por Pedro Pablo Guerrero
Diario El Mercurio, lunes 3 de Octubre de 2011
http://diario.elmercurio.com/2011/10/03/actividad_cultural/actividad_cultural/noticias/4E0530BC-A4EA-40B5-95B6-87C51701E1ED.htm?id={4E0530BC-A4EA-40B5-95B6-87C51701E1ED}
El escritor chileno regresa con la nouvelle "Fulgor", editada por
Random House Mondadori.
Después de una cirugía, un meteorólogo encargado del reporte diario
del tiempo se enclaustra en un observatorio cercano a un centro de
deportes invernales, sin bajar a la ciudad durante un año. En Santiago
quedan su ex mujer y su hijo pequeño. Vive solo, sin otra compañía que
un cachorro abandonado. Y sin más visitas que la de un vagabundo que
revisa su basura en busca de comida.
"Fulgor", la recién publicada nouvelle de Jaime Collyer es
particularmente melancólica, incluso dentro de los parámetros de la
actual narrativa chilena.
Alguna vez, Collyer estuvo un fin de semana en Valle Nevado. Un día,
al asomarse a la ventana, vio a un zorrito al pie del hotel, mirándolo
hacia arriba. "Todo partió de esa imagen de total indefensión, que en
la novela es la situación detonante", dice.
Su abuelo materno fue un gran aficionado a la astronomía en sus años
finales. "Supongo que el protagonista de la novela retoma, en algún
sentido, esos retazos de mi propia memoria".
-¿Por qué le dedicas "Fulgor" a tu padre?
"El padre es una figura compleja para cualquier hijo varón, una figura
totémica, distante, normativa, y a la vez vulnerable. Mi propia
percepción está teñida de esta paradoja: siempre vi a mi padre como un
individuo muy sólido, consecuente con sus principios, deseoso de hacer
siempre lo que creía correcto y no lo que le era impuesto, pero a la
vez muy frágil, en una condición muy desmedrada al cabo de los años, y
eso me causa todavía hoy una desolación enorme, una sensación de estar
en deuda con él, o con su memoria".
Todos los protagonistas masculinos de la nouvelle , advierte Collyer,
viven situaciones límite: están degradados en algún sentido, aunque
luchan por recomponerse. "La novela tiene algo que ver con esas
ambigüedades y la dedicatoria vino a resolver una suerte de cabo
suelto que me quedó cuando mi padre murió en el 2007, cuando yo estaba
en Madrid, lo cual me impidió llegar a sus exequias. Siendo estrictos,
nunca más volví a verlo. Sentí que le debía esta especie de tributo".
-¿Cuándo se te ocurrió el título?
"Al final, tras una discusión que incluyó a mis editores. Buscaba de
manera deliberada una noción tan certera, y a la vez ambigua, como es
la de un fulgor, un destello, un algo incomprensible que resplandece
en la noche y luego se diluye, igual que sucede con las supernovas.
Era la alusión tangible al fenómeno astrofísico que se menciona en la
novela, pero a la vez una alusión a una suerte de epifanía, de
revelación progresiva, de fulgor repentino en su interior, que viven
los protagonistas".
-¿Se ha vuelto tu estilo, tu escritura, más conjetural, menos tajante?
"Yo diría que sí, claramente. Si hay una única gran ventaja que la
madurez -el bello eufemismo para hablar de la vejez inminente- trae
consigo es una cierta paz interior, una cuota mínima de sabiduría.
Parra diría, citando el código hindú de Manú, que nos acercamos a la
condición del 'sabio', previa sin ir más lejos a la de 'mariposa
resplandeciente', que es un puro fulgor inmaterial, cuando se agotan
las reencarnaciones posibles. No soy muy asiduo a la New Age, pero sí
a algunas parcelas del misticismo oriental, como es el taoísmo, y el
taoísmo es, en sí mismo, contrario a cualquier intento de pontificar
sobre la existencia o volverse tajante".
* "Fulgor"
Jaime Collyer
Random House Mondadori, Santiago, 2011, 162 páginas, $11.000.
Nouvelle.
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