Cuba: mi causa es la libertad



Mi verso no está al servicio de las dictaduras. Asumo la izquierda –comunista- que desde la tradición y educación sembraron desde el norte con libertad la defensa de los pobres y explotados. Estoy con el verbo encendido de aquellos que respetando la libertad, levantan banderas subversivas con argumentos y sin represión.

La muerte del disidente cubano Wilman Villar Mendoza pone nuevamente en el escenario la represión que el gobierno de la isla inflige a los ciudadanos que exigen libertad y respeto a los derechos humanos.
Orlando Zapata Tamayo, Juan Wilfredo Soto García, Laura Pollán Toledo y Wilman Villar Mendoza son algunas de las víctimas del gobierno dictatorial de los hermanos Castro, que en nombre de la revolución y del pueblo someten a los isleños a una vida mísera, sin libertad, copados de censuras.
Paraíso de injusticia, donde la clase dominante, miembros del Partido Comunista o cercanos a los gobernantes, tienen en tiendas especialmente habilitadas para turistas y dirigentes los productos que el común de los cubanos no conoce debido al desabastecimiento fruto de políticas estatistas, bloqueo y fracaso del modelo económico que se aplica en Cuba.
Si bien en algunas materias la isla ha destacado (deportes, ciencias, formación de profesionales en el área de medicina) el dolor de cada isleño es más grande que dichos pasos significativos, que pierden valor ante la falta de libertad.
Es cierto, el pueblo cubano es un pueblo alegre, festivo. Expresión de esperanza que se niega morir, ante tanto signo de muerte implantado desde las  altas esferas del poder ateo.
El gobierno cubano últimamente ha tolerado ciertas expresiones religiosas, no por convicción o reconocer la necesidad del encuentro del hombre con su creador, sino como táctica y blanqueamiento de imagen. La Iglesia Católica les es útil a los dirigentes comunistas en esta etapa, donde nadie en su sano juicio puede defender lo indefendible: falta de libertad en todas sus expresiones, estado policíaco, ciudadanos entrenados para espiar a sus vecinos, desconfianza en el otro, y desde el miedo, mantener un sistema que sólo beneficia a la casta reinante, que llevan las riendas de la revolución.
Cuba está atravesada en todos sus estamentos por la sacrosanta palabra Revolución. Para los comunistas isleños el fin justifica los medios. Allí la cultura debe cantar a la revolución y a sus líderes iluminados. La religión, mientras la teología de paso a una sociología liberadora, es tolerable. Es esa sociedad, el hombre al servicio del Dios llamado revolución, que en su nombre permite que un hombre 50 días en huelga de hambre, clamando por la libertad, muera en una mazmorra, además ofendido hasta en su muerte al tergiversar su lucha y tratar de reducirlo a un delincuente común que agrede físicamente a su mujer.
La muerte del disidente cubano a quien el gobierno acusa de ser delincuente común, debe generar un repudio fuerte de la comunidad internacional en contra de Cuba.
No debe paralizar al gobierno chileno que desde la isla, se recuerde a las autoridades de nuestro país el tiempo de la dictadura de Pinochet. Porque conocemos lo que es dictadura, con autoridad levantamos la voz, repudiando todo acto que en nombre de lo que sea –siempre excusa para mantener en el poder a dictadores-  atenta contra los derechos sagrados de todo hombre.
Algunas voces se levantan diciendo que Chile tampoco es paraíso de los derechos humanos. Se trae a recuerdo el caso del algún mapuche. No se puede hablar de pueblo mapuche, porque no todos están en las revueltas que consignan las noticias.
En Chile funcionan –para algunos mal, a medias o bien- los Tribunales de Justicia, palabra independiente que tras estudiar los casos emite sentencia.
Cuba está atravesada en todos sus estamentos por la sacrosanta palabra Revolución. Para los comunistas isleños el fin justifica los medios. Allí la cultura debe cantar a la revolución y a sus líderes iluminados. La religión, mientras la teología de paso a una sociología liberadora, es tolerable. Es esa sociedad, el hombre al servicio del Dios llamado revolución, que en su nombre permite que un hombre 50 días en huelga de hambre, clamando por la libertad, muera en una mazmorra, además ofendido hasta en su muerte al tergiversar su lucha y tratar de reducirlo a un delincuente común que agrede físicamente a su mujer.
Castro no puede seguir un día más en el poder. Seguirá por algunos años, por la falta de coraje de gobiernos que estrechan su mano y lo incluyen en círculos de líderes elegidos.
Castro seguirá mientras haya un pontífice que acepte los homenajes a la iglesia institución, y no toque las propiedades y permita las expresiones formales de fe. Una Iglesia cobarde que no escucha los gritos de Cristo reprimido en las cárceles del régimen.
Está claro que los adelantos que exhibe la isla no son suficientes, para acallar la disidencia que pide y lucha pacíficamente por la libertad.
La permanencia de la cúpula reinante en la isla tiene el tufillo de la intelectualidad que asume desde la capellanía comunista dictatorial las directrices para seguir llamándose progresistas.
Mi verso no está al servicio de las dictaduras. Asumo la izquierda –comunista- que desde la tradición y educación sembraron desde el norte con libertad la defensa de los pobres y explotados. Estoy con el verbo encendido de aquellos que respetando la libertad, levantan banderas subversivas con argumentos y sin represión.
Los que conocen la historia del Partido Comunista Chileno, saben de su impecable respeto a la democracia y  libertad. Pero también de la defensa de regímenes oprobiosos que han dejado profundas heridas de represión y violencia.
El gobierno chileno debe hacer lobby para que las autoridades de la isla  entiendan que la libertad más temprano que tarde llegará. Hoy es el momento para que los hermanos Castro abran puertas y ventanas, y el siglo entre con sus luces y sombras.

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