Atilio Mosca
El capitán de la patagonia
por Sebastián Montalva Wainer, desde el canal Beagle, Patagonia.
Diario El Mercurio, Revista del Domingo
Domingo 2 de Octubre de 2011
http://diario.elmercurio.com/2011/10/02/revista_del_domingo/grandes_viajeros/noticias/13A6364A-6CD6-4DD2-83DA-7BFD47B2E46E.htm?id={13A6364A-6CD6-4DD2-83DA-7BFD47B2E46E}
Con sólo 20 años se convirtió en uno de los primeros hombres en dar la
vuelta al mítico Cabo de Hornos en kayak, y desde entonces ha seguido
navegando por las islas y canales más desconocidos de la Patagonia.
Radicado en Ushuaia, el argentino Atilio Mosca está convencido de que
toda esta zona -incluyendo Puerto Williams e isla Navarino- tiene un
potencial que nadie ha sabido aún aprovechar. "Estamos en un punto
donde podemos salir directamente a la Antártica, a África, a las
Malvinas, a Australia. Es un centro para la navegación hacia todos
estos santuarios", dice mientras surca en su velero los salvajes mares
australes.
Quizás sean los años de experiencia o la natural adaptación al
entorno, pero hay algo evidente en Atilio Mosca: el frío no le hace
mella.
Es una tarde de invierno. Vamos navegando en velero por el brazo este
del canal Beagle, en la Patagonia, y mientras los pasajeros nos
acurrucamos junto a la estufa de su confortable living-comedor
flotante, Atilio Mosca, el alto y corpulento capitán, lleva horas y
horas al timón en cubierta, sin que se le borre la sonrisa de la cara.
Afuera, el gélido viento austral es difícil de soportar.
"Me gusta ir en cubierta mientras navego", dice el capitán a medida
que atravesamos un paisaje de montañas nevadas y azulinos glaciares
que caen al mar. "Cada vez que viajo por estos lugares la sensación es
única. Aunque pases dos, cuatro o seis veces al año, son muy pocas
oportunidades como para poder disfrutarlo".
Atilio Mosca (42 años, argentino, apellido de origen italiano) es un
apasionado por los mares de la Patagonia. Durante prácticamente la
mitad de su vida se ha dedicado a surcar estas aguas a bordo de
kayaks, barcos a motor o pequeños veleros como el que nos lleva ahora
mismo. Vive hace diez años en Ushuaia y se ha convertido en uno de los
máximos referentes a la hora de hablar de navegaciones australes. Con
su velero, el Ksar -que antes perteneció al francés Jean Paul
Bassaget, antiguo capitán del Calypso de Jacques Cousteau-, viaja
todos los años a sitios como el mítico Cabo de Hornos, o a destinos
poco explorados como los canales de Tierra del Fuego, la Cordillera
Darwin o los alrededores de isla Navarino.
"El Cabo de Hornos es un lugar de interés mundial para los
veleristas", dice Atilio. "Para mí ir hasta allá siempre es una
fascinación; más aún cuando pienso en los viajes de los primeros que
lo navegaron y lo duro que era. Ahora estamos muy protegidos por la
tecnología, las fibras sintéticas. El frío, que es lo particular de
esta región, se puede combatir, no hay ropas mojadas y eso lleva a una
navegación más placentera. Cambió mucho. Hoy ya no se mueven velas, se
miran pantallas".
Atilio Mosca no tendría por qué haber llegado a la Patagonia. Ningún
antecedente en su historia hubiese permitido prever que se convertiría
en el eximio navegante que es. Nació en Quilmes, Buenos Aires, y sus
padres tenían poco que ver con la idea de unos aventureros. Sin
embargo, un día les ofrecieron trabajo en Puerto Deseado -localidad
costera de la provincia de Santa Cruz, en la Patagonia argentina- y
decidieron radicarse allá. A partir de ese momento, Atilio comenzó "a
relacionarse con el agua", como él mismo dice.
Eran los años ochenta y Puerto Deseado no ofrecía mucho para un
adolescente capitalino, salvo naturaleza salvaje e intocada. Atilio
aún estaba en el colegio cuando se enroló en el club náutico del
puerto y conoció a su gran amigo Marcos Oliva Day, que por entonces
organizaba la escuela de kayak local, una novedosa disciplina que
recién había llegado a Argentina.
"En el curso no solamente aprendíamos a remar, sino también la
geografía, la fauna, la historia del lugar", recuerda Atilio. "En la
escuela te enseñan a los griegos y los romanos, pero no te enseñan
nada del lugar donde vos vivís. Nosotros recién nos enteramos de que
había toda una cultura canoera en la Patagonia cuando empezamos a
remar por la zona. El kayak llegó desde Alaska o Groenlandia donde lo
habían desarrollado los esquimales".
La progresión fue lógica. Usando kayaks prestados, Atilio y sus amigos
comenzaron a remar en pequeñas lagunas, luego en ríos, de ahí salieron
al mar, e hicieron su primera gran expedición: recorrieron toda la
costa de la provincia de Santa Cruz. Al verano siguiente continuaron
desde allí para cruzar el Estrecho de Magallanes por la boca oriental
y llegar a Tierra del Fuego.
Atilio tenía sólo 16 años.
"El kayak me enseñó a querer los lugares donde viajaba", dice sin
perder de vista la ruta de navegación que aparece en la pantalla del
velero. "Vas en contacto directo con la naturaleza, siempre en
silencio, te movés realmente con tus propios medios y dependes de tus
decisiones para estar seguro. De verdad, hasta que no lo haces no te
podés imaginar todo lo que te da navegar en kayak".
Ese contacto con la naturaleza lo llevó a relacionarse con todo tipo
de navegantes australes, pero también con biólogos, antropólogos y
arqueólogos interesados en la cultura del mar. Uno de ellos fue el
francés Jean Paul Bassaget, antiguo capitán del Calypso de Jacques
Cousteau, a quien conoció en Puerto Deseado mientras organizaban el
recibimiento para un grupo de veleristas que vendrían en una regata
desde Buenos Aires. Bassaget se encariñó con Atilio Mosca como si
fuese su segundo padre, le enseñó su precioso velero, el Ksar -que
había construido unos años antes para navegar por los mares australes-
y compartió con él uno de sus más preciados sueños: cruzarse, algún
día, frente al Cabo de Hornos, mientras él iba en su velero, y Atilio
y sus amigos viajaban en sus kayaks.
No pasó mucho tiempo después de aquella promesa.
En 1989, ambos se encontraron casualmente, tal como lo había imaginado
Bassaget, rodeando el último pedazo de tierra de Sudamérica.
"Cuando tienes 19 años haces cualquier cosa sin pensarlo demasiado",
dice Atilio cuando recuerda una de sus grandes hazañas: dar la vuelta
al Cabo de Hornos en kayak y, convertirse, con eso, en uno de los
primeros seres humanos en lograrlo. Junto a su maestro Marcos Oliva
Day y a Víctor Hugo Temporelli, zarparon desde Ushuaia el 15 de enero
de 1989 y regresaron, victoriosos, 19 días después.
Habían desafiado el frío y el viento, cruzado la mítica bahía Nassau
(entre isla Navarino y las islas Wollaston, zona que exige remar
durante siete horas o más sin parar, pues no hay dónde refugiarse) y
-finalmente- circunnavegado el Cabo en una minúscula embarcación de
fibra de vidrio, equipados sólo con un pantalón de buzo, un chaleco de
lana, botas de goma y una parka.
"El Cabo de Hornos es un lugar mítico y cruzarlo es una satisfacción;
te sientes hecho interiormente. Sabes que estás yendo a un lugar que
se conoce mundialmente como difícil de navegar. Y es cierto: tiene su
complicación, pero si lo planificas y prevés el clima, no te
encontrarás con sorpresas. Sabíamos que estaba la posibilidad de
morirse, pero en el kayak lo importarse es no saltarse etapas e ir
escalón tras escalón. Nosotros ya habíamos acumulado experiencia con
los viajes anteriores".
Tras el logro las cosas cambiaron radicalmente para él. Regresó a
Buenos Aires para estudiar diseño industrial en la universidad y, con
ello, abandonó el kayak. Pero en la capital simplemente no se halló.
Muy pronto abandonó la carrera y comenzó a pensar cómo podría volver a
su querida Patagonia.
Un día surgió la posibilidad: le ofrecieron trabajo en una industria
pesquera de Puerto Deseado, pero en una labor de oficina que lo
mantendría alejado de las aventuras por los 10 siguientes años de su
vida. Sin embargo, la pasión por el mar fue más fuerte. En 2001,
nuevamente junto a su camarada Marcos Oliva Day, realizó una travesía
que le valdría varias notas en la prensa de entonces: navegó 540
kilómetros en kayak entre Punta Arenas y Ushuaia, en una ruta de 21
días que implicó explorar el laberíntico archipiélago al oeste de
Tierra del Fuego.
Entonces Atilio tomó una rotunda decisión: dejaría para siempre su
trabajo de oficina en la pesquera y se volcaría definitivamente al
mar.
Así, partió con su mujer a Ushuaia, se empleó como capitán en
distintos barcos comerciales, participó incluso en la búsqueda de
naufragios como el de la histórica fragata holandesa Hoorn (del cual
se editó un libro en 2009, llamado Tras la estela del Hoorn) y,
finalmente, se reencontró con su viejo amigo Jean Paul Bassaget, quien
ya estaba retirado en esa ciudad.
Atilio necesitaba un buen barco y Bassaget no tardó en ofrecérselo en
favorables condiciones. En 2005, el velero Ksar quedó en las mejores
manos posibles: las de un corpulento capitán que adora navegar en
cubierta, sintiendo el viento frío de los mares australes.
De todos los sitios por donde ha navegado, Atilio Mosca se queda con
dos. Uno es la isla Lennox.
"Tiene lindos lugares para caminar y recorrer, y va muy poca gente
salvo pescadores y uno que otros velero", dice.
El otro es el fiordo Pía, al cual se llega navegando por el brazo este
del canal Beagle. En especial, a Atilio le gusta un lugar llamado
Caleta Beaulieu, que también era el favorito de su mentor, Jean Paul
Bassaget. Sin embargo, el capitán sabe -y lo dice- que aún le falta
mucho por conocer. Que toda esta zona tiene muchas rutas y un enorme
potencial de desarrollo que, por diversas razones, no se ha sabido
aprovechar. Una de ellas es geopolítica.
"Yo elegí vivir en Ushuaia y me gustaría mucho que entre Chile y
Argentina se genere un poco más de relación", dice Atilio. "La zona de
Puerto Williams tiene lugares muy lindos para recorrer, pero todo está
muy trabado. Hoy los veleros no pueden viajar comercialmente entre
ambos países, aunque tengan todas las habilitaciones y requerimientos
necesarios. Especialmente al oeste de isla Navarino hay mucha riqueza
histórica y paisajística, pero no se permite navegar con bandera que
no sea chilena, y eso ha frenado mucho el desarrollo".
...
Según Atilio, esta zona de la Patagonia podría ser, perfectamente, un
centro mundial para la navegación. "Estamos en un punto donde podemos
salir directamente a la Antártica, a África, a Patagonia por el
Pacífico o el Atlántico, a las Islas Malvinas, a las Georgia del Sur,
a Australia. Es un centro para la navegación hacia todos estos
santuarios. Y la cantidad de rutas que se pueden desarrollar es
inmensa".
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