Diario El Mercurio, Sábado 04 de Agosto de 2012
http://blogs.elmercurio.com/viviendaydecoracion/2012/08/04/las-huellas-de-berlin.asp
El 2 de octubre de 1989 ingresé a Berlín Oriental en tren, desde Checoslovaquia. Venía con unos amigos, estudiantes de Medicina de la República Democrática Alemana, que había conocido en Praga. Era un día histórico, ya que esa medianoche la DDR dejaría de existir. Me quedé un par de semanas para recorrer la ciudad y aproveché de asistir a muchas fiestas, así como también a diferentes actos de despedida.
El ambiente en el lado oriental era una extraña mezcla de alegría con pena y sobre todo mucha nostalgia. Se sentía una atmósfera de esperanza, pero a la vez de derrota, todo esto acrecentado por una ciudad gris y pobre que aún conservaba edificios en ruinas desde la guerra. Estaban los que celebraban sin reparo y los que veían desaparecer el país en el que habían nacido, crecido y construido los últimos 40 años. Me impresionó el cambio de banderas y lo que podían sentir aquellos que las arriaban.
El contraste entre las dos ciudades divididas por un muro era inmenso, no sólo en lo material, sino también en lo humano. Pensé que esta situación no se podría sanar jamás, y que las huellas perdurarían. Eran las heridas de la guerra y el producto de un pasado oscuro, impresentable e injustificable.
Desde ese Berlín a lo que es en la actualidad han pasado apenas veinte años, tiempo en el que he regresado varias veces y he recorrido para buscar esas huellas. Una de las cosas que más me ha sorprendido es su capacidad para reconstruirse y junto a ello borrar con deliberación cualquier cicatriz de su pasado trágico. Hoy no sólo cuesta mucho reconocer de qué lado de la ciudad se está, y saber por dónde pasaba el muro; también es difícil creer que alguna vez estuvo dividida, y que al final de la guerra su destrucción fue prácticamente total.
Salvo algunos iconos dejados a propósito para no perder la memoria, y para que caravanas de turistas se lleven su foto, Berlín es hoy una ciudad unitaria, integrada, con una riquísima diversidad de barrios, dotada de un inmejorable sistema de transporte público y una red de veredas y ciclovías absoluta. Su arquitectura es más bien austera y está hecha con sentido común al alero de un Plan Maestro y normativas que sin descuidar lo individual, favorecen la coherencia de lo colectivo. Esto reforzado por un envidiable porcentaje de obras maestras singulares como lo son por ejemplo la Biblioteca Pública y la Filarmónica de Scharoun, la Nationalgalerie de Mies, el barrio Hansaviertel, o Karl- Marx-Allee.
Existen ejemplos notables de renovación del patrimonio, como el Estadio Olímpico del año 36, o el Reichstag, los que se caracterizan por el respeto a la esencia del original, en armonía con arquitectura contemporánea de vanguardia.
El único lugar donde este círculo virtuoso no se manifiesta es en Potsdamer Platz, ya que por un tema administrativo, su territorio quedó sin legislación y el mercado, como siempre, aprovechó la fisura legal para levantar allí una serie de proyectos especulativos de dudosa calidad, incoherentes y difíciles de integrar al tejido urbano.
Berlín cuenta con parques, ríos, canales, lagos y bosques que permiten disfrutarla desde una perspectiva única, en un entorno silvestre que sus habitantes aprovechan al máximo. Berlín es una ciudad envidiable, pero más allá de lo físico, sorprende su clima de relajo y calidad de vida, como un fin de semana continuo, a pocos años de un pasado tan oscuro como trágico.
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