Al filo de la extinción



por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias,
Domingo 25 de marzo de 2012

El desapacible pifano 
del afilador de cuchillos
-percibido a la distancia 
en el tiempo muerto de la media mañana-
me deja una sensación desagradable:
la de no haber cumplido,
a lo largo de la vida, con los plazos,
con las expectativas, con las ilusiones.

No quiero pensar 
en ese obrero trashumante
ni en las innumerables calles 
por las que pasa a diario
lanzando el dramático 
llamado de la necesidad 
con su flauta de Pan
hecha de tubos de fierro.

El afilamiento de cuchillos
es un oficio anacrónico,
que sólo puede apelar
al romanticismo sentimental
de los usuarios y no
a sus problemas reales.

Siempre fue así, por lo demás.

Cuando yo era niño se escuchaba 
con harta más frecuencia que hoy
el mismo zampoñazo, 
pero nunca vi a nadie 
entregarle sus cuchillos al afilador.

Por cierto: el afilador era alguien
a quien simplemente se le veía pasar
y desaparecer con el tranco cansado,
acarreando un extraño instrumento
provisto de pedales 
y una rueda de bicicleta.

Más éxito tenían 
los vendedores de motemey
y de leche de burra.

"Afilad los cuchillos que guardasteis",
escribe Neruda en Alturas de Macchu Pichu.
Quizás el afilador de cuchillos
debería agregar este verso a su pitido,
en calidad de pregón.

Y en una de ésas también 
podría agregar los que vienen 
("ponedlos en mi pecho y en mi mano / 
como un río de rayos amarillos /
como un río de tigres enterrados /
y dejadme llorar horas, días, años")
y de esta manera reinventarse
como heraldo de las viejas formas
y de las viejas tecnologías.

En Isla Negra, donde hoy
todo se llama Neruda,
los turistas se rendirán
ante la evidencia
del símbolo viviente
y entregarían gustosos
sus cuchillos 
y sus cortaplumas suizas.

Hace un par de noches
mi amigo Neil Davidson se reía
de otro verso del mismo poema:
"Domador de guanacos tutelares".

Lo que suscitaba su hilaridad
era la presencia de la palabra guanajo
en ese contexto de solemnidad máxima.

Pensaba, probablemente,
en el vehículo policial diseñado
para la represión de manifestantes
y en los sujetos que les hacen frente
a piedrazos, que algo tienen
de domadores con su conducta.

Yo, por mi parte, al reírme,
pensaba que antes se les 
llamaba guanacos a los escupidores.

La verdad es que hace cuarenta años
se escupía mucho en Santiago:
las veredas en las mañanas
exhibían una blanca estela de escupos
producto de un concierto colectivo
de expectoraciones.

Pero el verso es bueno:
los guanajos son animales muy bonitos,
y observados de lejos 
-vigilantes, parados en algún promontorio-
proyectan una imagen sobrecogedora.

Perfectamente pueden, por lo tanto,
ofrecer a una comunidad cualquiera
una función tutelar en el plano simbólico.

Los versos verdaderamente graciosos
del famoso canto son, a mi entender, otros:
"joyero de los dedos machacados"
y "agricultor temblando en la semilla".

Es decir, una persona
que se machaca los dedos
no puede pedir
que la traten con seriedad.

Y un agricultor que tiembla en la semilla,
bueno, no sé, hay en eso 
un problema de proporciones: 
la imagen literal es demasiado ridícula.

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