Días difíciles
por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias,
Lunes 29 de agosto de 2011
Estamos viviendo días interesantes,
según la conocida maldición.
En las calles, en los cafés
y en los mentideros de la ciudad
la gente habla con la conciencia
de pasar por un momento histórico:
vientos y gritos de cambio.
No sé.
La famosa
y ya trillada frase de Lampedusa
siempre corona estos entusiasmos
como una divisa invisible:
que todo cambie para que todo siga igual.
Fue Joaquín Edwards Bello,
quien dijo alguna vez
que en cincuenta años
nunca había visto que
se solucionara algún problema,
escribió en septiembre de 1932
(tiempo igualmente interesantes):
"Me molesta esa alegría
de perros rabiosos
que noto en las calles".
Lo mismo podemos decir hoy
ante el exceso de opiniones
que desborda Twitter
y que conforma un conjunto
finalmente tedioso e insustancial.
Se ve que hay gente que disfruta al ver
a ministros contrariados o acogotados
y que está a la espera de alguna nueva
equivocación "comunicacional"
para renovar sus propias seguridades.
Las imágenes que van quedando hora tras hora
se parecen a las de 1983 y a las de 1973;
el humo blanco de las lacrimógenas,
el pavimento mojado por el guanaco,
los grupos humanos registrados
en el instante de lanzar una consigna a coro,
tipos lanzando piedras,
carabineros levantando la luma,
fogatas en la que arrojan carteles,
troncos y señales de tránsito.
Estas escenas son tópicos visuales
equivalentes a los de cualquier cuadro de batallas.
Nunca he sido muy animoso
para las manifestaciones, pero en 1980,
en víspera del plebiscito, me iba a asomar
a las justificadas protestas que había en el centro.
Una de esas noches agitadas,
en el Paseo Ahumada,
apareció de la nada un frontón policial
que ocupaba todo lo ancho de la calle.
Hubo que arrancar.
Corrí todo lo fuerte que pude
y en ese empeño
choqué con otro fugitivo
que tuvo peor suerte que yo,
porque dio un par de trastabillones
y cayó sobre la acera,
siendo arrebatado de inmediato
por los carabineros a patadas.
Seguí corriendo
con la marcación personal
de un paco viejo,
que a pesar de su edad
y de sus pesados atuendos
me respiraba en la oreja.
Cuando ya no pudo alcanzarme
me largó un lumazo y un insulto.
Después aprendí que es mejor
avanzar caminando en contra
de los piquetes de carabineros
y pasar a través de ellos.
Habría que desempolvar
viejos tomos de psicología social
para calibrar la situación actual.
Yo insisto con mi teoría de que,
cualesquiera sean los contenidos
de las reivindicaciones sociales,
prima una exasperación de fondo:
la que produce la normalidad y los costos.
Parece que la estabilidad institucional
se nos hiciera insoportable proyectada en el tiempo.
"¡Que pase algo, por último un terremoto!",
le escuché decir a un adolescente
a comienzos de los noventa.
Punto aparte son los saqueadores,
que prosperan a río revuelto
en cualquier situación:
terremotos, partidos de fútbol, marchas.
Verlos registrados
por las cámaras de seguridad
provoca un abismo semejante
al que experimentamos
ante un grupo de papiones.
Las miradas movedizas,
el ademán encorvado
y la rapidez con que
mueven las poruñas,
todo ello revela la existencia
de un no sé qué animal, simiesco,
anterior a la civilización.
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