Guata apretada, miel en la boca

por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias, lunes 11 de julio de 2011

Hace un tiempo realicé
una pequeña encuesta informal entre gente cercana.
Constaba de una pregunta: "De no haber ido jamás al colegio,
¿cree usted que hoy sería una persona diferente a la que es?"

Sólo uno de los entrevistados manifestó
haber sido formado esencialmente por su colegio;
el resto marcó la opción "no",
la misma que yo habría marcado.

Estoy seguro de que este resultado
no causará "impacto en la opinión pública",
pero al menos sirve para tener algo de qué hablar.

A todo esto, cabe preguntarse
qué miéchica es la opinión pública.

¿Los titulares de los diarios,
las insustancialidades del twitter,
las elucubraciones
de los presidentes de los partidos,
los eslogans de las pancartas,
los gritos de las multitudes,
las consideraciones de la señora Pepita?

El hecho es que no deja de ser extraña
la escasa huella que pueda llegar a dejar
en algunos el eterno período de escolaridad.

Tantos, tantos años de exigencias,
de socialbilidad obligatoria,
de culpas y de camoteras
para qué, para empezar
la vida real en otro punto,
para resolver la propia identidad
en un ámbito totalmente distinto.

Yo diría que tengo casi el recuerdo absoluto
de cada una de las mañanas de mi infancia
caminando hacia el colegio con la guata apretada
en medio de la maraña ploma de la ciudad,
con un resabio de miel y de mantequilla
en la boca y con la sensación
de aproximarme a una realidad
donde dejaría por unas horas
de ser un niño querido, para jugar el rol
de un pelotudo más entre miles.

El colegio era el segunda plano
de una doble vida: siempre ahí,
acechando como una sombra
al final de los días domingos.

A veces, en las noches, antes de dormir,
trataba de imaginar el edificio en la soledad,
los pasillos alumbrados por unos focos amarillentos,
las salas vacías y heladas, los diarios murales
con sus trazos ornamentales de plumón Fulton,
las colchonetas del gimnasio
arrumbadas contra unos caballetes,
y me venía un escalofrío de desazón
y sólo sabía que quería tener al otro día
un lugar lejano y luminoso al que arribar.

Alguna vez conocí a un tipo de un curso superior
que afirmaba efectuar visitas similares en cuerpo astral.

La educación es un tema fomísimo
que actualmente está en primera plana
como producto de una especie de endiosamiento laico.

Parece que, ampliado el foco hacia el espectro social,
todo lo deberíamos encomendar a la educación.

Es paradójico que en términos individuales
tengamos tan poco que agradecerle.

Lo que resulta alarmante,
a propósito de todo esto,
es la calidad de los libros
que actualmente se les hace leer a los niños.

Parece que los programas de lecturas
no han salido de la esfera de las secuelas
del realismo mágico.

Los niños, usuarios habituales
de las magias del Wii y del Play Station,
deben adecuar el mate mediante
el sistema didáctico del tedio
a toda suerte de personajes empalagosos:
viejas voladoras, pescadores nobles o imberbes
conectados con sabidurías ancestrales prehispánicas
.

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