Caminata por el desierto por Mathias Klotz




Arquitecto PUC
Decano Facultad de Arquitectura Arte y Diseño Universidad Diego Portales

Diario El Mercurio, Sábado 26 de Mayo de 2012
http://blogs.elmercurio.com/viviendaydecoracion/2012/05/26/caminata-por-el-desierto.asp

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Hace 18 años participé en un concurso para hacer un hotel en las cercanías de San Pedro de Atacama. Antes de eso sólo había estado allí como estudiante y conservaba entre mis tesoros algunas magníficas fotografías del Valle de la Luna y el recuerdo de una lúgubre hostería.
Afortunadamente gané la competencia y comenzó entonces una serie interminable de viajes en los que discutimos qué, cómo y dónde haríamos el proyecto. Cambiamos muchas veces. Dormimos en los más diversos lugares, desde el mejor hotel de la época hasta el suelo de tierra de una casa abandonada. Dónde alojar nunca importó tanto como las caminatas que realizamos luego de las jornadas de trabajo. Fueron viajes al interior del desierto, provistos de agua y alguna que otra galleta. Duraban horas en las que los estados de ánimo pasaban de la ansiedad inicial, al tedio y el cansancio. Al final siempre hubo una sorpresa que compensaba el esfuerzo, desde la visión de algo inusual hasta un auto esperándonos para recogernos.
Por la noche salíamos a comer por ahí, a conversar, a escuchar música andina y a tomar más de una copa.
Nos fuimos conociendo y nos hicimos amigos, hasta que un día terminamos el hotel.
matiask.jpg.jpgFoto de Sergio López

En adelante nunca dejé de venir a ver algún nuevo detalle, una ampliación, un nuevo proyecto y siempre aprovechamos la visita para salir a caminar, sin hacer nunca dos veces la misma ruta. Así conocí valles desconocidos, subí cerros, visité lagos altiplánicos despoblados, estuve en el carnaval y asistí como actor y espectador al desarrollo turístico de una de las zonas más importantes de Chile en este aspecto.
También fui más de una vez con algún grupo de alumnos. En medio de la nada esperamos que cayeran estrellas fugaces, nos perdimos por caminos que se terminaban, nos enterramos en el barro después de alguna lluvia sorpresiva de verano. Pasamos calor y nos morimos de frío.
A pesar del turismo masivo, a pesar de que el comercio mal organizado ha desplazado a los residentes, a pesar de que se ven mujeres con botas de gamuza y taco alto caminando incómodas en el pueblo por la noche, a pesar de que la principal calle peatonal está constantemente bloqueada por una absurda van verde con blanco, San Pedro en el fondo sigue siendo igual, porque su esencia no está en el pueblo, sino en la gente y en el desierto que lo rodea.
Allí el tiempo parece darnos una tregua y el desierto ser un lugar donde –pese a la dureza superficial que nos impacta– se esconde la posibilidad de los más bellos encuentros, y la más bella de las visiones. Es como si la extrema definición de los bordes, la pureza y nitidez de los colores, donde nada se atenúa ni se suaviza, fuera el escenario ideal para el diálogo.
Caminar por el desierto es un viaje a lo más simple y profundo, donde las personas reales afloran sin máscara ni etiqueta. El entorno es tan rotundo y radical que poco importan las fantasías que tengamos de nosotros. Aquí tuve el privilegio y la suerte de conocer a uno de mis mejores amigos, hace 18 años. Él me enseñó a caminar sin apuro, escuchando el crujir de la tierra cuando se enfría y confiando en que al final de muchas horas de esfuerzo siempre llegaríamos a un destino sorprendente.

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