Calma y tiza...‏


Contemplar la pared pintada color verde petróleo
con pintura para pizarrón recién limpiada con un trapo húmedo
produce un especie vértigo como la página en blanco a otra escala:
un cheque en blanco de una compra en verde cuyo destino desconocemos.

Listo pare escribir sobre ella, apoyando la blanca tiza
y desgastándola con el trazo sinuoso de símbolos
que pretenden describir en fórmulas y ecuaciones
lo que sucede con la física de aquellas finas partículas
que quedan retenidas en los surcos de su superficie.

Mientras escribo las Ecuaciones de Maxwell
que sintetizan los fenómenos electromagnéticos,
la atracción eléctrica inteviene en lo que ocurre sobre el pizarrón.

La fricción de la tiza hace que las cargas eléctricas se separen:
la pizarra y las partículas de tiza adquieren cargas opuestas que se atraen.

Hay que tener cuidado de colocar los signos correctos, 
un más por un menos y la física cambia por completo.
Lo que era atractivo se vuelve repulsivo.

En un edificio vecino, del Departamento de Geología
hay otro pizarrón que se va llenando con las partículas
de otro trozo de tiza compuesta de carbonato de calcio
que procede de depósitos sedimentarios
formados hace millones de años 
a partir de esqueletos y conchas 
de organismos marinos muertos
y sepultados en el fondo de los océanos.

La tiza industrial contiene también 
un poco de agente aglutinante,
generalmente arcilla y la pizarra
recubierta con capas de pintura especial,
que se aplica y posteriormente se cuece
sobre una chapa de acero, en un proceso
técnico muy apropiado para ser explicado
en una sala de clases de la Escuela de Ingeniería.

La pintura para pizarrón contiene, además, 
un abrasivo que la hace ligeramente rugosa 
con el fin de fijar las partículas de tiza 
que describen las ecuaciones 
y para evitar el reflejo
de una superficie demasiado lisa
que produciría dificultades en la lectura.

A veces la tiza quebradiza
nos juega malas pasadas
y un ruido agudo y pifiado,
el chirriar al deslizarse
en forma irregular
provoca un rechinar de dientes,
un escalofrío que interrumpe
por algunos momentos el entendimiento
y la escritura en una clase de ondas
del valor  de la velocidad del sonido 
en el aire a la temperatura ambiente.

Al borrar, por muy 'dustless'
que anuncie la caja que contiene
los panes de tiza, la luz que entra
por la ventana revela el polvo en suspensión.

Ese polvo esparcido compuesto
de desechos y residuos 
de una infinidad de procesos
nos recuerda que también 
somos polvo y que al polvo volveremos.

Mientras tanto, 
cubiertos con polvo de tiza,
más adelante seremos 
el inevitable polvo del olvido.

De esa polvareda
que es una vida,
podríamos tal vez
ser capaces de convertirnos
en polvo en suspensión
para colorear y embellecer la tarde;
de ese barro secado al horno 
podríamos transformarnos en un poema,
como 'La Greda Vasija' de Alberto Rubio.

Greda y agua, vida pasajera y sencilla
para compartir y para derramar.

Remojo el trapo para retener
el polvo de tiza; 
que no decante todavía 
en mis pulmones,
la clase aún no ha terminado...

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