Noches postergadas

Hombre soltero busca

por Gustavo SantanderDiario El Mercurio, Martes 29 de Noviembre de 2011  
http://blogs.elmercurio.com/ya/2011/11/29/noches-postergadas.asp

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Al despertar, intentó analizar lo sucedido como si se lo estuvieran contando, como si todo esto le hubiese ocurrido a otra persona y no a ella. Por más que intentaba, no podía dilucidar cómo pasó lo que pasó. Se conocieron por coincidencia, como ocurre con todo lo que nos pasa en la vida: podrían haber elegido universidades diferentes, pero eligieron la misma; podrían haber optado por carreras distintas, pero la falta de claridad de lo que querían hacer con sus vidas a los dieciocho años los llevó a una en común; y aunque eligieron grupos de amigos totalmente diferentes, hubo uno que coincidía en ambos y los hizo encontrarse una tarde cualquiera. Desde ese día comenzaron a acercarse más, se encontraban en el patio, se llamaban por teléfono, inventaban excusas para verse.
Quizás él malinterpretó las cosas o probablemente ella no se atrevió, lo cierto es que un día él le trajo un tulipán de madera que compró en la calle y le dijo que le gustaba. Ella lo besó, pero se arrepintió casi de inmediato, diciéndole que no, que estaban bien como estaban y que prefería no confundir las cosas, que a lo mejor en otro momento se sentiría más segura. Y aunque esa respuesta no le sentó bien, había aprendido desde muy chico que perder también podía ser una forma de avanzar y, lejos de aislarse o evitarla, siguió viéndola lo más que pudo. Excepto durante una temporada en que -por culpa de una polola que no la soportaba- se distanciaron un tiempo, estuvieron muy cercanos durante años. Cada cual con sus vidas, que solían contarse cuando podían. Durante años tuvieron que desmentir rumores de un romance clandestino y entre ellos evitaban el viejo cliché de que "no existe la amistad entre hombres y mujeres".
La noche anterior fue una más de tantas noches. Unos familiares lejanos la habían invitado a una reunión que ella auguraba fomísima, por lo que no dudó en llamarlo. "Si no vas me voy a aburrir como una ostra. ¡Sálvame! Sabes que nunca te pido esto, pero ahora te toca apechugar y demostrarme que me quieres". Él le dijo que sí, sabiendo que este tipo de cosas se las había pedido muchas veces, pero le divertía llamarla al día siguiente para burlarse de la siutiquería de su familia. Llegaron juntos como lo habían hecho infinidad de veces. Ella lo escuchó contar anécdotas y ganarse la simpatía de los invitados, como lo hacía normalmente. Siempre se burlaba de él diciéndole que era muy joven para tener tantas historias en su repertorio, pero en momentos como éstos celebraba que sacara una y otra de debajo de la manga. Luego de comer y de haber consumido una buena dosis de champaña, salieron al jardín de la casa y se sentaron a conversar. Mientras la noche avanzaba vieron a la gente desertar y se alegraron de poder irse sin ofender a nadie. Una vez afuera, él le propuso continuar la conversa en un bar y recalaron en uno que, a pesar de lo bullicioso, les resultaba agradable. Al cabo de dos gin tonics decidieron que era hora de irse y él la acompañó a su casa, como era habitual. Una vez en su departamento ella le dijo si se le antojaba un último trago y él aceptó. A partir de ese momento sus recuerdos se confunden. Recuerda que trajo dos copas de tinto y que las dejo sobre la mesa, pero no sabe en qué momento él la miro directamente a los ojos y ella se dejó besar. Su cabeza no logra establecer un orden claro de los acontecimientos, aunque está segura de que él la desvistió aún estando en el living y que ella lo guió desnuda hasta su pieza, dónde ahora él duerme profundamente.
"Gustavo, levántate. La Carola me va a venir a buscar para ir a comprar unas cosas y no sería bueno que nos encuentre aquí. Mejor nos llamamos más tarde y hablamos" dice Antonia, vestida con una polera blanca y una expresión difícil de interpretar. Un sol fuertísimo se estrella contra mis pupilas adormecidas, cubriendo su silueta con reflejos luminosos. El timbre del departamento suena dos veces, como una aguja reventando un globo en las manos de alguien.

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