Ciudades y formas




"Fui a Buenos Aires un par de días, y eso fue suficiente para reconsiderar -entre vuelos, carreteras, hoteles, caminatas, cordilleras, pampas, cafés y salas de espera- la imagen de mi propia ciudad. Ya sabemos que las ciudades tienen carácter de espejismo: se reflejan las unas en las otras".  

por Roberto Merino
Diario El Mercurio, Revista de Libros, domingo 2 de septiembre de 2012
http://diario.elmercurio.com/2012/09/02/al_revista_de_libros/critica/noticias/66F6DB91-C13D-4C35-88F5-28CC2B7894AF.htm?id={66F6DB91-C13D-4C35-88F5-28CC2B7894AF}
 
Un viaje relámpago puede servir de acelerador para ciertos ajustes de la mirada que por alguna razón han quedado trabados. El exceso de familiaridad, la repetición diaria de las mismas perspectivas, lo consabido de carácter semanal o estacional, todo ello conspira para que el mundo circundante pierda visibilidad para nosotros.
Me acaba de pasar: fui a Buenos Aires un par de días, y eso fue suficiente para reconsiderar -entre vuelos, carreteras, hoteles, caminatas, cordilleras, pampas, cafés y salas de espera- la imagen de mi propia ciudad. Ya sabemos que las ciudades tienen carácter de espejismo: se reflejan las unas en las otras. A veces se da la fantástica situación de distraerse, digamos, en Montevideo y Corrientes para recuperar el hilo en Lyon con Providencia.
El hecho es que Santiago me pareció esta vez más luminoso de lo que pensaba, e incluso más alegre. Además, para los escritores argentinos de ahora -se nota en sus conversaciones-, Santiago es un espacio que rinde literariamente. Ellos, como si no les bastara con el mundo, conocen todo lo nuestro, incluso lo que nosotros mismos olvidamos.
Alguien dijo que se viaja siempre para poder volver. No me cabe duda. Quizás es ése el placer reservado de los viajes: reconocer de vuelta, mirar de nuevo. Incluso mi departamento, tras ese par de días de ausencia, estaba como imantado de novedad. Me había llegado un sobre con un libro: Oc , de Juan Cristóbal Romero. Lo abrí en cualquier parte, y apareció un poema emocionante, titulado "Canción": un flujo de cadencia formal sobre el ejercicio mismo de escribir, cuya inercia se va apoyando en las palabras espiga, cantiga, vejiga, hormiga, un texto simple y enigmático que el pedante -o sea, yo- asociaría en parte a Pound y en parte a Guillermo de Aquitania.
Como alguna vez observó Cristóbal Joannon, es muy extraño decir de un libro de poesía "lo leí", tal como no se podría afirmar de una ciudad "la conozco". Uno tiene la libertad de quedarse todo el tiempo que necesite en un fragmento, en la irradiación de unas cuantas líneas.
El poema de Romero me llevó a comprobar algo que tenía intuido, que en la poesía la forma -incluso el formalismo- no excluye la presencia de naturalidad. La emoción de base que anima un poema se configura precisamente en una forma con la que mantiene un vínculo estructural.
Es extraño: las palabras manierista, libresco o formalista no son necesariamente, en el ámbito de la poesía, peyorativas. No se trata en ningún caso de ingenio ni de exhibición de recursos. La poesía es un fenómeno que está más cerca del descubrimiento que del invento. Uno de sus encantos, por lo demás, radica en el hecho de que jamás se sabe por dónde va a aparecer.

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