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Una confusión de planos por Roberto Merino



Diario Las Últimas Noticias,
Lunes 6 de agosto de 2012

La nueva figura de la ley antitabaco
dilucida indirectamente 
las nociones estéticas de sus promotores.

En un principio yo trataba de entender
por qué se quiere prohibir las escenas
de gente fumando en las películas
y en las teleseries, y no así en las novelas.

Si todas estas formas de representación
muestran personajes y hechos ficticios,
no debería hacerse una gran diferencia entre ellas.

El ministro de Salud lo dijo después:
se trata de evitar que los jóvenes del país
vean a sus "ídolos" practicando un vicio nocivo.

Es decir, no está pensando en los personajes
de una eventual película sino en los actores.

O sea, para el ministro un actor 
no desaparece cuando interpreta a un personaje.

Esto significa que uno podría culpar
a Laurence Olivier, por ejemplo,
de los desastres provocados por Hamlet.

¿Y Robert de Niro en Cabo de Miedo?
No da un pésimo ejemplo a los jóvenes?
No sólo fuma sino además viola y asesina.

¿Cómo puede dársele la libertad
para ejecutar esos actos perniciosos,
si se trata de un ídolo?  Qué lesera.

Desde el punto de vista de la salud pública,
la moción restrictiva será muy atendible,
pero en cualquier otro plano constituye
una brutalidad que recuerda las viejas
y famosas censuras a obras literarias
que el tiempo se ha encargado 
de reivindicar y consagrar,
digamos por de pronto
Las flores del mal de Baudelaire 
y Madame Bovary de Flaubert.

De hacerse efectiva la nueva norma,
podemos estar seguros de que
en el futuro será derogada
y de que sus adherentes
quedarán para la historia
como los verdaderos malos de la película.

Yo creo que lo que hay 
en el fondo de todo esto
es una capa de fundamentalismo
y otra de engolosinamiento.

Es extraño que se ponga tanto celo
en reprimir escenas finalmente ficticias
en un país donde cogoteros reincidentes
de la peor ralea andan orondos por las calles
disfrutando de sus derechos y garantías.

Si a mí se me ocurriera filmar una película
ambientada en los años setenta,
y si quisiera hacerla con un mínimo de realismo,
me imagino que tendría que poner a la gente fumando,
porque es un hecho que por entonces se fumaba
en las salas de clases, en las clínicas,
en los buses, en los aviones, en el Congreso
y en los programas de televisión:
el cigarrillo y sus nubes de humo
eran parte del tono general de nuestra vida.

No sé qué tendría que hacer en ese caso
para librarme de la nueva ley,
quizás contratar actores 
que no califiquen como ídolos
de la juventud ni de nadie.

Habría que preguntarse
cómo se las tendría que arreglar ahora
Nicolás Acuña con Los archivos del cardenal
si los personajes centrales de la serie,
estresados por los acontecimientos,
fumaban a cada rato.

Si fuera por el ministro y los senadores
de la comisión antitabaco, Danny Boyle
-tan celebrado recientemente
a propósito de la inauguración 
de los Juegos Olímpicos-
no hubiera podido jamás filmar
Trainspotting, esa emotiva 
y vertiginosa sucesión de malos ejemplos

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