Hijos con hijos



por Francisco Mouat
Diario El Mercurio, El Sábado, 3 de marzo de 2012

Durante estas últimas vacaciones he pensado muchísimo en lo poco y nada que sabemos sobre ser padres. En la naturaleza de las relaciones familiares que hace que este vínculo sea muy complejo. 

No necesito explicar que quiero a mis hijos. En mi caso es el punto de partida, lo experimento con la piel, con los sentidos, con algo que podríamos llamar alma. Los quise cuando supe que habían sido concebidos, los quise desde antes de que fueran arrojados al mundo inconsultamente, pero nada de eso me libera de comportarme con ellos en cualquier circunstancia como un estúpido. Intento como cualquier mortal que mi promedio de errores no sea demasiado alto, pero al final sólo el tiempo dirá cuántos y qué tipo de traumas pude facilitar en ellos con mi manera de actuar.

Los años me han ido enseñando algo, creo: no sentirme dueño de sus vidas. Es un matiz complicado. Algo hay en nuestra naturaleza salvaje que a veces nos lleva a querer apropiarnos de sus movimientos. Ya sé: no es lo mismo un pequeño de dos años que un adolescente de quince. Al más pequeño le enseñas a caminar y dentro de tus posibilidades lo cuidas de la enorme infinitud de riesgos y amenazas que lo acecharán desde la mañana hasta la noche. Cruzas los dedos para que su salud se mantenga estable o para que no se lance a volar precipicio abajo. A uno de dieciocho le hablas del mundo del estudio y el trabajo sabiendo que lo más probable es que a esas alturas de su vida, y es normal que así sea, sepa poco de los caminos por donde querrá que ella transite. Sospechas que hay un mundo que le interesa, pero finalmente lo que tú pienses de la vida y de las cosas de este mundo no tiene cómo coincidir con lo que él es, con su espíritu. Tú eres tú y él es él, y llegará el momento (si no está llegando ya) en que la primera responsabilidad sobre sus movimientos tendrá que procurarla ese hijo o hija.

Cuidarlos, contenerlos, transmitirles afecto y preocupación admite un sinfín de matices. Entre otras razones porque cada uno de los hijos que uno tiene es un planeta. Con su propia forma y sus características. Lo que parecería saludable para el mayor es casi seguro que será completamente inútil e inadecuado en el caso del siguiente.

Varios de mis hijos asocian la lectura a un completo estado de aburrimiento. Muchas veces pienso en lo pedagógico que sería que se aburrieran muchísimo, para que no pensaran en aburrimiento y entretención como las únicas coordenadas que valen. Pero quién me asegura que no sean ellos los que tienen toda la razón en pensar así. Un amigo me decía el otro día, a propósito de los siniestros realities que transmite la televisión y que mis hijos más chicos siguen con auténtico entusiasmo, que yo debía comportarme autoritariamente en la materia, además de repasar con una monserga en voz alta a todos esos canallas que idean estos programas sabiendo que son basura, para que mis hijos reparen en que mucho más responsable que Huaiquipán en la estupidez de "Mundos opuestos" es el cretino que concibe ese espacio para que el canal gane plata y se justifique su sueldo de sostenedor programático de bazofia rentable. Pero quisiera ejercer el mínimo poder posible y por lo mismo me cuesta el ejercicio puro y duro de la autoridad. Es difícil explicar una ordenanza y es ingrato sufrir decisiones arbitrarias cuando esas decisiones no son comprendidas. Pero me irrita demasiado lo que se está viendo y haciendo en televisión en estos tiempos. Lo siento como un resumidero de maldad. Dirán que exagero. Pero esto es lo que veo: gente que quiere que no pensemos en cuestiones vitales y sencillas, que nos droga con estupidez para que robóticamente seamos unos magníficos consumidores de todo lo que se nos ofrece, sin distinción: realities y televisores, viajes en cuotas y autos último modelo, farándula y teléfonos celulares ultratecnológicos, tragedias y enfermedades, créditos y nuevos créditos.

Hay una imagen que quisiera conservar toda la vida y que no se transmite por televisión. La comentábamos el otro día en una mesa de amigos en el Café Marisol. El día en que aprendimos a andar en bicicleta. El día en que terminamos de enseñarle a un hijo nuestro a sostenerse solo arriba de una bicicleta. Qué gran momento: libertad, independencia, juego, movimiento, vértigo, mirar con ojos nuevos. ¿Recordarán mis hijos el momento en que aprendieron a andar en bicicleta? ¿Les importará?

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