La fomedad de un título...‏






No sé si titular sea un arte,
pero al menos califica
como oficio intuitivo
que no siempre resulta...

Recientemente, leyendo por casualidad
un artículo en la sección cultura
del diario Las Últimas Noticias,
me pareció extraño el título:
La fomedad del puro...

Después de leer la columna
no digamos que encontré fome el título
sino más bien...misleading,  
o ni siquiera eso, sólo que
no pareciera decir mucho:
ni chicha ni limoná.

Habría bastado algo así como:
Puros bostezos...

Aquí va el artículo para que juzguen
ustedes mismos la pertinencia del título:

La fomedad de un puro
por Vicente Montañés
Diario Las Últimas Noticias, miércoles 28 de diciembre de 2011

Enciendo la tele y agarro 
una película sobre el Che Guevara,
Benicio del Toro no es tan mal actor,
pero a los diez minutos
me aburro intensamente.

Debe ser la fomedad del guión.

No me explico por qué 
no funciona -para mí-
esta versión del doctor asmático
que anda por la Sierra Maestra
con un fusil en la mano.

Si me divierte
(me escandaliza un poco)
el timbre de voz 
que le ponen a Fidel:
demasiado agudo, casi chileno.

Siempre creí 
que la fumación de puros
agravaba la voz.

Nunca los he probado,
aunque me ocurre soñar,
una o dos veces al año,
que empiezo a fumarlos
con una mueca de felicidad.

Ignoro el sentido inconsciente de estos sueños.

También yo, a los quince años, pensaba 
que era imprescindible hacer la revolución.

Así, entre otras cosas, 
la remuneración
de un obrero no calificado
y la de un cirujano especializado
en las anomalías del nervio óptico
serían equivalentes.

¿Quería decir que se les pagara
la misma cantidad de dinero?

Supongo que sí:
ambos trabajaban
ocho horas diarias.

Yo estaba influido,
en aquella primavera de 1970,
por la lectura de Walden Dos,
una novela utopizante
del sicólogo conductista B. F. Skinner.

Creo recordar que 
en la comunidad ficticia allí descrita 
-podría equivocarme, vayan a la fuente-
los trabajos "desagradables"
eran mejor pagados que los que
proporcionan placer intelectual,
y la moneda de cambio consistía
(o lo incluía, además de provisiones y abrigo)
en bonos de tiempo libre.

Si uno se deslomaba aseando baños,
tenía derecho a disponer
de más horas libres que si trabajaba
resolviendo ecuaciones matemáticas.

Más no recuerdo, pero una sociedad como ésa,
basada sólo en los "refuerzos positivos",
no me parece posible tras la invención de internet.

Estoy simplificando, también aquí
tienen ustedes que pensar un poco.

Me pregunto si un Walden Dos
sería tan deseable. 

Sí creo deseable, al menos,
un sistema de salud de alta calidad
y eficacia al alcance de todos:
o gratis o muy barato.

Pero parece que Chile no tiene cojones para eso.

¿Es lo que hay en Cuba todavía?

Una voz amoral (no inmoral) me dice:
trata de conocer La Habana
antes de que se llene de autos último modelo.

Me gustaría.

Mientras tanto, buceo 
en las páginas de Tres tristes tigres, 
novela acalorada y experimental 
del cubano Guillermo Cabrera Infante.
que estuvo en la revolución en los primeros años,
aunque a mediados de los sesenta 
se exilió en Londres para siempre.

En ese desencuentro
tuvo que ver un cortometraje
con diversiones nocturnas
que Fidel no apreció.

La historia completa
es más complicada.

Leyendo Tres tristes tigres
pretendo capear el calor de Santiago
y olvidar los trucos que hacen
las isapres para lucrar
como enfermos de codicia.

Me concentro, pero no consigo
entender si los personajes
que deambulan por esa Habana anterior
a la revolución son tres o son cuatro.

¿Quién se acuesta con la obesa 
cantante de boleros, quién
con la mulata calva?

Hago un aro entre bostezos
(me gusta el lenguaje disparatado
pero odio perder el hilo)
y examino la prensa del corazón_
el hirsuto Villegas ha dicho
que la revolucionaria Camila
es calculadora.

El chileno medio dictamina:
está enamorado de ella.

Yo bostezo una vez más.

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