por Héctor Soto Diario La Tercera, 2 de julio de 2011http://blog.latercera.com/blog/hsoto/entry/ya_no_los_hacen_asi Peter Falk, que murió en Beverly Hills la semana pasada, fue un grandísimo actor y un hombre lento para tomar decisiones. John Cassavetes, que lo dirigió en tres ocasiones, bromeaba con sus amigos diciéndoles que cuando todos formaran una sociedad, el hombre encargado de gerentear la compañía y decidir los asuntos del día a día iba a ser Peter. No había manera más segura de ir al desastre, se burlaba. Falk tardaba por lo bajo un año en titubeos y deliberaciones antes de comprometerse con un rol en una obra teatral o película. Le costaba tanto que hasta es muy probable que se haya hecho tan amigo de Cassavetes, de su mujer, Gena Rowland, de Ben Gazzara, de Seymour Cassel y de la enorme troupe que rodeaba al cineasta para así poder endosar al grupo la responsabilidad de dirimir lo que tenía que aceptar o rechazar. El modelo de Cassavetes para hacer cine, basado en una estructura casi familiar y sustentada en los afectos del grupo, en fines de semana compartidos y juergas memorables, fue bien excepcional. Todavía algo de eso a lo mejor queda en los equipos de gente que Clint Eastwood o Woody Allen desplazan de una película a otra. Pero ellos lo hacen más bien porque no paran, porque filman mucho. Cassavetes, en cambio, era lento y lo hacía porque en su caso tenía claro que las aventuras de la amistad eran buenísimas para enriquecer sus proyectos con improvisaciones y nuevas vivencias. Como era un tipo muy estructurado, a Peter Falk le costó adaptarse a ese estilo de trabajo. Lo encontraba raro. Cuando se puso a las órdenes de Cassavetes para filmar, primero, 'Maridos' y, después, 'La mujer bajo influencia' -dos películas donde su aporte es maravilloso- se sintió muy confundido. Cassavetes no era un director que marcara al centímetro a sus actores. Al contrario, los dejaba con tanto margen de libertad que se confundían y tenían que trabajar mucho para rearmarse. Falk ya era amigo de Cassavetes cuando partió el rodaje de 'Maridos' y fue bueno que lo fuera, porque estuvo tentado de mandarlo al diablo varias veces. Sentía que, lejos de ayudarlo, Cassavetes más bien lo hería, lo desestabilizaba, le quitaba el piso. Así las cosas, él mismo advirtió que tenía que actuar contra el director y cuando lo descubrió su trabajo empezó a crecer. Las actuaciones de Falk en esas dos cintas -como un periodista que se evade a Londres con dos amigos más, luego de la muerte de uno de los compinches del grupo, y como un obrero que quiere de manera incondicional a su esposa, una mujer mentalmente descompensada- alcanzan matices inolvidables en términos de arrojo, sentimiento y fragilidad. Falk, que parecía bizco, tenía en realidad un ojo de vidrio, y si tiene sentido decirlo es sólo para dimensionar lo mucho que la industria del cine ha perdido en las últimas décadas. En esta época es muy difícil que alguien así hubiera podido acercarse tanto a la fila de los actores de primera línea. Ya en los comienzos de su carrera Harry Cohn, el magnate de la Columbia, se había negado a contratarlo, porque -dijo- por el mismo dinero podía quedarse con un actor con dos ojos, no uno. Aunque lo mejor de sí lo entregó a las películas que hizo con Cassavetes, Peter Falk hizo cumbre en materia de popularidad con la serie Columbo. Nadie hubiera podido contener mejor que él a ese detective distraído, cero fashion, en general muy golpeado, sobreexigido por la noche y por la vida. Ese párpado caído suyo era la cuota de miseria física indispensable que el personaje necesitaba para convencer. Hijo de una familia por la que circulaba sangre rusa, polaca, húngara y checa, el actor cumplió un intervención legendaria en 'El cielo sobre Berlín', la espléndida película estrenada por Wim Wenders en 1987 y que a lo mejor vista ahora ya no sea tan espléndida. Y volvió a acompañar al cineasta en la segunda parte de la obra, 'Tan lejos, tan cerca', el 93, cuando nada volvió a ser igual y ninguna de las piezas del puzzle original encajó como debía. Falk no fue ninguna estrella. Pero hay pocos rostros que remitan tanto como el suyo a las fracturas y heridas de la década del 70. Por cierto que eso vale más que cualquier título o galardón.
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