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Confianza y desconfianza

04 / Ago

Por Patricio Carvajal

Patricio Carvajal

Acabo de leer la interesante columna de Claudio Agurto. Los dos últimos párrafos me identifican:

“Si sumamos al análisis las cifras de Latinobarómetro, sobre la confianza en las personas, nos encontramos con un cuadro de creciente desconfianza en los vecinos, en la familia, en el trabajo”.

“Por eso la pelea por la credibilidad es la batalla a ganar. No se puede vivir en la desconfianza. Creer en el otro es un valor fundante de las relaciones humanas. Y la desconfianza debe tener un límite.”

Me he referido a este tema en otras columnas, planteando lo mismo. Los chilenos tenemos la tendencia a confundir ley con moral. Por eso tratamos de plasmar nuestros criterios éticos en la ley. Lo único que nos falta es redactar leyes que nos obliguen a “ser buenos”, o ser “generosos” o “a trabajar mejor” o a “ser más responsables”. O que se intente abolir el egoísmo o la envidia “por ley”. Esas cosas son virtudes o valores humanos. Las personas deben cultivarlos más allá de lo que diga la ley.

Siempre he pensado que el estado y las leyes nos ponen el marco, es decir el rayado de cancha dentro del cual se debe jugar. Pero el partido se juega dentro de la cancha independientemente de las reglas. Las normas son la exigencia mínima, no la máxima, para jugar bien. Un jugador virtuoso no es el que mejor cumple el reglamento o el que nunca comete faltas. Es mucho más que eso.

Igualmente en la vida en sociedad no basta con cumplir con las leyes para ser un buen ciudadano. Para tener una convivencia sana y un país en desarrollo no basta con asegurar el cumplimiento de las leyes. Se requiere ciudadanos virtuosos. O al menos que se esfuercen por ser virtuosos. Para ser un buen trabajador no basta con llegar e irse a la hora y no cometer faltas. Lo que se espera es que uno trabaje bien, aporte, dé lo mejor de sí. Las empresas que tienen trabajadores así son las que salen adelante y les va bien. Lo demás es “cumplimiento” (es decir, “cumplí”, pero “miento”).

Otro ejemplo: para ser un buen padre o una buena madre no basta con pagar las cuentas. Es mucho más que eso. Las familias que tienen padres y madres sólo “cumplidores” tienden a tener problemas. Pero cuántas veces oímos decir: “no hay problema, lo que hicimos es legal” o “soy un padre responsable, pago todos los meses el colegio de mis hijos”.

En resumen: el Estado nos puede decir “qué no se debe hacer”, pero es nuestra propia naturaleza humana (Dios, diríamos los creyentes) la que nos debe llevar a descubrir el bien y buscar más allá que el básico cumplimiento de reglas. No caigamos en la falsa ilusión (infantil diría yo) de que podemos compensar nuestras debilidades morales y éticas haciendo más leyes.

Volviendo a los párrafos que cité al principio: la confianza entre nosotros que hemos perdido, no la recuperaremos sólo en base a leyes. Las famosas “regulaciones para evitar los abusos” pueden ser necesarias, pero no bastan para mejorar la convivencia. Se requiere una revalorización  de los valores (valga la redundancia) éticos y morales, personales, voluntarios, por la simple búsqueda del bien. Y hay que empezar por uno mismo. Eso es importante. Porque cuando se tocan estos temas, todos suelen estar de acuerdo, pero siempre pensando que son los demás los que se tienen que portar mejor. Partamos por casa.



Foto Duncan Brown Flickr © creative commons

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