El pie se asemeja a una pluma:
se aplana, pero vuelve a abovedarse.
Y no está mal que
la acción de caminar
se asemeje a una pluma
que en cierta forma alude
al ala y al vuelo de las aves.
De hecho, el alcanzar
la postura erguida
nos pone en posición
para elevar la mirada
y eventualmente efectuar un despegue,
aunque no sea otro que el producto
de nuestra imaginación y sueños.
Esta torre inestable
que es el ser humano,
requiere de una columna
y dos piernas para pararse.
Y los apoyos, aparentemente simétricos,
no son tales, si uno los contempla en detalle.
Observo los pliegues de mis zapatos
y me percato que no son idénticos
cuando comparo el pie izquierdo del derecho.
Las huellas y las fisuras que quedan registradas
en cada una, la forma en que se desgasta cada taco,
revelan que nuestro andar no es simétrico.
El juego de las simetrías aproximadas
se va dando a todo nivel,
desde la física fundamental,
pasando por las diversas escalas
del mundo químico y biológico
hasta llegar a nosotros
y la manera cómo pensamos.
No, no estoy pensando en política.
De hecho el pensamiento
está enfocado más
en lo fisiológico y neurológico,
aunque ni siquiera me acuerde
cuál hemisferio de mi cerebro
fue el encargado
de ordenar a mis dedos
el digitar este conjunto de signos.
De hecho ni siquiera sé
en este momento
qué lado de mi cabeza
está procesando
lo que contemplo en pantalla
o qué zona reconoce algo
como tipografía plateada
sobre fondo negro al pie de ésta,
con la leyenda «MacBook Pro»,
ni menos, por supuesto, cuál lado
es el que se hace esta pregunta...
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