Diario El Mercurio, Revista de Libros
Domingo 26 de agosto de 2012
Parece difícil encontrar, hacia 1900, una tierra más imaginativa y llena de hechizos y encantamientos que Irlanda, donde todo un mundo invisible de hadas y duendes, de brujos y muertos redivivos poblaba la naturaleza y la historia con casi tanta presencia como las piedras y los árboles del país. Ese fue el entorno de la infancia del poeta W. B. Yeats (1865-1939), que en su madurez se dedicó a conversar con cuanta abuela y cuanto campesino viejo pudo encontrar para tirarles la lengua acerca de sus creencias, su folclor o incluso su experiencia directa de lo preternatural. La elaboración de ese contenido, más o menos transfigurado por la literatura, constituyó esta obra suya, Mitologías , donde cada página es una puerta abierta por la que entran y salen los seres invisibles como Pedro por su casa.
Este folclor tiene un indiscutible encanto, hasta tal punto que Yeats no da la impresión de ser un mero intelectual ilustrado que se dedica a recoger los pintorescos mitos de su tierra, sino que tácitamente se hace parte de ellos. Por ejemplo: "A veces creo que toda la naturaleza está llena de gente invisible (...). Ni siquiera cuando era muchacho podía pasear por un bosque sin sentir que en cualquier momento podría toparme con alguien o algo que llevara mucho tiempo buscando sin saber qué buscaba. Y ahora, a veces exploro hasta el último rincón de un pobre soto con paso casi anhelante, tan arraigada está esa fantasía en mí". En cualquier caso, nuestro autor suspende todo juicio de credibilidad, e incluso toda opinión personal al respecto. Es cierto que el cedazo de la crítica lo habría dejado sin una buena parte del material para su creación literaria, pero uno no puede evitar la sensación de que él mismo era un tanto supersticioso, como se corrobora en los ensayos finales de este libro: era un poeta que cabalgaba lo mejor que podía entre la ilustración europea, la mitología celta y otros arcanos indoeuropeos. Pero esa misma ambigüedad es parte de la gracia de este libro.
Un problema semejante, pero esta vez a causa de la religión, concierne a sus compatriotas, siendo, como eran, profundamente católicos. También aquí podríamos suponer un choque de dos mundos incompatibles. ¿Cómo podía el pueblo irlandés ser tan cristiano y tan pagano al mismo tiempo? Lo notable -o quizá no tanto- es que en estas páginas no se aprecia el menor conflicto entre una y otra creencia: ambas conviven pacíficamente en su mentalidad, tal vez porque se desarrollan en dos áreas distintas del conocimiento. Eso sí, la última palabra la tiene siempre la fe cristiana: por benéficos o malvados que sean esos espíritus, están siempre sujetos al poder divino, como se manifiesta sobre todo en su comparecencia ante el Juicio Final, en la invocación superior a San Patricio, o en la potestad del sacerdote a la hora de conjurar cualquier otro poder preternatural.
A la primera parte de este libro, casi mera enumeración de creencias populares, sigue la más interesante como literatura: un conjunto de relatos que, si bien incorporan aquel trasfondo literario, lo hacen con un verdadero desarrollo narrativo, que muestra el talento de nuestro poeta (y dramaturgo) como narrador. Notable es sobre todo la saga de Hanrahan el Rojo, un personaje típico de esta mitología: el bardo, poeta y cantor de baladas, casi siempre un vagabundo empedernido, dotado además con un poder de maldición efectiva sobre quien se atraviesa en su camino.
La última parte del libro es ensayística, y debo confesar que no me agrada el sincretismo de sus divagaciones esotéricas: un revoltijo de parapsicología, antroposofía, ocultismo, cábala, teosofía de Mme. Blavatsky, con su aire de sabiduría universal y superior a cualquier filosofía o religión particular. Si se trata de supersticiones, prefiero el folclor liso y llano del pueblo irlandés, con su innegable carga de poesía.
Mitologías
W. B. Yeats
Traducción de Javier María,
Alejandro García Reyes
y Miguel Temprano García.
Acantilado, Barcelona, 2012, 384 páginas,
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