Nadie está libre

Mi primer año con Fátima

por Claudia AldanaDiario El Mercurio, Martes 29 de Noviembre de 2011
http://blogs.elmercurio.com/ya/2011/11/29/nadie-esta-libre.asp

Claudia-Aldana-Fatima.jpgEscribo esta columna mientras pregunto por Twitter dónde están pintando los autos para apoyar a la Teletón. Recibo todo tipo de respuestas: informativas, y algunas irónicas, que prácticamente confunden apoyar a la Teletón con creer a ciegas en el Viejito Pascuero. Y como madre por partida doble, y además de una que es considerada discapacitada mental, quiero hacerme escuchar. Porque mi amor por la Teletón viene de siempre, y hoy la siento más propia que nunca.
Estamos en los últimos días de noviembre. Todos corren, ordenan presupuestos para los regalos de Navidad, suben el vidrio cuando ven una caja que tiene pinta de colecta. Y en las redes sociales, que son mi actual tertulia, ya que sólo salgo de la casa a trámites relacionados con médicos y exámenes de la Fátima, me sorprende la actitud "ondera" de torpedear a la Teletón. Que es un show, que la plata está de antes, que los niños recibirán tratamiento con o sin nuestra ayuda, que los animadores se dejan una comisión, que es una forma en que las grandes empresas pagan menos impuestos... Y de verdad, me duele. No quiero ser la tonta grave, pero algo extraño me pasa con la institución Teletón. Yo me crié en el sur, y vi de cerca casos de niños que se atendían en estos centros, que obtuvieron sus prótesis, y que se integraron a la vida. Fui vecina de Anita, la niña símbolo del año 1982. Y uno de los conocidos de mi infancia, que iba al colegio en silla de ruedas, estudió en la misma universidad que yo, caminó con muletas por los pasillos, y hace poco lo vi en el supermercado, caminando dificultosamente, pero de pie, por sí solo. Por eso sé que la Teletón es fundamental para muchas familias. Y me molesta que sea cool chaquetearla.
Vivimos en una sociedad tremendamente egoísta. ¿Tu hijo no puede caminar? Qué pena, yo sigo mi camino. La mayoría se emociona con los comerciales, pero el impulso no les dura más que hasta que las lágrimas se secan, y las ganas de hacer un aporte quedan ahí, olvidadas. ¿Y qué pasaría si mañana te pasa algo a ti? ¿O a tu hijo? ¿Qué puerta vas a tocar? ¿Crees que el seguro de invalidez que contrataste hace años te va a sacar adelante? ¿Y los gastos médicos? ¿Y tu integración a la sociedad? ¿Y la educación cívica, que enseña a ayudar a los discapacitados cuando no hay cómo subir una escala? Nadie está libre de que la vida le cambie en un minuto. Yo siempre fui despreocupada, relajada, manejé con trago en el cuerpo demasiadas veces, me sentía invencible, "las cosas malas le pasan al resto, no a mí". Sin embargo, me enamoré, me casé con el hombre de mi vida, tuvimos una hija perfecta, y en nuestro segundo embarazo, la vida me enseñó lo que es la fragilidad. Tengo una hija con una discapacidad. Ella necesita mucha ayuda: enseñarle a comer, a entender qué hacer con la lengua cuando le pongo la papilla en la boca ha sido difícil. Pero ella lo aprende todo, con esfuerzo. Cuando esté lista para caminar, tendré que poner esas barandas que vemos en los comerciales de la Teletón para que mi hija se afirme y dé sus primeros pasos. Si no te nace donar a la Teletón porque crees en su maravillosa obra, entonces aporta egoístamente: puede que alguien que amas necesite de la Teletón alguna vez. Y cuando llegues, nadie te va a preguntar cuánto has depositado en la cuenta 24.500-03. La Teletón recibe a todos, de brazos abiertos. Lo sé, porque la hija de un primo está siendo tratada ahí. Y por eso quiero pedirles: seamos menos cínicos y onderos, y ayudemos a la mejor obra social que tiene Chile. No es obligatorio, es un ejemplo de gratuidad. Enseñémosles desde chicos a nuestros hijos que esos niños los necesitan, y que son tan niños como ellos. Que los inviten a jugar. Crezcamos como padres, dándoles el ejemplo. Pongámonos con la Teletón. Interesada, o desinteresadamente: es uno de los orgullos que tenemos como chilenos.

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