El permanente fantasma de la intolerancia



Una enorme tristeza nos causa como país lo que le ocurrió a Daniel Zamudio. Nuevamente estuvimos frente a una de los fantasmas de la intolerancia homofóbica que de tanto en tanto se toman la agenda informativa, pero pasado el tiempo se olvida y se cambia por otras prioridades y de esa forma nadie propone normas que impidan que estos hechos vuelvan a ocurrir.
Hace unos meses en el Senado aprobamos una ley que impida todo tipo de restricción o exclusión que carezca de justificación razonable y que cause privación a las personas o la amenace en el ejercicio de sus derechos fundamentales consagrados en la Constitución como en los tratados internacionales de Derechos Humanos. Fue un tímido primer paso para avanzar hacia una inexistente ley antidiscriminación.
Esta norma muy sencilla nos costó mucho aprobarla en noviembre del 2011 y no sólo porque algunos partidarios del actual gobierno se opusieron en el Senado, sino que también hubo sociedad civil organizada en las galerías exigiéndonos que no votáramos a favor.
Esto no es otra cosa que la cocina para que algunos alimenten su odio amparados en aquellas doctrinas totalitarias que colocan en el centro la superioridad racial o moral por sobre el que tienen otras personas.
Todos podemos tener actitudes inconscientes en nuestro diario vivir que por alguna u otra razón nos hagan cometer actos discriminatorios contra otros sin querer ser malas personas u ofensivos. Pero hay ideologías que ese es el centro de su filosofía y esas están hace muchos años y si bien no operan abiertamente siempre hay formas en las que presentan su visión e impiden hacer una sociedad en la que todos tengamos los mismos derechos.
Hace unos meses conocimos en Viña del Mar la historia de Sandy que fue brutalmente golpeada y que estuvo al borde la muerte. Es por eso que debemos exigir en nuestra legislación que se debe considerar la categoría de identidad de género en su agravante penal y que proteja principalmente a los transexuales que son las víctimas favoritas de los grupos violentistas que pretenden “limpiar las calles” como justifican su actitud cobarde al atacar en manadas.
No es suficiente una ley que castigue a los grupos violentos. Debemos educar en la diversidad, todos debemos aprender a tolerar a aquellos que consideramos son diferentes a nuestra opción.
Esta tarea no es fácil, nos ha gustado mirar por sobre el hombro a los otros países o a nuestros mismo pueblos originarios y eso lo terminamos traspolando a muchas acciones del diario vivir.
Por eso el poder reflexionar es clave. Todos debemos hacerlo. Los medios deben fijarse qué tipo de lenguaje usan y otros deberemos ajustar nuestras actitudes. Aquí nadie puede pensar: “qué hay que negociar” o “qué hay que transar” para que se acepte al otro.
Nuestra convivencia debe ser planteada desde una sociedad que protege a todos sus integrantes por igual, algo que a ratos vemos como si estuviera en la antípoda de nuestro país.

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