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Con fervor, sin reverencia



por Mario ValdovinosDiario El Mercurio, Domingo 19 de agosto de 2012
http://diario.elmercurio.com/2012/08/19/al_revista_de_libros/revista_de_libros/noticias/B9DFDA0D-A6F2-4995-8717-ED205A26108F.htm?id={B9DFDA0D-A6F2-4995-8717-ED205A26108F}
 
Ben Ratliff es crítico de jazz del New York Times y demuestra su habilidad y pasión en el asedio al que somete la personalidad musical del saxo tenor más polémico en la historia de la música negra. El volumen constituye una biografía musical en la que examina con fervor, pero sin reverencia, los aportes del legado de Coltrane, cuyo estilo resultaba tan hipnótico como sobrecogedor y su sonido podía oscilar entre el terciopelo y la lija sobre un fierro. ¿Incurrió Coltrane en excesos nihilistas?, ¿buscaba en sus solos, algunos interminables, seducir, hechizar o irritar?, ¿fue su breve trabajo, no más de veinte años de producción -murió a los cuarenta-, una poética de lo inefable?

Ratliff no elude la etapa adictiva de Coltrane, sus incursiones en la heroína, su posterior deseo de elevación por medio del retorno a las raíces africanas y el anhelo místico. Ratliff no es Bruno, el manipulador crítico que escribe la biografía de Johhny Carter en "El Perseguidor" de Cortázar, animado por el deseo de arrebatarle al artista genial e intuitivo algo de su fama. Más bien lo pone en juego con las corrientes artísticas de su tiempo (Coltrane murió en 1967), sus excesos y equivocaciones, su postura de visionario, a la par que redacta una crónica milimétrica, casi agobiante, de la producción discográfica de Coltrane, sus etapas en los sellos en que grabó Prestige, Atlanta, la difusión que tuvo en su tiempo, la influencia alcanzada en los jóvenes saxofonistas que lo veían como un iluminado. También está atento, en las innumerables entrevistas practicadas para componer el perfil de Coltrane, a los febriles críticos musicales que apabullaron los experimentos vanguardistas de Coltrane y deploraron "esa cosa rápida que andaba buscando".

Coltrane fue al jazz lo que Piazzolla al tango. En ambos latía el deseo de no repetir lo ya transitado, Piazzolla con Aníbal Troilo y Alberto Ginastera; Coltrane con Miles Davis y Thelonious Monk. En el camino ambos dejaron muertos y viudos. Sus amores con el tango y el jazz fueron delirantes y tortuosos, propusieron una lírica y una épica, una ascesis y un camino de salvación y de destrucción.

La música, bien lo sabía John, es el arte de lo inefable y se sobrepone con su levedad, la del ser, a lo real, potenciándolo o pulverizándolo. Coltrane, cuando lo consumía el cáncer hepático, dejó de interpretar para sonar y se emborrachaba junto a sus músicos, el célebre cuarteto, con el ruido. Es el Coltrane tardío. Debía morir para liberar el jazz y soltar su alma.

Cuentan que en noches estivales, una sombra aparece por el Central Park de Nueva York y se sienta en un escaño para interpretar Ascension.

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