Poderes repartidos
por Héctor Soto
Publicado en La Tercera, 23 de junio de 2012
Como volvió a quedar claro esta semana, las llaves de la centroderecha están en manos de la UDI. Pero en el sillón presidencial se sienta un hombre que no es de sus filas. Hablemos de equilibrio entonces.
HASTA COMIENZOS de la transición, en la derecha mandó Pinochet sin mayor contrapeso. Después, en los años cruciales de la transición, mandaron los empresarios: fue el período de gloria de los poderes fácticos. Pero ahora las cosas andan más repartidas. No es para menos: con los cambios culturales experimentados por la sociedad chilena en los últimos años, el poder empresarial se anduvo licuando y ahora hay un gobierno de centroderecha instalado en La Moneda. Un gobierno al cual los partidos de la Alianza le entregaron, en marzo del 2010, un cheque en blanco para designar ministros, escoger colaboradores y determinar las prioridades que la administración quisiera.
Apertura a los partidos
Actualmente, ese cheque ya no es tan generoso como lo fue al comienzo. En el intertanto, el documento ha tenido condicionamientos importantes. En dos oportunidades el año pasado, el Presidente tuvo que darle más peso a los partidos de la Alianza en su equipo de colaboradores más próximo. Por eso encargó, a mediados de enero de 2011, la cartera de Defensa a Andrés Allamand y la del Trabajo a Evelyn Matthei. A corto andar, el 18 de julio, y puesto que la relación con la UDI seguía siendo poco fluida, convocó a Andrés Chadwick a la Secretaría General de Gobierno y a Pablo Longueira al Ministerio de Economía. El efecto de este ajuste se hizo sentir de inmediato. Piñera solucionó el desencuentro con el principal partido de la coalición. Aparte de ganar interlocución y aplomo, el gobierno se ordenó y amplió su base política. A partir de ese momento, comenzó a visualizarse algo parecido, aunque en menor escala, a lo que fue evidente en las dos décadas de gobiernos concertacionistas: la existencia de un partido transversal en La Moneda que, más allá de las denominaciones partidarias de origen, se la jugaba por el gobierno como un todo.
Con Renovación Nacional el desenlace de los ajustes ministeriales no fue tan rotundo. Como hay poca sintonía entre La Moneda y la directiva de esta colectividad, esta relación nunca ha sido ni muy fácil ni muy franca. Los militantes de RN que figuran en el gabinete -de Hinzpeter a Catalina Parot, de Allamand a Teodoro Ribera- están, desde luego, muy lejos de ser peones de Carlos Larraín, que es el hombre que maneja el partido. Pero tampoco son adversarios suyos, necesariamente. Sin embargo, la distancia existe y basta escuchar hablar un rato al timonel del partido para que la brecha aparezca. No es una bomba de tiempo, a lo mejor. Pero tampoco es un pacto de fidelidad y amor eterno.
Sin rencor
Puesto que en el plano político también rige aquello de “como te ven, te tratan”, cuando solamente un tercio de la ciudadanía aprueba la gestión presidencial, el poder de Piñera ciertamente está desgastado. No es lo mismo tener los bonos en alza que en baja y el Presidente lo sabe mejor que nadie. A veces, hay declaraciones y actitudes en la centroderecha que al gobierno no le gustan, pero que igual el Presidente se las tiene que tragar. Sucede, además, que este es un mandatario que no conoce las listas negras ni el rencor. Tiene memoria -y mucha memoria- para las cifras, los porcentajes, las curvas y los gráficos, pero olvida en cosa de horas las conductas descomedidas y los desaires políticos. Mejor que así sea, porque el Presidente, poco amigo de las formas como es, tampoco se cuida mucho en estos planos.
Las llaves del sector
Como grupo, como colectivo, como orgánica, qué duda cabe que la UDI tiene la llave de la derecha en Chile. Pocos partidos han tenido tanto instinto de poder como el suyo y la utopía de una derecha liberal hasta aquí sólo ha sido eso: una utopía. El carisma de Lavín en su momento y la visión estratégica de Longueira hicieron de la UDI el principal partido político chileno en 1997. Y de ahí-hasta ahora, al menos- no se han movido.
Por muy potente que sea el mayor partido político chileno, el presidencialismo chileno también lo es como régimen político. Eso explica que La Moneda haya podido correr un poco las cercas de la UDI en materias como el AVC, la reforma tributaria o algunas disposiciones de la ley antidiscriminación. El gobierno se salió con la suya. La UDI puede ejercer -como lo hizo esta semana- un veto respecto del sistema binominal, pero tiene poco margen de acción para resistirse a las directrices del partido transversal del poder, sobre todo cuando dos de sus mejores hombres -Chadwick y Longueira- tienen ahora doble militancia. El senador Jovino Novoa es poderoso, y está cada vez más poderoso, pero no tanto como para inclinar él solo la balanza al otro lado.
Dentro del escenario partidista chileno, la UDI puede considerarse afortunada. Al margen del subsidio que le entrega el binominal, tiene identidad y poder, bancadas parlamentarias y visibilidad. Aunque ya no es el regimiento que fue en otra época desde el punto de vista disciplinario, tampoco es una montonera. Aun en las tormentas, el partido se ha movido poco. Muy poco. Tomó, cuando se le hizo imprescindible, cierta distancia de Pinochet. Pero no mucho más que eso. Visto así, es raro que haya sido Piñera y no la UDI quien llegó a La Moneda. Para su gente, puertas adentro, tiene que haber sido un trago amargo. No se puede todo en la vida, deben haber pensado los coroneles cuando se lo tomaban. Fueron los chilenos los que quisieron que durante este mandato el poder en la derecha se repartiera entre el partido de la razón crítica y el presidente de la razón pragmática. Ninguno quedó muy contento. Pero se diría que ninguno está arrepentido.
Como volvió a quedar claro esta semana, las llaves de la centroderecha están en manos de la UDI. Pero en el sillón presidencial se sienta un hombre que no es de sus filas. Hablemos de equilibrio entonces.
HASTA COMIENZOS de la transición, en la derecha mandó Pinochet sin mayor contrapeso. Después, en los años cruciales de la transición, mandaron los empresarios: fue el período de gloria de los poderes fácticos. Pero ahora las cosas andan más repartidas. No es para menos: con los cambios culturales experimentados por la sociedad chilena en los últimos años, el poder empresarial se anduvo licuando y ahora hay un gobierno de centroderecha instalado en La Moneda. Un gobierno al cual los partidos de la Alianza le entregaron, en marzo del 2010, un cheque en blanco para designar ministros, escoger colaboradores y determinar las prioridades que la administración quisiera.
Apertura a los partidos
Actualmente, ese cheque ya no es tan generoso como lo fue al comienzo. En el intertanto, el documento ha tenido condicionamientos importantes. En dos oportunidades el año pasado, el Presidente tuvo que darle más peso a los partidos de la Alianza en su equipo de colaboradores más próximo. Por eso encargó, a mediados de enero de 2011, la cartera de Defensa a Andrés Allamand y la del Trabajo a Evelyn Matthei. A corto andar, el 18 de julio, y puesto que la relación con la UDI seguía siendo poco fluida, convocó a Andrés Chadwick a la Secretaría General de Gobierno y a Pablo Longueira al Ministerio de Economía. El efecto de este ajuste se hizo sentir de inmediato. Piñera solucionó el desencuentro con el principal partido de la coalición. Aparte de ganar interlocución y aplomo, el gobierno se ordenó y amplió su base política. A partir de ese momento, comenzó a visualizarse algo parecido, aunque en menor escala, a lo que fue evidente en las dos décadas de gobiernos concertacionistas: la existencia de un partido transversal en La Moneda que, más allá de las denominaciones partidarias de origen, se la jugaba por el gobierno como un todo.
Con Renovación Nacional el desenlace de los ajustes ministeriales no fue tan rotundo. Como hay poca sintonía entre La Moneda y la directiva de esta colectividad, esta relación nunca ha sido ni muy fácil ni muy franca. Los militantes de RN que figuran en el gabinete -de Hinzpeter a Catalina Parot, de Allamand a Teodoro Ribera- están, desde luego, muy lejos de ser peones de Carlos Larraín, que es el hombre que maneja el partido. Pero tampoco son adversarios suyos, necesariamente. Sin embargo, la distancia existe y basta escuchar hablar un rato al timonel del partido para que la brecha aparezca. No es una bomba de tiempo, a lo mejor. Pero tampoco es un pacto de fidelidad y amor eterno.
Sin rencor
Puesto que en el plano político también rige aquello de “como te ven, te tratan”, cuando solamente un tercio de la ciudadanía aprueba la gestión presidencial, el poder de Piñera ciertamente está desgastado. No es lo mismo tener los bonos en alza que en baja y el Presidente lo sabe mejor que nadie. A veces, hay declaraciones y actitudes en la centroderecha que al gobierno no le gustan, pero que igual el Presidente se las tiene que tragar. Sucede, además, que este es un mandatario que no conoce las listas negras ni el rencor. Tiene memoria -y mucha memoria- para las cifras, los porcentajes, las curvas y los gráficos, pero olvida en cosa de horas las conductas descomedidas y los desaires políticos. Mejor que así sea, porque el Presidente, poco amigo de las formas como es, tampoco se cuida mucho en estos planos.
Las llaves del sector
Como grupo, como colectivo, como orgánica, qué duda cabe que la UDI tiene la llave de la derecha en Chile. Pocos partidos han tenido tanto instinto de poder como el suyo y la utopía de una derecha liberal hasta aquí sólo ha sido eso: una utopía. El carisma de Lavín en su momento y la visión estratégica de Longueira hicieron de la UDI el principal partido político chileno en 1997. Y de ahí-hasta ahora, al menos- no se han movido.
Por muy potente que sea el mayor partido político chileno, el presidencialismo chileno también lo es como régimen político. Eso explica que La Moneda haya podido correr un poco las cercas de la UDI en materias como el AVC, la reforma tributaria o algunas disposiciones de la ley antidiscriminación. El gobierno se salió con la suya. La UDI puede ejercer -como lo hizo esta semana- un veto respecto del sistema binominal, pero tiene poco margen de acción para resistirse a las directrices del partido transversal del poder, sobre todo cuando dos de sus mejores hombres -Chadwick y Longueira- tienen ahora doble militancia. El senador Jovino Novoa es poderoso, y está cada vez más poderoso, pero no tanto como para inclinar él solo la balanza al otro lado.
Dentro del escenario partidista chileno, la UDI puede considerarse afortunada. Al margen del subsidio que le entrega el binominal, tiene identidad y poder, bancadas parlamentarias y visibilidad. Aunque ya no es el regimiento que fue en otra época desde el punto de vista disciplinario, tampoco es una montonera. Aun en las tormentas, el partido se ha movido poco. Muy poco. Tomó, cuando se le hizo imprescindible, cierta distancia de Pinochet. Pero no mucho más que eso. Visto así, es raro que haya sido Piñera y no la UDI quien llegó a La Moneda. Para su gente, puertas adentro, tiene que haber sido un trago amargo. No se puede todo en la vida, deben haber pensado los coroneles cuando se lo tomaban. Fueron los chilenos los que quisieron que durante este mandato el poder en la derecha se repartiera entre el partido de la razón crítica y el presidente de la razón pragmática. Ninguno quedó muy contento. Pero se diría que ninguno está arrepentido.
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