Política de desarrollo urbano

Tribuna 

por Mathias Klotz
Decano Facultad de Arquitectura, Arte y Diseño
Universidad Diego Portales

En las últimas semanas ha aparecido varias veces en la prensa la noticia de que el Presidente Piñera ha convocado, a través de la señora Antonia Lehmann y el ministro de Vivienda, Rodrigo Pérez Mackenna, a una serie de personas para elaborar una política de desarrollo urbano que regule y oriente el futuro de nuestras ciudades.
Esta convocatoria, amplia aunque incompleta, carece no sólo de representantes de la ciudadanía, sino especialmente de representantes de regiones, tema particularmente grave por tratarse de una política nacional, la que además se pretende promulgar antes de que termine el año.
Como integrante de la comisión, me preocupa especialmente la celeridad con que se pretende abordar los temas, así como la falta de una discusión previa, amplia y fundamentada respecto de qué tipos de ciudades son las que queremos proyectar, por qué y para qué.

No imagino un momento más importante en la historia de nuestro país respecto de cómo y dónde es que queremos vivir.
En los 200 años de historia, el tema sólo fue discutido a puerta cerrada durante los gobiernos autoritarios de Ibáñez y Pinochet. Es por lo mismo que en lugar de funcionalizar la conversación, debemos enaltecerla de modo que no tengamos que saltar de política en política en las décadas sucesivas. Esto debe ser una política de Estado, no una iniciativa apresurada de un gobierno.

Entiendo la urgencia en resolver el tema, pero no entiendo la liviandad y rapidez con que se nos pide que trabajemos.
Estamos hablando del futuro de las ciudades de nuestro país, no de un mero “problema práctico” como dijo el ministro Rodrigo Pérez.

Pienso en que, para comenzar:
—Habrá que justificar cómo es que una política de desarrollo urbano nacional deba promulgarse sin tener en cuenta los datos del Censo en curso, los que estarán recién el primer semestre del 2013. Esto significa que el diagnóstico presentado por el Minvu para su elaboración está obsoleto e incompleto antes de partir el debate.
—Habrá que debatir si es razonable o no que Santiago llegue a los ocho o nueve millones de habitantes como se pretende con la aprobación del PRMS 100, o si no sería más sensato fomentar el desarrollo de Valparaíso, San Antonio y Viña del Mar como zona metropolitana ampliada, y crecer en torno a los corredores de autopistas.
—Habrá que debatir cuándo es que finalmente se va a fomentar el crecimiento de las ciudades en regiones, de modo de poblar el país de manera equilibrada, coherente y sustentable, o si vamos a seguir permitiendo y subsidiando el crecimiento de una única ciudad que, por su topografía, jamás resolverá los problemas de ventilación que padece.

—Habrá que estudiar las realidades de sociedades que se urbanizaron o están haciéndolo en forma acelerada como la nuestra. (Seguramente habrá cosas buenas que imitar y errores posibles de evitar.)
—Habrá que determinar cuáles son los tamaños adecuados que debieran tener como mínimo o máximo nuestras ciudades, de modo de garantizar oportunidades con calidad de vida y resguardo de nuestros recursos naturales.
—Habrá que pensar en que seguramente el paradigma del modo de trabajo cambie sustancial y progresivamente; más gente lo hará desde sus hogares, por lo que alterará la configuración y posición de los centros.

—Habrá que asumir que una política nacional de desarrollo urbano no puede hacerse a espaldas de una política nacional de desarrollo del territorio en su conjunto. Etcétera.

Si es verdad que estamos convocados por la más alta autoridad a pensar, discutir y elaborar una política de desarrollo urbano, es inconcebible que se pretenda realizar el trabajo de manera seria en ocho reuniones.

Si (por citar un ejemplo) para enfrentar el problema de la reconstrucción el Gobierno, pese a sus buenas intenciones, ha pasado por un calvario de imprevistos, inexperiencias y contradicciones, me es difícil entender que para delinear el futuro de nuestras ciudades se nos separe en comisiones que abordan el problema por temas desagregados, para unirlos finalmente en lo que será sin duda una especie de “Frankenstein”.

De no modificarse sustancialmente el calendario y abrir un debate de ideas en torno a los distintos modelos de ciudad a los que podemos aspirar, así como la incorporación de algunos nombres que representen a las provincias, esta convocatoria fracasará o no será otra cosa que el blanqueo de un documento previamente elaborado entre cuatro paredes al alero de intereses corporativos privados, seguramente ajenos, en algunos casos, al bien público. 

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