El Artista
por Ascanio Cavallo
Diario El Mercurio, El Sábado, 3 de marzo de 2012
http://diario.elmercurio.com/2012/03/03/el_sabado/cine/noticias/5C8BA629-8A5D-49A7-A6D3-5534E719659E.htm?id={5C8BA629-8A5D-49A7-A6D3-5534E719659E}


En el momento de la irrupción del sonido, el cine silente había alcanzado una total madurez como arte autónomo y probablemente estaba ya en las cumbres de sus capacidades expresivas. 


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 Es 1927. El actor George Valentin (Jean Dujardin) arrasa como estrella del cine mudo. Las aventuras románticas que protagoniza arrebolan la imaginación de los públicos. La gloria y las tentaciones lo rodean. A pesar de su matrimonio con la glamorosa rubia Doris (Penelope Ann Miller), George sucumbe ante los encantos de la debutante Peppy Miller (Bérénice Bejo), que sube en fama peldaño por peldaño.


Todo esto ocupa unos 20 minutos, un quinto del metraje. En 1929 llega el cine sonoro y el estudio de Valentin decide no hacer más películas mudas. El jefe del estudio (John Goodman) despide a Valentin, que se hunde en una espiral de desempleo, producciones fallidas, alcohol, soledad e impulsos autodestructivos, mientras en paralelo Peppy vive un veloz ascenso hacia la gloria. 


Es un hecho histórico que el ingreso del sonido destruyó muchas carreras fílmicas (Chaplin y otros se resistieron por años a aceptarlo) justo antes de que cayera sobre Estados Unidos la Gran Depresión de 1930. El artista es astuta en recoger ese ambiente, sin el cual es difícil entender la historia del cine. 


El relato, más o menos clásico dentro del melodrama, está filmado en blanco y negro y sin diálogos, imitando a una película muda. La eficacia relativa de la imitación -que en realidad remite más a cintas sonoras, como El ciudadano Kane de Orson Welles en lo visual y a Vértigo de Alfred Hitchcock en la partitura sonora- es parte sustancial del prestigio y los premios que ha obtenido esta película en su trayectoria de muchos meses. En verdad, es un estentóreo homenaje al cine, y en particular al cine desplazado, el del silencio.


El caso es que hace ya tiempo que existe un amplio consenso crítico en cuanto a que en el momento de la irrupción del sonido, el cine silente había alcanzado una total madurez como arte autónomo y probablemente estaba ya en las cumbres de sus capacidades expresivas. Es lo que muestran películas como América, El viento, La marcha nupcial, La ley del hampa, El caballo de hierro, La multitud, La General, Los peligros del flirt y muchísimas más. Ver esas obras no es un acto de naïveté o de nostalgia, como parece sugerir esta película, sino una formidable experiencia de integridad visual. Un cineasta actual que se proponga "descubrir" al cine mudo es lo mismo que un pintor descubriendo el Renacimiento, o un músico descubriendo el Romanticismo.


En otras palabras, una avivada, un golpe de ingenio que sólo puede sostenerse sobre la base de la ignorancia, que siempre es tan comprensible como inexcusable. El artista tiene del gran cine mudo sólo una delgada cáscara, tan leve que oscila con fluidez entre el reconocimiento y el oportunismo. La gran paradoja es que si una sola persona se interesa por revisitar las grandes piezas del cine silente, El artista tendrá sentido como acto de divulgación. Pero esa misma persona descubrirá cuán lejos está esta película de las obras a las que pretende imitar. Dicho de otro modo: si El artista se hubiese estrenado en 1927, ya estaría olvidada. 

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