La ira en contra del sistema

Críticas al capitalismo:


Las personas tienen razón para estar enrabiadas, pero también es correcto preocuparse sobre dónde podría llevar el populismo a los políticos.  


Comentario en The Economist
publicado en el Diario El Mercurio,
Economía y Negocios, viernes 21 de octubre de 2011
http://diario.elmercurio.com/2011/10/21/economia_y_negocios/economia_y_negocios/noticias/4123C392-41EB-47E7-840E-D410BCFA00DC.htm?id={4123C392-41EB-47E7-840E-D410BCFA00DC}

De Seattle a Sydney, los manifestantes se han volcado a las calles. Ya sea que estén inspirados por el movimiento "Ocupar Wall Street" en Nueva York o por los "indignados" de Madrid, ellos reclaman por la insatisfacción sobre el estado de la economía, por la injusticia de que los pobres estén pagando por los pecados de los banqueros ricos, y en algunos casos por el capitalismo en sí mismo.

En el pasado era fácil para los políticos occidentales y economistas liberales desestimar estos arranques de furia tildándolos como equivocados. En Seattle, por ejemplo, la última gran protesta (en contra de la Organización Mundial de Comercio, en 1999) parecía sin sentido.

Si es que tenían un objetivo, parecía egoísta, como un intento de empobrecer a los países emergentes a través del proteccionismo. También esta vez algunas cosas resultan familiares: un toque de extraña violencia, una gran cantidad de despotricaciones incoherentes y demasiada inconsistencia.

Los manifestantes tienen objetivos diferentes en distintos países. Impuestos más altos para los ricos y un odio hacia las entidades financieras es lo más parecido a un denominador común, aunque las encuestas en Estados Unidos muestran que la ira popular en contra del gobierno se ve eclipsada respecto del rencor hacia Wall Street.
Pero incluso si las protestas son pequeñas y confusas, es peligroso desestimar la rabia generalizada que existe alrededor de Occidente. Hay legítimas quejas muy arraigadas. Los jóvenes -y no sólo los que están en las calles- probablemente se enfrentarán a mayores impuestos, beneficios menos generosos y vidas laborales más largas que las de sus padres.

En lo inmediato, las viviendas son más caras, el crédito es más difícil de conseguir y hay escasez de empleo, no sólo en las viejas industrias manufactureras, sino también en lujosos servicios que atraen crecientemente a graduados más endeudados. En Estados Unidos el 17,1% de aquellos de menos de 25 años de edad están sin trabajo; a lo largo de la Unión Europea el promedio de desempleo juvenil llega al 20,9%. En España alcanza un asombroso 46,2%. Sólo en Alemania, los Países Bajos y Austria la tasa llega a un dígito.

No sólo los jóvenes se sienten afectados. Las personas de edad mediana enfrentan una caída de los salarios reales y la disminución de los derechos de pensión. Y aquellos de más edad están viendo cómo la inflación corroe el valor de sus ahorros. En Gran Bretaña están subiendo en alrededor de 5,2%, pero los retornos de los depósitos bancarios son menores al 1%. Mientras tanto, los banqueros han vuelto a recibir enormes bonificaciones.

Historia, miseria y protestas

Para el hombre de la calle, todo esto suena a un sistema que ha fallado. Ninguno de los principales modelos occidentales goza de mucho crédito en este momento. La socialdemocracia europea prometió a los votantes beneficios que la sociedad ya no puede permitirse. El modelo anglosajón afirmó que el libre mercado podría crear prosperidad; muchos votantes sienten, en cambio, que obtuvieron burbujas de activos estimuladas por la deuda y una economía que estaba amañada en favor de una elite financiera, que tomó todas las ganancias en los buenos tiempos y luego no dejó al resto otra alternativa que salir en rescate de ellos.

Para utilizar una de las mejores consignas de los manifestantes, el 1% han ganado a expensas del 99% restante.
Si las quejas en contra de la maquinaria son más legítimas y más amplias que el descontento de otras épocas, entonces los peligros también son mayores.

La ira popular, sobre todo si no tiene una agenda coherente, puede ir a cualquier parte en tiempos de necesidad. Los años '30 dieron el ejemplo más aterrador. Un estudio de caso más reciente (y menos aterrador) es el tea party . La furia justificada de la golpeada clase media de Estados Unidos en contra de un Estado complicado, en la práctica se ha trasladado hacia una forma de nihilismo obstructivo: nada relativo a los impuestos se pueden obtener a través de Washington, incluida una reforma tributaria.

Es preocupante que los políticos estén en una suerte de pánico. Los republicanos denunciaron primero a los ocupantes de Wall Street, y luego se arrimaron a ellos. A lo largo de Europa los partidos socialdemócratas han tendido a perder las elecciones si se mueven demasiado lejos del centro, pero líderes como Ed Miliband en Gran Bretaña y François Hollande en Francia siguen tentados con la retórica antibancos. ¿Por qué no optar por un gesto como un súper impuesto a los ricos, que sólo podría empeorar las cosas?

Un complicado Barack Obama, que ya ha coqueteado con la lucha de clases y ha atacado a las empresas, bien podría considerar arrastrar a China y su moneda a la refriega. Y se pondrá peor, porque la austeridad y las protestas siempre han ido de la mano.

Ataquen las causas, no los síntomas

Los políticos valientes deberían centrarse en dos cosas. La primera es abordar las causas de la rapidez con que se expande el descontento. Por sobre todo eso significa hacer más para que sus economías vuelvan a ponerse en marcha. Un gran punto de partida sería una solución creíble a la crisis del euro.

De manera más general, habría que centrarse en las políticas que impulsan el crecimiento económico: menos austeridad en el corto plazo y ajustes en el mediano plazo, como un aumento en la edad de jubilación.
Hay que asegurarse que los ricos paguen su parte, pero de una manera que tenga sentido económico: usted puede aumentar la recaudación de impuestos de los ricos mediante la eliminación de resquicios y al mismo tiempo reducir las tasas marginales. También una reforma financiera vigorosa. "Moverse a Basilea 3 y mayores requisitos de capital" no es un eslogan pegajoso, pero eso haría mucho más a reducir los bonos que se pagan en Wall Street que la mayoría de las ideas que ganan eco en Zuccotti Park.

El segundo aspecto se refiere a lo que salió mal. El mayor peligro es que las críticas legítimas sobre los excesos de riesgo financiero se conviertan en un ataque injustificado hacia el conjunto de la globalización. Vale la pena recordar que el epicentro de la catástrofe de 2008 fue el mercado inmobiliario de Estados Unidos, y muy poco de ello se debió a un libre mercado no distorsionado por el gobierno.

Pese a todas las fallas del mundo financiero ("demasiado grande para caer", el uso excesivo de los derivados y todo el resto), el enorme agujero en la mayoría de las finanzas de los gobiernos se debe menos a los rescates financieros antes que al gasto de los políticos en los tiempos de auge y a sus promesas sobre pensiones y salud que nunca podrían cumplir.

Mire detrás de buena parte de la miseria actual, desde los altos precios de los alimentos a la falta de empleos para los jóvenes españoles, y ello tiene menos que ver con el ascenso del mundo emergente antes que con la interferencia del Estado.
La integración global tiene sus costos. Colocará más presión sobre los occidentales, tanto sobre los calificados como aquellos que no lo son. Pero bajo cualquier medición los beneficios compensan con creces los costos, y prácticamente todas las formas de creación de puestos de trabajo provienen de la apertura de las economías, y no siguiendo los instintos de los manifestantes.

Los gobiernos occidentales les han fallado a sus ciudadanos; levantar más barreras para frenar los bienes, las ideas, el capital y el cruce de las personas por las fronteras sería un error mucho mayor.

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