La razón del malestar
por Carlos Peña
Diario El Mercurio, domingo 7 de agosto de 2011
http://diario.elmercurio.com/2011/08/07/reportajes/opinion/noticias/72E6E28F-5EF5-44B3-95B0-14C3CF469E34.htm?id={72E6E28F-5EF5-44B3-95B0-14C3CF469E34}
Al leer la encuesta CEP es fácil imaginar a los entrevistados
arriscando la nariz al emitir su opinión acerca de Piñera, la
Concertación o la Alianza.
Todos mal.
¿A qué se debe?
Hay un desajuste entre los políticos y la ciudadanía. Pero ese
desajuste no es, necesariamente, de intereses o de apetitos. No es que
los ciudadanos sean consumidores ansiosos (cuyas apetencias no se
logran colmar) y los dirigentes proveedores torpes (cuyas escasas
habilidades les impedirían producir los bienes que la mayoría anhela).
No es eso.
La relación entre los dirigentes y la ciudadanía no es -como a veces,
sin mayor reflexión, se cree- de simple intercambio: bienestar o
satisfacción de intereses a cambio de votos o de apoyo.
No.
Las sociedades no son sólo ámbitos de tráfico en los que la gente
encuentra oportunidades, mejores o peores, para satisfacer sus
necesidades materiales. Las sociedades son también lugares (empresas
de sentido compartido) en los que la gente construye un significado
para lo que hacen y para la vida que tienen en común. Las sociedades
no pueden prescindir -aunque
Quieran- de responder ese tipo de preguntas que parecen infantiles y
pasadas de moda, pero que la experiencia muestra, una y otra vez, que
son urgentes e imprescindibles: ¿para qué? ¿Hacia dónde? ¿Y después,
qué? Es lo que la sociología llama justificación: el intento por
conferir sentido al quehacer colectivo e integrar a los otros, los que
son distintos, dentro de la propia experiencia.
En Chile, sin embargo, la clase dirigente dejó de responder esas
preguntas o siquiera de hacérselas.
Y ese es el problema.
La Concertación, la Alianza y el gobierno se han dejado llevar por la
idea de que el mecanismo íntimo de las sociedades son simples reglas
de intercambio -reglas del mercado económico o político- y que de lo
que se trata, entonces, es de asegurar que esas estructuras funcionen
sin roces.
Pero ocurre que el mercado no crea por sí mismo ni vínculos sociales
ni significados compartidos. Los intercambios de mercado exigen apenas
un mínimo gasto comunicativo, y por eso cuando se concibe a la
sociedad como un agregado de procesos mercantiles, el resultado es la
insatisfacción permanente.
Esa insatisfacción no se cura halagando a las masas (como lo hizo por
estos días la Concertación), ni tampoco alzando la voz e imponiendo
simplemente el orden (como lo hizo el gobierno). Tampoco concibiendo
los reclamos de la gente como mera ideología o disfraz de las
relaciones de fuerza (como diría la izquierda de inspiración marxista)
o como simple encubrimiento de intereses egoístas o corporativos (como
diría la derecha neoliberal).
Ni lo uno ni lo otro.
Las sociedades son empresas de sentido, esfuerzos por construir
significados compartidos que logren integrar, hasta donde eso es
posible, todos los intereses involucrados. Por eso el significado
original de la democracia no es, simplemente, sumar voluntades y dar
la razón a la mayoría (si así fuera, la democracia sería apenas un
remedo imperfecto del mercado), sino emprender procesos de
deliberación en los que, poco a poco, se construyen esos significados
hasta que todos son capaces de reconocerse en ellos.
Chile tuvo esos significados.
La expansión de la democracia inspiró buena parte del siglo XX (hasta
que el golpe le puso término); la modernización capitalista inspiró a
las élites hasta hace poco (hasta que la calle dijo que no). [En esta
línea olimpica del rector Peña, le faltó el análisis que exhibe en el
resto de la columna].
Pero ahora, cuando el bienestar material, con dificultades y todo, se
ha expandido, y las nuevas generaciones incorporadas en masa al
sistema educativo no comulgan con ruedas de carreta, ¿quién, en vez de
halagarlas o reprimirlas, hace esfuerzos por ofrecerles un proyecto en
el que sus intereses, luego de una sublimación racional, sean capaces
de reconocerse?
Nadie.
No lo hace el gobierno, que cree que el management y el orden lo son
todo; menos lo hace la Concertación, que, con un oportunismo
insincero, se ha dedicado a encomiar a las voces de la calle.
No cabe duda entonces.
Los políticos de lado y lado deben darse con una piedra en los
dientes: el resultado de la encuesta pudo ser todavía peor.
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