Opinión por Sergio Paz Diario El Mercurio, Martes 10 de Mayo de 2011http://blogs.elmercurio.com/ya/2011/05/10/los-deseos-de-las-mujeres.asp Las mujeres siempre quieren dormir en el mismo lado de la cama. Uno va y se acuesta dónde sea. Pero ¿qué pasa? Llega ella y te dice: ¿Qué haces ahí, en mi lado de la cama? ¿Qué lado de tu cama?, respondes. ¿Cómo que qué lado, mi lado? Muévete, por favor. Diablos. Nunca lo he entendido. ¿Por qué las mujeres siempre quieren dormir en el mismo lado de la cama? ¿Guardan algo bajo la almohada? ¿Esconden secretos en el velador? ¡Qué carajo importa en qué lado de la cama duermes! ¡Si estás durmiendo! Pero no: ellas dale con que su lado es su lado. ¿Animales de costumbre? ¿Enfermas maníacas? ¿A quién no le ha pasado? Vas de viaje, no sé, al Caribe colombiano y después de un rico día de playa ella parte a la ducha y tú te recuestas un rato. Ya de vuelta, ella levanta los brazos, pone cara como de asco y te dice, recalcando cada sílaba: ¿QUÉ-DIA-BLOS-HACES-EN-MI-LA-DO-DE LA CA-MA? Tú respondes, quitándole gravedad al asunto: ¿Qué te pasa amor? ¡Esta ni siquiera es tu cama! ¿Cómo que no es mi cama? ¿Acaso no te diste cuenta que anoche dormí en ese lado? ¿Te puedes mover? Fin de la discusión. Una mujer siempre, siempre, va a querer dormir en el mismo lado de la cama. Es parte fundamental en lo que quiere una mujer. Las mujeres quieren grandes baños. Unos años atrás, una mujer quedaba loca al ver una linda cocina. Hoy le da lo mismo si la encimera es Bosh o Fagor: a gas o a inducción. Antes las mujeres estaban convencidas que una casa linda era una casa con walking-closet y dormitorio extra grande. Lo que hoy las mujeres quieren es un baño gigantesco, un baño como antes, un baño como siempre debió ser; un baño-sala de baño. Es verdad: cuando piensan en un baño ya ni siquiera piensan en un baño sino en un spa. ¿A quién le importa eso del home-theatre? Qué perno. Lo que ellas quieren es un home-spa. Uno con ducha que, a diferencia del marido, sí pueda hacer masajes. ¡Ah! Y no jacuzzi, qué rasca, sí uno con tina/piscina dotado con poderosos turbo jets. Idealmente sólo para ella. Un baño no para lavarse sino para relajarse. Un baño donde poder tener lo que más quieren las mujeres: un espejo muro a muro con defroster automático. Y éste es un punto central. ¿Qué es lo más-más que odian las mujeres? El espejo que se nubla. ¿Qué es lo que quieren? Uno que tenga el máximo lujo doméstico hoy en día: uno con sistema anti-vapor instantáneo. Se entiende: lo mínimo que quiere una mujer es un espejo que no falle. Las mujeres quieren sexo estable. Aún si es que llegan a ser infieles, las mujeres quieres sexo estable. Si bien es cierto que, biológicamente, las especies se benefician con encuentros sexuales que garanticen variación genética, en el caso de las mujeres siguen prefiriendo calidad sobre cantidad. Y eso significa estabilidad. ¿Un despropósito evolutivo? Por supuesto. Quizás sólo explicable con la certeza de que, aún en medio de una relación, las mujeres siguen, al menos en sus cabezas, yendo a la cama con el Príncipe Azul. Las mujeres son mucho más fieles que los hombres. Las mujeres nunca engañan a sus fantasías. Las mujeres quieren ser estables. O al menos parecerlo. Es como la delgadez; no importa serlo, lo que vale es parecerlo. Las mujeres quieren un economista en casa. Juanita Viale no es un mala mujer, sólo es una mujer realista. Si uno hiciera una encuesta y le preguntara a cualquier mujer ¿qué tipo de hombre quieres?, el resultado sería una extraña mezcla entre un taxista y un chef, un gásfiter y un vecino amoroso, un doctor y un pastelero, un psicólogo comprensivo y un maestro chasquilla, sexy, con ruidoso taladro de última generación. Claro que, en el fondo, todo se reduce a tener un economista en casa: un hombre que maneje lo macro, pero también lo micro, uno que sepa gastar pero mejor que sepa invertir. Tiempo atrás las mujeres querían hombres altruistas, aficionados al yoga, tipo Richard Gere. Hoy esos hombres les parecen mamones. El maestro zen está bien para el gimnasio, para el tatami. En casa quieren un tipo con manejo financiero de primer nivel. No quieren uno que sepa cambiar enchufes sino uno que sepa cambiar de banco. No es nuevo: las mujeres quieren seguridad. Y eso no es tener ADT en casa. Eso es tener un tipo que, entre la Bolsa y la vida, siempre va a preferir la Bolsa. Otra cosa; tras la crisis sub-prime, el tiempo en que los economistas demostraron que eran unos pelmazos incapaces de explicarle al mundo qué diablos estaba pasando con el dinero, las mujeres se dieron cuenta de que, detrás de cada corbata Oxford, de cada traje serio, lo que en verdad se escondía era un psicópata entrenado para mentir, aún cuando todos se den cuenta que el tipo está mintiendo. No hay problema en reconocerlo: para una mujer, nada debe ser más sexy que un hombre economista. Nada. Las mujeres quieren guardar todos los cortauñas del universo. Esta nano historia es real. Él, cada vez que lo necesitaba, nunca encontraba un cortaúñas en su casa. Pero no se hacía problemas y, de tanto en tanto, compraba otro. Era parte de la rutina: compraba uno, luego el cortaúñas desaparecía. Molesto, un día compró varios y los escondió en el frigobar que su mujer le había regalado para que tuviera bebidas heladas en su oficina-casa. Todo iba perfecto hasta que un día fue por un cortaúñas y, con terror, vio que habían desaparecido. De verdad que es insólito: si hay algo que las mujeres quieren tener, eso es cortaúñas. No miento si digo que, en los últimos nueve años de relación, he comprado al menos ¿cincuenta cortaúñas? ¿Dónde están? ¿Qué hacen las mujeres con los cortaúñas? ¿De noche cavan hoyos y los entierran? ¿Los guardan por ahí, esperando la invasión alienígena ya que con ellos se defenderán? No me lo explico. Sólo sé que las mujeres siempre quieren tener muchos cortaúñas. Y no para tenerlos, sino para hacerlos desaparecer. Las mujeres quieren que otras mujeres las encuentren bonitas. Si uno se los dice, a ellas les parece bien, pero nada muy especial. A fin de cuentas, para la mujer que sea, en su fuero interno, uno siempre será un idiota, un inmaduro, un tipo impecable fuera de la casa, pero un cero a la izquierda al interior. El punto es que, cuando una mujer realmente se prende, es cuando otra mujer le dice que está linda, bella, increíble. La vara de una mujer nunca es un hombre sino otra mujer. Las mujeres ¿se visten para uno? No. ¿Para ellas? Tampoco. Las mujeres se visten para otra mujer. Y quieren ser reconocidas. Las mujeres quieren hacer el amor en las mañanas. Las mujeres lo sabían antes de que lo demostraran los estudios: el sexo matinal no sólo equivale a placer, sino también a tonificación de todo el organismo. El sexo matinal ayuda a las defensas, mejora la circulación, quema calorías, previene la diabetes y el infarto, alivia la artritis, previene las migrañas, fortalece los huesos, aumenta los niveles de estrógenos y otras hormonas que contribuyen considerablemente a la tersura de la piel y al brillo del pelo. Aparte ¿a qué otra hora? ¿Antes de ir a buscar a los niños al colegio? No. ¿Después del súper? Mmm. ¿Entre medio de la teleserie? ¿Después de las noticias, cuando ya no puedes más? No: en la mañana. Idealmente ya con los tacones puestos. Aparte, ellas lo saben, así evitan que salga el depravado que hay en cada hombre. ¿Por qué no te pones esos zapatos?, decimos nosotros. Pero mira, si ya los tengo puestos, dicen ellas. Y se van. Las mujeres quieren que las hagan reir. Es un clásico. Nada hay nuevo en decirlo: las mujeres quieren hombres seguros pero, especialmente, quieren hombres con sentido del humor, hombres que las hagan reír. No un humorista, claro, pero sí con cierta inclinación al circo, al payasismo. Por último, quieren que uno sonría todo el tiempo: si hay algo que las mujeres odian es ver a un hombre cansado, con toda la angustia del trabajo, de la vida, dibujada en el rostro. ¿Subió la bencina? Ríe. ¿Subió el colegio? Ríe. ¿Te echaron de la pega? Ríe. ¿Por qué no me cambias la cara?, dicen ellas. Y esa es la diferencia entre terminar cesante y divorciado, que cesante pero aún casado. ¿Cómo medir la evolución de la especie? Pues por la efectividad en el humor: la capacidad de atraer mujeres. ¿Por qué, justo cuando está por ovular, la mujer ríe fuerte, subiendo al menos entre 10 y 15 Hz un semitono musical? Pues porque vía risa la mujer avisa que no está loca sino sexualmente receptiva. Lista para perpetuar la especie. Una humorada. Las mujeres quieren respeto. Estaba en el dentista, esperando mi atención y de pronto una flaca guapa, de rulitos, empezó a gritar fuera de sí. La mujer decía (gritaba) que cómo era posible, que a su hijo le habían hecho un tratamiento de conducto, pero después se habían dado cuenta que no lo necesitaba. La mujer, indignada, alegaba por lo que había pagado, por el hoyo inútil, pero especialmente alegaba por lo que consideraba una falta de respeto. Curioso: en eso hombres y mujeres somos extremadamente diferentes. A los hombres nos da lo mismo que nos respeten o no. Ahí está Mourinho, el entrenador del Madrid, quien no sólo no tiene problemas con el ridículo, con el no/respeto, sino que incluso juega con él. Los hombres somos así: desde el colegio aceptamos la burla, el insulto, estamos seteados para vivir sin nada de respeto. Para las mujeres, en cambio, el respeto es todo. Es aún más importante que la admiración. Que la adulación. Mi mujer, al menos, siempre me lo dice: Lo único que quiero es que me respetes. Y no creo que mi mujer sea muy diferente a todas las otras mujeres. Bueno, sí, lo es. Pero estoy seguro que todas quieren respeto. Respeto en la cama, en la cocina, en la oficina, respeto en el avión, en el restaurante, en la cola del banco, en el gimnasio. Respeto, respeto, respeto. ¿Por qué no me respetas?, dicen. ¿Qué pasó, mi amor?, preguntas. Ese imbécil me faltó el respeto. El momento preciso en que adivinas que ya tienen planeada la venganza. Las mujeres quieren orden. En el living, en la pieza, en el auto, las mujeres no pueden ver ni un solo papel que no esté en su lugar. No lo soportan. Las saca de sí. Uno puede ir y decírseles: amor, el Universo es entrópico, tiende al desorden, relájate, mañana ordenamos. Pero ellas toman tu zapato y, con él en la mano, preguntan cínicas, irónicas: ¿Qué hace este zapato aquí? ¿Acaso quieres que, si hay un terremoto y tengo que salir arrancando, me tropiece y muera porque me tropecé con él? Orden, orden. Las mujeres quieren orden: en la mañana que la toalla no quede húmeda sobre la cama. En la noche que no queden platos con kétchup sobre la alfombra. ¿Qué quieren las mujeres? Orden. O sea, sofás que no se arruguen, camisas que siempre estén planchadas, camas que se estiren en cuanto te levantas, tubos de pasta de dientes que se cierren solos. Raro. Es más que una manía. Es más que una cuestión estética. Es una obsesión. Para las mujeres el desorden (todo lo que no está en SU lugar) es igual a suciedad. OK, la mugre es mugre, pero para ellas un vaso recién lavado, fuera de su estante, es asqueroso, es desordenado, es terrible. Es lo que explica que, en cuanto puedan, las mujeres sí o sí terminarán viviendo solas. Algún día. Es la fantasía de, finalmente, vivir en un lugar limpio. Ordenado. Léase que las cosas estén donde ellas aseguran que tienen que estar. Las mujeres quieren que uno sepa pedir perdón. Lo he comprobado. Sé de lo que hablo. Con una mujer no tiene sentido intentar explicar tu punto de vista. Lo que tienes que hacer es fingir que has entendido el de ella y, tras un tiempo prudente, decir con la mayor convicción posible: cielos, qué idiota he sido, te pido perdón. No lo volveré a hacer. Perdón, perdón. ¿Fácil? Claro que no. En esto las mujeres son muy hábiles. Ellas saben perfectamente cuando uno está chamullando. Y, en el fondo, siempre te van a descubrir si estás actuando. El secreto, por lo mismo, es autoconvencerse y pedir perdón de verdad. No sé qué dirán los curas pero, claramente, hay un perdón hogareño, un perdón doméstico que vaya que funciona. Funciona muy bien. Las mujeres quieren que uno las escuche. Supongo que lo deben decir los terapeutas: las mujeres quieren que uno las escuche. No es normal que mi mujer, una vez al día, me diga: ¿me estás escuchando? Sí, claro, respondo. A ver... ¿qué fue lo último que dije?, dice ella. Y entonces uno, como idiota, tiene que intentar repetir lo que en sordina, en la lontananza, ya escuchó. Pero, claro, siempre te quedas dos, tres frases atrás. Es que las mujeres son como radios que nunca interrumpen sus transmisiones. Ni siquiera para el día de la radio. Es lo que explica la fantasía que tienen las mujeres con los gays. Los gays son, en general, buenos para escuchar. Y, por lo mismo, un hombre ideal no es un moreno de ojos azules, amable, alto y educado, sino un tipo que es capaz de estar escuchando todo el día: escuchando de los gatos, del jardín, de lo caro que está el supermercado, del terrible drama de la Tuti, de lo imbécil que es el marido de la Toti. Lo insólito es que, en verdad, no basta con escuchar. Escuchar es sinónimo de opinar. ¿Cómo se reconoce a un hombre casado hace ya varios años? En cualquier reunión social, ella dice algo y él dice, gesticulando: ¡Mmm! ¡Ahhh! ¡Mmm! ¡Está entrenado! ¡Está escuchando!
▼
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS