Cuando era chico, recuerdo que mi padre
tenía en el segundo piso de la casa
un escritorio atiborrado de carpetas y códigos
y las paredes con estantes que no daban abasto
para contener la multitud de libros.
Supongo que a esa pieza,
no se podía entrar porque
la imagen que tengo de ella
es cómo se veía
contemplada desde el pasillo.
De pronto ocurrió un verdadero milagro.
Pero antes de ello un terremoto (o simultáneamente).
En 1960, mis padres compraron una franja de terreno
de nuestros vecinos, los curitas de la parroquia de San Ramón,
en Providencia con Los Leones, y la casa nuestra
duplicó prácticamente su tamaño.
Mi pobre madre estaba casi desquiciada
con maestros que tenían invadida nuestra casa.
Una nueva ala, de dos niveles, surgió
en lo que antes era un modesto garaje.
Nuevas dependencias. Entre las principales,
un amplio dormitorio, con 'walking closet'
en una época en que no existía ni la palabra
ni el concepto; baño privado, escritorio…
Pero lo más notable, por lejos,
fue la biblioteca diseñada por don Jorge Alessandri,
en ese entonces Presidente de la República,
con chimenea y escritorio adjunto.
Esa maravilla fue lo más notable que recuerdo de mi casa.
Pasó a constituirse en el lugar de encuentro familiar,
en el living, aunque desde el principio era el refugio
de mi padre que desempeñaba una muy intensa vida
política, profesional y académica.
Los libros eran prácticamente intocables,
pero esa restricción aumentó su magia.
La chimenea nunca se utilizó,
pero las cubiertas de madera
y las alfombras; la vista al jardín
y la luz del atardecer que entraba
por la ventana del escritorio
hicieron que ese espacio fuese cálido.
Un mueble tocadiscos Garrard
con dos baffles con parlantes
JB Lansing proporcionaban
un sonido estupendo
que lo envolvía todo.
Mi padre había visto a Count Basie
y su orquesta en el teatro Astor
y le fascinaba Frank Sinatra
acompañado de la orquesta
de Tommy Dorsey, y más adelante
los arreglos de Nelson Riddle
y la dirección de Don Costa.
Tal vez había algo de Dave Brubeck.
Sé que habían muchos otros discos
desde Bert Kaempfert y Ray Coniff
a ritmos tropicales, boleros y tangos.
Una vez, a fines de los sesenta
cometí el sacrilegio
de ingresar hasta el santuario
con mi batería y puse algo
de los Beatles, creo
(o tal vez algo más heavy:
Jimi Hendrix, Cream, o Led Zeppelin)
para acompañar de verdad
sin que el instrumento
de percusión fuese lo predominante.
Nunca sonó tan bien
mi más bien tarrienta batería.
(Claro que nunca me atreví
a intentarlo de nuevo).
Otra vez subí con bombos y platillos
al techo, inspirado por el último
concierto de los Beatles
en la azotea de Apple Records.
Posiblemente nuca sonó
tan mal una drum session en toda la historia
para horror y sufrimiento de mis vecinos.
Pero volviendo a la biblioteca, por supuesto estaban
las obras completas de grandes autores,
las interminables enciclopedias que recorrían
las cuatro paredes, los libros de arte, en fin.
Se produjo lo contrario de lo que ocurre
en el colegio cuando te obligan a leer.
Esta implícita prohibición de sacar libros
produjo el efecto contrario,
porque el despliegue de lomos multicolores
con la muestras variopinta de tipografías
en tomos empastados, con los títulos
de la literatura universal: las obras completas
de Dostoievski, la Comedia Humana de Balzac,
Shakespeare, Proust, Wilde,… lo que no cabía
en la biblioteca central, continuaba
en el escritorio contiguo con autores chilenos.
Nunca supe de donde salió tanto libro,
o si mi padre se entusiasmó
y adquirió nuevos tomos
para completar una biblioteca
que no tenía ya tiempo de utilizar
para una verdaderamente reposada lectura.
Igual lo recuerdo leyendo
las Memorias de Adriano de la Yourcenar
o una biografía de Tomás Moro,
pero sobre todo a mi madre que siempre
tenía un par de libros en el velador.
El hecho es que, sin ser un voraz lector,
nada más que con percibir la presencia de los libros,
había allí una elocuente expresión de la cultura,
del valor de las palabras,
del respeto por el lenguaje, por las ideas…
Bastaron esos lomos para despertar
la fascinación en la imaginación
de ese niño que ahora, con arrugas
y rodeado de libros que no alcanzaré
nunca a terminar de leer,
después de más de medio siglo
improvisa estas pobres, sentidas líneas…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS