En busca de la tumba de Unamuno

De Andrés Bande Bruck, 
aparte de ser hermano mayor de Jorge, 
nuestro querido amigo y compañero de colegio,
no sabíamos mucho, aunque suponíamos 
que sería un 'capo(a)', como toda persona 
que provenga de dicha familia.  

Hablar de él como CEO 
de una importante compañía 
internacional del área 
de las telecomunicaciones,
el tema daría para largo.

Pero los Bande Bruck, 
no sólo demuestran sus habilidades
en los rubros en los cuales son expertos, 
sino tienen, como sus padres,
una veta cultural amplísima
y la literatura, entre otras, 
de alguna manera está impresa 
en su ADN genético y cultural.

Por casualidad me encontré 
con un documento de larga data, 
un opúsculo de los años sesenta:
Ideario, una publicación 
del Centro de Derecho
de la Universidad de Chile (Año V, N˚ 9), 
que sobrevivió cuatro décadas 
en los estantes de nuestra casa algarrobina 
(vecina a la de los Cabezón Gil),
pasando, después de la venta del inmueble
hace unos cinco años, a quedar sepultado
entre papeles y publicaciones varias.

Hoy emerge nuevamente a la luz
y leo un breve texto escrito por Andrés
que más que comentar prefiero transcribir:

EN BUSCA DE LA TUMBA DE UNAMUNO
                                      por Andrés Bande B.

Llegábamos a Salamanca
en uno de aquellos días cálidos
cargados de la lluvia 
que hace de la estepa castellana
arcoiris y un sol sin rumbo.

Aquel día sábado
los cafés de la Plaza Mayor,
anidaban algunos estudiantes soñadores
y otros que siempre ansiaron serlo.

En medio de la Plaza
un entarimado rodeado de graderías,
representaría cierta mezcla
de flamenco, zarzuelas
y algún acto olvidado
de Ruiz de Alarcón.

Estaban con sus boinas enmohecidas
los campesinos 
de los pueblos blancos de la Castilla, 
arrimados a alguna columna
ofreciendo los productos de su tierra.

Y nosotros que habríamos de oír
las viejas cátedras de la Universidad
algún salmo turístico a las virtudes
de Fray Luis de León o refregar, 
nuestras cansadas espaldas
a los muros de la Catedral,
permanecimos en cambio
sentados en aquellas sillas
confortables de los cafés.

Alguien recordó a Miguel de Unamuno.

No sé por qué.

Recordaba 
las lecciones del colegio
en que se nos presentó
a un caballero de barba,
filósofo y también literato.

Nada más mi mente recordaba
en aquel instante. Sin embargo,
nos obstinamos en descubrir
algo de su vida a través
de las antiguas calles de Salamanca.

Pocos rastros había dejado.

Sin embargo, su espíritu
llenó toda una época
de la convivencia académica
y de la creación espiritual de España.

Por ello, algo nos movió a descubrirlo.
Había un lugar en que se decía estaba.

Si bien no ya en plenitud,
en ese lugar 
habríamos de descubrir
algún homenaje sincero
a su ilustre memoria.

Fuimos pues
al Cementerio de Salamanca
en la tarde nebulosa,
enverdecida de pinos.

Vagamos por el desierto conjunto de tumbas
tratando de descubrir algún mausoleo
que contuviera el ilustre nombre que buscábamos.

Pero en vano.

Preguntamos,
y se nos dijo que si era Villalobos,
"Villalobos está frente a la entrada".

Respondimos negativamente,
pero nuestro interlocutor insistió
en que si era alguien famoso
debía ser aquel médico
llamado Villalobos.

Reflexionamos instantes
sobre el olvido a aquellos 
que alimentaron el espíritu.

Continuamos nuestra búsqueda
con los ojos mirando el suelo lleno 
de inscripciones, cruces y plegarias.

En ese andar pasó una anciana
de linos negros quien con las lágrimas
de alguna pena nos increpó:
"No busquéis a Unamuno aquí abajo
entre los adinerados y los célebres,
pues está arriba a su altura
en el más modesto de los nichos".

Y así llegamos frente a él.
Decía tan solo su nombre
y dos cortos versos 
de su bella poesía.

Había llegado a descansar
entre los humildes 
y los simples de su pueblo.

Creí que ello no era excepcional,
que significaba un rastro,
una huella de la naturaleza española.

Nos alejamos cuando la noche
vertía las estrellas y las luces
asomaban a lo lejos.
_______________________________

Después de leer 
este sencillo y bello,
fino y sensible relato
sólo atino a repetir,
como si estuviese frente
a la tumba de Unamuno, 
las únicas palabras
que me sé de memoria de él
y que bien podrían 
acompañar su lápida.

Allí, frente al misterio
de la condición humana,
de la muerte y el espíritu,
en voz baja y con la torpeza
que a veces acompaña la emoción, diría:

«Cómo quieren 
que no me contradiga
si estoy buscando la verdad.»

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