Que no se pierda ni uno solo...




El evangelio de hoy martes
de la segunda semana de Adviento
me hizo recordar una entrevista 
a Gastón Soublette
que apareció publicada
en el diario El Mercurio, 
hace unos cuatro o cinco años.

Este es el breve relato de Soublette:

«Se me ocurrió visitar 
el basural en Valparaíso,
un lugar horripilante y muy peligroso 
donde vivían personas indigentes.

Mi intención era verlo con mis propios ojos,
así es que contraté a cinco matones
y les di un billete de cinco mil pesos 
a cada uno para que me acompañaran.

Fue una cosa feísima, una inmundicia,
con muchas banderas chilenas ondeando al viento.

Un panorama irreal.

Al acercarme a una de las cavernas
donde viven estas personas,
un hombre comenzó a insultarnos.

Tenía una cicatriz en la cara 
y estaba muy mal vestido.

No sé por qué me adelanté y le di la mano.

Le dije: ¿Cómo está, señor?

Él me sonrió... 
se sintió feliz que le dijera señor.

Luego me miró a los ojos 
y me dijo: ¡yo soy el cordero!

Le pregunté
¿Por qué se identifica como el cordero?,
él me dijo: entre en mi casa y lo sabrá.

Entré inmediatamente, en la mugre más terrible.

Tenía una vela prendida, 
una mesa desvencijada,
una silla, un saco de dormir 
y en las paredes muchos posters 
que había encontrado.

Tomó la vela y se acercó a uno.

Aparecía Jesús
con un corderito sobre sus hombros,
fruto de la parábola 'la oveja descarriada'.

Entonces, apuntando con el dedo,
me dijo ¡ese corderito soy yo!".

"Eso es lo que yo llamo la poética del acontecer...

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Día litúrgico: Martes II de Adviento
Texto del Evangelio (Mt 18,12-14): 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: 
«Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas 
y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes 
las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? 

Y si llega a encontrarla, os digo de verdad 
que tiene más alegría por ella 
que por las noventa y nueve no descarriadas. 

De la misma manera, no es voluntad 
de vuestro Padre celestial 
que se pierda uno solo de estos pequeños».

Comentario del Reverendo 
D. Joaquim Monrós i Guitart 
(Tarragona, España)

«No es voluntad de vuestro Padre celestial 
que se pierda uno solo de estos pequeños»

Hoy, Jesús nos hace saber 
que Dios quiere 
que todos los hombres se salven 
y que no es su voluntad 
«que se pierda ni uno solo» (Mt 18,14). 

Con la parábola del pastor que busca la oveja 
que se ha perdido, nos presenta una figura 
que conmovió a los primeros cristianos. 

En la portada del Catecismo de la Iglesia Católica 
está grabada esta figura de Jesús Buen Pastor, 
que en las catacumbas de Roma está ya presente 
entre las primeras imágenes del Señor.
Es tan fuerte el querer de Dios de salvarnos 
que, desde estas palabras hasta la donación 
incondicional en la Cruz, es Cristo 
quien nos busca a cada uno para que 
—libremente— volvamos a la amistad con Él.
De la misma manera que Jesús, 
los cristianos hemos de tener 
este mismo sentimiento: 
¡que todos se salven y lleguen 
al conocimiento de la verdad! 

Tal como le gustaba decir 
a san Josemaría Escrivá, 
«todos somos oveja y pastor». 

Hay personas 
—el propio esposo o la esposa, 
los hijos, los parientes, los amigos, etc.— 
para los cuales nosotros, quizá, 
seamos la única oportunidad 
que les pueda facilitar 
la recuperación de la alegría de la fe 
y de la vida de la gracia.
Siempre podemos dejar 
el noventa y nueve por ciento 
de las cosas que nos llevamos entre manos, 
para orar y ayudar a aquella persona 
que tenemos cerca, que amamos 
y que sabemos que padece 
alguna necesidad en su alma.
Con nuestra oración y mortificación, 
y con nuestra fe amorosa, 
les podemos alcanzar 
la gracia de la conversión, 
como santa Mónica consiguió 
que su hijo Agustín se convirtiera 
en el “primer hombre moderno” 
que sabe explicar en Las confesiones 
cómo la gracia actuó en él 
hasta llegar a la santidad.

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