Diagnóstico sobre Chile
por Marco Antonio de la Parra
Diario El Mercurio, domingo 14 de agosto de 2011
El pobre psiquiatra: "Siento cómo el país va viviendo una seducción
glamorosa, a ratos profundamente irracional".
En mi caso, confieso el contagio al examinar los cuestionarios. [Se
refiere a las respuestas de Liberty Valance y Joe Black, seudónimo de
dos columnistas regulares de El Mercurio]. Ya me dolía el aire, y
después de leerlos a ambos, me duele más. No sé si será cosa de mi
generación, pero siento cómo el país va viviendo una seducción
glamorosa, a ratos profundamente irracional, que evoca años de
participación y cambios profundos, a costa de párrafos más que
discursos, y consignas antes que ideologías, y menos de ideas o
filosofía.
El sistema en que estamos sumergidos es amado en las encuestas a la
hora del guiño consumista placentero, y salta de rabia cuando hay que
pagar cuentas de educación, salud o transporte. El sueño de resucitar
una especie de Estado de Bienestar late en jóvenes que jamás lo
conocieron.
Todo parece muy moderno, pero huele a resurrección de ideas dadas por
muertas. Si se tratara de repensar y recrear, sería estupendo; pero la
llamada a "avanzar sin transar" implícita en la actitud de las masas
hace peligrar la seducción inicial de la oxigenación de un sistema que
alcanzó su fecha de caducidad, tanto en lo económico como en lo
político, y amenaza con transformarse en una mera manipulación de las
figuras paternas de la nación imaginaria en que vivimos, absolutamente
desvalorizadas, degradadas, sin ningún atributo de calidez ni empatía
en qué poder encontrarse.
¿Alguien ve la salida?
Los nostálgicos sesenteros como los ochenteros militantes y los
jóvenes que se zafan con sus familias del asfixiante consenso de los
tiempos de la transición, saltan a la calle en un "revival" o "remake"
neoutópico, que no tiene, sin embargo, dónde sostenerse fuera de la
contagiosa y estimulante alegría de sentir poder en un país en que ha
habido mucho tiempo de resoluciones a puerta cerrada o de espaldas al
pueblo, la gente o el público, como quizás sea mejor llamarlo en
tiempos en que todo es reality .
El diálogo se siente imposible, pues las palabras son pisoteadas bajo
las imágenes. Hay más creatividad en los ataques que en las
respuestas. Compadezco a los que tendrían que buscar la solución
cuando la demagogia ha reemplazado el sitio de las propuestas.
Los manifestantes no preguntan, emplazan. No hay búsqueda de
comprensión ni entendimiento, no hay negociación posible. Los deudores
acumularon rabia con renegociaciones e intereses y los usuarios
reclaman como clientes. No sirven las cifras macroeconómicas y los
tiempos de prosperidad generan ira ciudadana al descubrir inequidad y
situaciones poco transparentes.
El entrenamiento del consumo y del crédito nos entrega un
telespectador que se cansó de estar abúlico y descubre un sitio de
fuerza aparente que lo excita y despierta después de años "zombis"
(ver manifestación bailada ante La Moneda).
Las sobremesas se crispan o enmudecen. Todos tienen algo que decir y
quizás eso tenga que ver con que alguien hace rato que no escucha.
Apunta la ciudadanía a la clase política, las figuras parentales
descabezadas a las que se les cobra, como en la crisis de la
adolescencia, todo el sufrimiento de la infancia.
¿Comentario optimista?
La idea de que esta catarsis explosiva dé paso a un pensamiento
profundo y ese pensar se instale como valioso para bandos destruidos,
unos como iracundos tozudos y otros como desesperados esclavos de la
caza de votos. La ansiedad manifiesta y neurótica por el poder ha
dejado a los políticos con una imagen de meros ambiciosos, y a los
empresarios, como explotadores voraces.
Hasta ayer por la tarde, el movimiento estudiantil sonaba hasta
simpático, innovador y lúdico. Lo irracional comienza a mostrar sus
dientes.
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