La realidad es infinitamente más feroz



por Antonio Gil
Diario Las Últimas Noticias,
jueves 28 de junio de 2012

Nos producen franca aversión
los museos a los holocaustos,
los memoriales de atrocidades pasadas
y todo tipo de intento por recrear el horror
de un determinado período histórico.

No se trata en caso alguno
de una actitud pusilánime ante el espanto,
sino de la más plena certeza
de que esos "parques temáticos"
nunca encierran la esencia de lo ocurrido
y son sólo intentos siempre vanos,
por meter en una botella
lo que pretendemos "recordar".

Los hemos visto en varios lugares
y con mayores o menores despliegues
de ingenio y tecnología: nada cambia.

Son un frasco en conserva
con demasiado colorante,
preservante y amarillo crepúsculo.

Hay siempre algo inverosímil
en esos recuerdos enlatados,
en esos baratillos del espanto,
que mata el verdadero recuerdo
de lo ocurrido, y los vuelve absurdos
como las momias egipcias
en sus catafalcos.

Cualquier museo del genocidio nazi
tiene algo de Disneylandia, de distancia,
de exceso, tal como ocurre
con nuestro memorial de los crímenes
de la dictadura pinochetista.

Siempre quedan cosas fuera
y otras quedan sobrando.

No hay duda de que la realidad
fue infinitamente más feroz
que lo que se pueda apilar,
proyectar y documentar en una sala,
por ultraequipada que se encuentre.

No cabe la brutalidad en ese espacio,
no entra la inhumanidad en una vidriera,
por más estéreo que sea el audio que la apañe.

El afán de noquear al visitante al primer round
sólo logra que uno abandone esos lugares
con una rara sensación unilateral, 
victimizada a ultranza, sin bordes
entre lo testimonial y lo espectacular,
y por tanto el efecto deseado 
se diluye hacia ese sentimiento 
que genera toda la propaganda.

Es en la memoria colectiva,
en las conversaciones, en la historia,
donde la memoria fragmentada de los pueblos
adquiere su real perspectiva.

No hay museos que puedan guardar
los fusilamientos, las torturas,
las desapariciones de personas.

Esos hechos viven en el corazón
de los pueblos sin administradores,
curadores y señoras que hagan el aseo.

La ultrinstitucionalización y burocratismo
en curso tienden naturalmente a montar
estos tinglados para los bienpensantes,
para los "modernosos" adictos
a las ideas plagiadas del primer mundo
y para los regimientos políticamente correctos.

Hay un museo y listo, caso resuelto.

Craso error en que se ha venido cayendo
en distintos lugares que han sufrido
el salvajismo del hombre contra el hombre.

Definitivamente, preferimos
los símbolos civiles, los documentales,
los libros, los testimonios de primera mano
y el dolor, ese dolor real de los que aún 
esperan, aunque pasen las décadas,
el retorno de sus seres queridos.

Preferimos las vivencias
a estas tienditas de la atrocidad
que inevitablemente terminan
por volverse triviales
con sus trenes a la muerte,
sus tanques con las orugas
sobre civiles indefensos
y con toda la manida parafernalia
a la que se recurre para pasmar estudiantes
y dejar felices y conformes a los turistas
con sus estúpidas camaritas  disparando flashes

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