francia, donde hizo contactos que más tarde ayudaron a potenciar la carrera de Arturo Vidal.

-Arturito decía: "Tío, póngase ahí y le voy a pasar la pelota", y de una punta a la otra de la cancha me ponía la pelota en el pie. Eso era lo impresionante. Nunca pensé que iba a llegar tan lejos. La única señal que teníamos era que nunca se equivocaba en dar un pase.

Sin embargo, el mayor talento está en su personalidad, en algo que les viene de familia y que él también posee: la porfía, la perseverancia y la ambición.

-Para ser futbolista profesional tienes que luchar contra tantos y tantos egos, que lo más importante es tener una personalidad fuerte y perseverancia. Yo entendía muy bien cuando el entrenador nos decía: "Le voy a dar la oportunidad a Arturo, pero si me falla quiero que me entiendan que me cuesta la pega". Nosotros le hacíamos entender a Arturo que era su trabajo, que tenía que ser responsable. Como no había un papá presente, el que respondía por el niño era mi hermano. Y como yo estudiaba psicología, cuando a mi hermano se le descontrolaba un poco la cosa, me llamaba y me pedía: "convérsale al Arturito".

-Ahora que él tiene tanta plata, ¿sigue confiando en ustedes?

-Sí. Arturo sabe que no necesitamos plata y esto partió de antes.

Cada domingo, Carlos Albornoz viaja desde su departamento en Providencia al club Rodelindo Román, primer equipo de Vidal, donde juega fútbol con los viejos del barrio. También se encarga de la parte administrativa del club. Lo llaman "ingeniero".

El Rodelindo Román fue fundado por su abuelo, Luis Pardo, que era hermano del abuelo de Arturo Vidal. 

-Los dos hermanos eran recogedores de la basura. Cayuyeros. La cayuya es lo que los recogedores de basura le llevan a los hijos, cosas que están buenas que encuentran en la basura. Y el abuelo de Arturo se cayó del camión, lo atropelló y se murió. El pasaje donde se cayó se llama Arturo Pardo, por eso se llama Arturo el Arturo. Los abuelos son clave -dice Carlos Albornoz.

Los abuelos Pardo vivían uno al lado del otro, en el paradero 14 de Santa Rosa. Pese a la precariedad, compraban el diario todos los días y obligaban a sus nietos a leerlo.

-Mi abuelo retaba siempre a mi abuela porque su letra era fea, de barsa no más. Imagínate, su pega era recoger la basura y retaba a mi abuela que su letra era fea y nos obligaba a leer a todos.

El pasaje donde nació Carlos Albornoz era de tierra.

-Yo pensaba, ¿sabrá alguno de mis compañeros que mi pasaje es de tierra?

-¿Le daba vergüenza?

-Yo creo que más miedo que vergüenza.

Al revés de su hermano, que se convirtió en empresario, Carlos Albornoz eligió el camino de la academia y su primer trabajo fue como investigador de la U. de Chile. Rápidamente entendió que para lograr ser alguien en ese mundo tendría que salir a estudiar afuera. Y el primer paso, y el más difícil en su historia de ascenso social, fue aprender inglés. Para eso viajó a Estados Unidos, auspiciado por su hermano. Fue el inglés lo que probablemente le impidió entrar a una Ivy League, que es como se conoce a las mejores universidades de Estados Unidos, como Harvard o el MIT. Pero pudo entrar a la de Florida, donde hizo un magíster y un doctorado.

-Mi entusiasmo en clases y fuera de ellas me ayudaron a ganar respeto y amigos. Pero los primeros meses no entendía nada de inglés, no entendía las instrucciones de los profesores. Las presentaciones orales me las tenía que aprender de memoria.

A Florida partió casado con su polola de toda la vida, quien estudió Epidemiología. Aún recuerda la primera vez que salieron de copas con algunos compañeros de curso en South Beach. Cuando llegó la cuenta, cada pareja tenía que pagar 200 dólares.

-Era nuestro presupuesto para dos semanas. Al otro día tuvimos que buscar un trabajito, porque nos quedamos sin ningún peso.

Consiguieron uno vendiendo vacaciones de tiempo compartido.

-Uno de los peores empleos que he tenido. 

En Miami vivió otro choque cultural. El de ser considerado un "hispano" y el que sus compañeros no supieran nada de Chile, salvo por el vino y las frutas.

-Me acuerdo que durante una cena hice una encuesta entre mis compañeros del doctorado: quería saber quién conocía a Don Francisco. Ninguno. Ahí te das cuenta que la cultura hispana casi no se topa con la cultura estadounidense. Ese fue un aprendizaje profundo, porque me di cuenta de que cuando mi mamá me decía "mijito, vaya a visitar a su tío que vive en Nueva York", la realidad era ir a visitar a un inmigrante que vivía en una pieza a un par de horas de Nueva York, que no hablaba inglés, que trabajaba doble jornada por el salario mínimo y que no tenía ningún amigo gringo.

-¿Tuvo que estudiar afuera para validarse?

-Es que tienes que hacerlo; acá no te vas a validar, porque es muy fuerte el tema de la tradición. En Estados Unidos sí que se mezcla la élite de Chile. Ahí se dan las primeras conversas con hijos de millonarios o hijos de gente con mucha tradición, donde hablas de tú a tú. Acá no hay dónde, no tienes cómo. Es muy fuerte para la aristocracia chilena tener que compartir el poder con alguien que no es descendiente europeo.

A Carlos Albornoz le gusta decir que es un mestizo que trabaja en Europa, por sus alumnos de la Universidad del Desarrollo.

-Ellos son de raza europea. Yo voy al parque, ellos van al club. Y probablemente el parque y el club no tienen grandes diferencias, excepto que el club es de la colonia a la que han pertenecido siempre.

-¿Postularía a uno de esos clubes?

-Me atrevería, pero antes quiero armar mi propio club. Comprar un paño de tierra grandote. Y el requisito para poder entrar es que tienes que haber hecho un posgrado en ciertas universidades de Estados Unidos. Lo hemos hablado con algunos amigos.

-¿En su familia les molesta que se haya "acuicado"?

-Es que a todos les ha ido bien y para ser cuico hay que tener varias generaciones con zapatos, no hay otra manera. Y la otra manera es cambiar tu cultura, cambiar lo que te gusta, lo que es difícil. Compartir con el familión que no tiene educación, para mí es una experiencia atractiva. En general, me siguen gustando las mismas cosas, ir al estadio, jugar a la pelota los domingos y me gusta jugar a la pelota en ese club de barrio.

Una vez llevó a los jugadores del club de barrio a una de las ligas donde juegan sus amigos y colegas del barrio alto. El partido no pudo terminar.

-En la liga no juegan con la fuerza ni la mala intención con que se juega en el barrio. En el barrio el valor por la vida es menor. Allá, un diente menos es un diente menos, pero un diente menos en la clase ejecutiva de Chile es grave. Eso pasa también con los cabros pelusa de 16 años que están protestando. Les llega un balazo y les llega un balazo.

Con su primer sueldo en la U. de Chile, Albornoz se compró un auto, un Peugeot 307, el mismo modelo que en esos años manejaban los jóvenes de Las Condes.

-No me interesa lo que hagan en Las Condes. No son referente para mí. Mi referente es Harvard. Ese es mi estándar. Creo que tiene que ver con desprenderte de la imposibilidad de tener tradición. Yo soy la primera generación con zapatos. El no tener generaciones con zapatos en Chile no lo puedes arreglar. Tuviste o no tuviste. Yo creo que una manera de salirse de eso es decir "mi referente es Harvard". Te subes en otro pedestal, al pedestal meritocrático de los gringos.

-Usted hoy puede no ser de la élite, pero para allá va.

-Yo creo que el traspasar tanta frontera, el moverse tan bien en la población, no sé si tan bien en el barrio alto, pero el poder traspasar con tanta naturalidad distintos estratos y espectros de nuestra sociedad, en el largo plazo me va a dar una visión de Chile compleja y útil, y naturalmente alguien me va a pedir la opinión, y creo entender para dónde tiene que ir Chile.

Hoy, sentado en el Starbucks, vestido de camisa y chaqueta, pero sin corbata, antes de partir a la U. del Desarrollo, al terminar su café, al terminar de contar su historia, que pudo haber sido, pero no fue, igual a la del resto de sus compañeros a los que tenía que revisarles el cuello de la camisa en el Galvarino 171, dice:
-Hoy para mí no hay fronteras.

1 comentario:

  1. A casi un año de esta entrevista... acabo de conocer la historia de don Carlos, he tenido el placer de tratarlo un poco y siempre me encantó... no sabía que detrás de él existía este pasado de sacrificio... creo que si llegó donde está y donde llegará más adelante, es porque cuando no tenía recursos y la vida le costaba un poco más, nunca pensó o se preguntó "¿Por qué a mí?" sino "¿Cómo hago para salir de aquí?" En estos instantes cambió mi visión de él, antes eran destellos... ahora realmente brilla, que ejemplo de vida, debe sentir un orgullo inmenso al ver todo lo que ha logrado en educación e instrucción.
    Pero tengo una consulta para él, ¿Por qué el paño de tierra para su club tendría la exclusividad para los que han realizado un postgrado en Estados Unidos?... No sería también genial tener un club donde los que no tuvieron mente brillante para estudiar, pero si brillantes para inventar o crear negocios que los hicieron salir de la pobreza.
    Toda mi admiración y cariño para el Sr. Carlos Albornoz.
    Viviana Arias Constenla

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