Sábado 05 de Noviembre de 2011
"Todo el sistema de la educación superior ha entrado en una revisión crítica desde hace muchos años; cada día esta revisión es más penetrante y amplia... Es un hecho que caracteriza a la universidad contemporánea...Si queremos que estas discusiones tengan un valor objetivo, deben realizarse con generosidad y espíritu objetivo, pues, de otra manera, ahuyentan de la universidad y de las tareas de la ciencia a muchos espíritus sensibles y finos que no aman el tumulto, ni la violencia".
Esta cita es de 1960 y pertenece a Juan Gómez Millas, específicamente a "La universidad en nuestro tiempo". Son palabras muy apropiadas para el momento actual, aunque se echa de menos la generosidad a la que aludía el entonces rector de la Universidad de Chile.
Es natural, así es en distintos lugares del mundo, que exista discrepancia respecto de las políticas que son más apropiadas para el desarrollo de nuestro sistema de educación superior. Las movilizaciones para influir en una dirección o en otra son parte integral de este debate, sobre todo cuando los temas centrales que ocupan el debate del país dicen relación con dicho sistema.
Sin embargo, es irrazonable que estas discrepancias lleven a ceses prolongados parciales o totales en varias de nuestras principales instituciones de educación superior. No es que estas situaciones nunca puedan ocurrir, pero uno supondría que deben reservarse para aquellas situaciones en las cuales el Estado mantiene instituciones manifiestamente injustas.
Más allá de las discrepancias y emociones que susciten las políticas vigentes, es difícil sostener que estamos enfrentados a un modelo universitario de esas características. Por ejemplo, que la educación superior no sea gratuita es entendible si se piensa que una buena parte de los dirigentes y los estudiantes que la demandan van a pertenecer al diez por ciento de mayores ingresos (de hecho, cinco de cada diez personas con educación universitaria son actualmente parte del diez por ciento de los hogares de mayores ingresos). Eso no significa que no pueda mejorarse significativamente el sistema de financiamiento estudiantil y hay diversas propuestas al respecto, pero decidir sobre la más apropiada requiere de un análisis cuidadoso para producir los resultados más justos posibles, considerando que en educación hay otras múltiples necesidades que deben atenderse.
Nuestras instituciones de excelencia no han estado suficientemente apoyadas y se le ha puesto límite a su desarrollo. La Universidad de Chile, en particular, no es una más. Lleva 168 años siendo fiel al "Discurso de Instalación" que dictase su primer rector. Por lo demás, no es verdad que las universidades sean fácilmente intercambiables. En todo el mundo, las mejores universidades llevan décadas teniendo esta categoría. Hay que apostar, entonces, a su avance.
Más allá de sus debilidades, problemas o ineficiencias sigue siendo la gran universidad del país. La forma en que es conveniente allegarle recursos para desarrollar su potencial es ya un asunto discutible. Pero en este insuficiente apoyo y en esta discusión no hay de nuevo nada manifiestamente injusto. Hay, por cierto, mucha miopía, y la universidad tendrá que seguir convenciendo sobre sus virtudes. El propio Gómez Millas en el ensayo citado lo sugería: "El esfuerzo de comprensión [a los mayores] que les pedimos no siempre pueden apreciarlo en lo que vale... ¿Por qué entonces irritarnos"?
Es hora que las universidades del Consejo de Rectores, en particular la Chile y sus académicos y estudiantes, se hagan eco de la generosidad a la que se refería Gómez Millas. No hay nada que las pueda dañar más que esta paralización prolongada, sobre todo si lo que está en juego no son políticas o instituciones arbitrariamente injustas, sino discrepancias legítimas respecto de cuáles son las políticas de educación superior más apropiadas. Después de todo, ¿no es sobre el debate reflexivo de diferencias como éstas que se construye universidad?
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