por Guy Sorman - Diario La Tercera, 19/05/2012 - 04:00
Hollande intentará seducir a otros dirigentes europeos con una visión de un mundo que ha dejado de existir. Esto podría conducir a los partidos populistas al poder.
Francia ha dejado de aspirar a ocupar el centro del escenario de la historia mundial, pero sigue influyendo allende sus fronteras. Desde el siglo XVIII ha sido una frecuente iniciadora de cambios sociales. ¿Continuará esa tradición su reciente elección presidencial?
François Hollande prometió en su campaña ser un presidente “normal”, a diferencia del pintoresco mandatario saliente, Nicolas Sarkozy. Así, la victoria de Hollande puede ser una señal de que los países democráticos se han vuelto reacios a ser dirigidos por presidentes o primeros ministros extravagantes o carismáticos. De hecho, en toda Europa ninguna democracia está dirigida actualmente por una personalidad fuerte o carismática. Europa ya no tiene un Sarkozy ni un Silvio Berlusconi, pero tampoco una Margaret Thatcher, un Helmut Kohl o un José María Aznar. En un momento de crisis económica e institucional, todos los dirigentes europeos parecen ser extraordinariamente normales.
Pero la tendencia a la normalidad entre los dirigentes europeos coincide con una falta de visión y estrategia. Si alguno de esos dirigentes normales tiene una estrategia de largo plazo para Europa, es extraordinariamente incapaz para transmitirla. En el caso de Hollande, las pocas luces de una visión amplia recuerdan a la lograda socialdemocracia de Francia en el decenio de 1960: un estado de bienestar fuerte, junto con una inversión pública abundante para reavivar el crecimiento económico e impulsar el empleo. El punto de referencia de Hollande parece ser el idilio de su juventud en la posguerra, una época de rápido crecimiento, recuperación demográfica, inmigración escasa y poca competencia mundial.
Hollande intentará seducir a otros dirigentes europeos con una visión de un mundo que ha dejado de existir. Esto podría llevar a que esta elección presidencial francesa sea recordada no tanto por la victoria de Hollande y el triunfo de la normalidad, sino por haber sido un paso decisivo en la larga marcha hacia el poder de los partidos populistas. En la primera ronda de las presidenciales, la extrema izquierda obtuvo el 14% de los votos y la extrema derecha (el Frente Nacional de Marine Le Pen), el 18%. Es decir, una tercera parte de los votantes franceses se siente atraída por candidatos con ideologías extremas que se caracterizan por un rechazo antiliberal del euro, del capitalismo y de la globalización.
La clase de normalidad propia de Hollande no atrae a esos votantes populistas, pero descartarlos sería una imprudencia, porque sus aspiraciones utópicas se basan en ansiedades genuinas y legítimas. La desaceleración del crecimiento y la mundialización han dividido a todas las sociedades europeas -y a los Estados Unidos- en dos nuevas clases: aquellos cuya instrucción y capital social les permiten afrontar la actual economía globalizada y aquellos que están estancados con empleos de salario bajo y pasajero.
Esa comprensión superficial del populismo hace que la elección presidencial francesa constituya un síntoma ominoso de la ceguera de los dirigentes de Europa. Con una fachada de normalidad no se pueden afrontar los peligros reales que amenazan los cimientos de las sociedades europeas.
© Project Syndicate
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS