Mundo: El código Morsi



Hace un par de semanas, el presidente de Egipto sorprendió al destituir a dos figuras clave en el poder político del ejército. Desde entonces, ha reinado la incertidumbre sobre un proceso que, claramente, recién comienza. 
Por Amir Bibawy, periodista egipcio23/08/2012



Lo más sorprendente del movimiento de poder en Egipto hace un par de semanas fue que muchos pensaron que tras la destitución del poderoso ministro de Defensa, Hussein Tantawi, por parte del presidente Mohamed Morsi, existía un golpe de Estado. En circunstancias normales, los golpes son realizados por los militares contra el poder legítimo (y a veces ilegítimo).
Pero sí es cierto que en el sorpresivo anuncio sobre la destitución de Tantawi y del jefe de las Fuerzas Armadas, Sami Anan,  tuvo lugar un rápido cambio de poder. Repentinamente, después de meses de gobierno del poderoso Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA) -que estaba al mando desde el derrocamiento de Mubarak el año pasado-, un civil elegido jefe de Estado estaba totalmente a cargo del gobierno, las Fuerzas Armadas y con el mandato para formar un panel que escriba una Consititución, llamando a elecciones parlamentarias. Esas elecciones serán nuevamente ganadas en forma rotunda por su partido, los Hermanos Musulmanes, tal como los comicios de hace ocho meses, que fueron anulados por un decreto del CSFA  días antes de la toma de poder de Morsi.
¿Qué había salido mal? Muchos creen que el error estuvo en aceptar un proceso  que comenzó con las elecciones de junio, que sólo fueron posibles por un convenio entre el CSFA y los Hermanos Musulmanes según el cual los militares retendrían su poder sobre asuntos políticos en Egipto, su presupuesto se mantendría intacto y sus generales no recibirían amenazas de procesos judiciales en su contra.
¿Significa esto, entonces, que se terminó al fin la luna de miel entre musulmanes y militares?
No es tan simple. El nuevo ministro de Defensa y el nuevo jefe de gabinete son ambos miembros del consejo militar. Y se difundió la noticia de que Tantawi y Anan serían miembros de  un “equipo presidencial”. Ninguno ha aparecido ni declarado públicamente nada, y el ejército, leal a sus generales, hasta el momento parece aceptar el “golpe” de Morsi. Los militares aún son la institución más poderosa del país, con un presupuesto sin parangón con cualquier otra rama del gobierno. Sólo han pasado unos días, y nadie sabe a ciencia cierta qué pasará.
Pero sí sabemos lo que ya ha pasado. El ejército que vaciló por meses sobre cómo liderar el país post Mubarak y que fracasó en lidiar con asuntos como la escasez de policías, la violencia sectária, los problemas económicos y derechamente el caos en algunos casos, desperdició una oportunidad de oro para alzarse en el nuevo Egipto como un protector de la naturaleza civil del Estado y de su gente. Alabados como héroes por negarse  a disparar contra los manifestantes de la Plaza Tahrir en el alzamiento contra Mubarak, los militares podrían haberse convertido en héroes constitucionales, como en Turquía, por ejemplo.  Pero en lugar de eso,  los tribunales militares aumentaron en vez de disminuir tras la caída de Mubarak. Incidentes de violencia sectária se repitieron por todo el país en un ritmo de uno al mes. A las manifestantes mujeres que eran arrestadas sin motivo se les exigían tests de virginidad.
Entre toda esta confusión, durante estas semanas la gente no sabía qué hacer. Un activista de derechos humanos tuitió: “La pregunta que la mayoría me hace es ¿cómo debería sentirme con esto?”. Es entendible. Muchos veían al CSFA como un poderoso contrapeso al crecimiento de los Hermanos Musulmanes, que ya controlan la presidencia y controlarán ambos cuerpos legislativos en los próximos años. Muchos optimistas festejaron el fin de la hegemonía militar que comenzó con el golpe de 1952. Otros fueron menos entusiastas. Los Hermanos Musulmanes ciertamente no han hecho amigos en el medio secular. Buscaron dominar el paisaje político en cada oportunidad posible, desconociendo el hecho de que en  momentos cruciales en la construcción de una nación el partido dominante debe tender puentes con todos los elementos de la sociedad y garantizar que sean representados en una nueva Constitución.  Han intentado dos veces dominar el panel constitucional de cien miembros, tomando 80 puestos en el primer intento y dos tercios en el segundo, principalmente con clérigos y predicadores islamistas poco calificados. Es perfectamente comprensible que haya quienes se paralizan ante lo que vendrá. Y no es tan difícil imaginar un escenario en el que manifestaciones violentas por la escasez de servicios, trabajo y bienes básicos puedan desembocar en un golpe. Esta vez, uno de verdad.

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